Estamos
en la sociedad de la prisa, todo se hace deprisa, parece que el tiempo es
escaso y no da para hacer todo lo que queremos o todo lo que se nos ofrece y se
nos presenta como apetecible.
Tanto
correr recorremos caminos sin darnos cuenta de por donde hemos pasado y si nos
preguntan que hemos hecho esta mañana apenas nos acordamos.
Prima
la cantidad frente a la calidad e incluso en vacaciones nos estresamos por la
cantidad de cosas que queremos-tenemos que hacer, a no ser que alguien sensato
nos diga: “No nos vamos a estresar, que estamos de vacaciones”.
Esta
misma enfermedad se extiende a nuestra comunicación, después de hablar con
alguien apenas recordamos lo comentado, defecto de escucha. Mantenemos
conversaciones de forma compulsiva y es rara la conversación pausada, que nos
permita escuchar lo que se dice, cómo se dice y los gestos que lo acompañan.
En
general puedo estar de acuerdo que centrarse en un objetivo puede ser
productivo, aunque si nos centramos demasiado perdemos todo lo que pasa
alrededor. Si mantenemos una reunión con poco tiempo conseguiremos intercambiar
opiniones sobre la mayoría de las cosas relevantes y conocidas, aunque sin un
tiempo de reflexión e intercambio creativo perderemos opiniones, opciones, oportunidades
y aportaciones interesantes.
Estas
vacaciones he podido disfrutar de conversaciones significativas, sin
preocupación por el tiempo del reloj (cronos), dando el tiempo adecuado para la
experiencia (kairos) y es algo que no sólo se debe quedar en las vacaciones,
aunque parece que ahí tenemos más tiempo, los días siguen teniendo 24 horas y
podemos reservar tiempo para lo importante.
Recordemos
conversar como cuando éramos niños, cuando no había prisa, cuando el tiempo no
importaba. Los niños siguen sin preocuparse demasiado del tiempo a no ser que
se lo recordemos, simplemente lo ocupan sin preocuparse.
Esas
conversaciones sin interrupciones, sin los móviles sonando, que son cómo sin
tiempo, algunas veces profundas y otras veces ligeras, conversaciones de estar
presentes, de generar relación e intimidad, esas conversaciones que no debemos
perdernos con gente importante: los amigos, con los padres, con los hijos, con
la pareja y que ahora también podemos disfrutar con compañeros de trabajo.
Algunos
pueden ver las conversaciones como pérdida de tiempo a pesar del valor que
tienen en sí mismas, en el propio disfrute de la experiencia, para los más escépticos diré que también son una gran
fuente de confianza, que junto con la comunicación honesta son el aceite que
engrasa las relaciones. Con confianza todo se puede hacer más rápido y sobre
todo más a gusto.
Me animo a conversar. Esta misma noche he podido disfrutar de una de esas conversaciones sin prisas.
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