domingo, 26 de enero de 2025

El Arte de Comprometerse: Por Qué Decir Sí a Planes a Largo Plazo Puede Cambiar Tu Vida

Me cuesta quedar a dos o tres meses vista ¿Quién sabe qué es lo que puede surgir o qué me puede apetecer dentro de dos o tres meses? Las circunstancias pueden cambiar, no sé como andaré de energía, qué imprevistos traerá el tiempo o cómo estaré emocionalmente ¿Te suena esta dificultad?

Comprometerte puede parecer una trampa, como si al fijar una fecha estuvieras renunciando a tu libertad de decidir más adelante en función de lo que sientas o las oportunidades que puedan aparecer. Es lógico que, cuando vivimos centrados en el presente, con la agenda de la semana ya llena, planear con meses de antelación se sienta como una carga innecesaria. A menudo pensamos: "Ya veremos lo que nos deparará el futuro".

Sin embargo, hay ocasiones en las que ese compromiso lejano es la única forma de que algo significativo ocurra. Especialmente cuando un grupo grande está involucrado, cuadrar agendas y encontrar un momento para coincidir es un desafío que solo se supera con organización. Si realmente queremos construir algo que valga la pena, ya sea un proyecto, una relación o incluso un recuerdo, los planes a largo plazo se convierten en aliados, no en enemigos.

Es cierto que los compromisos pueden ser flexibles. Las cosas cambian, las circunstancias evolucionan, y los imprevistos suceden. Pero cuando un plan ha costado tiempo y esfuerzo, especialmente cuando involucra a muchas personas, los cambios suelen tener un coste emocional. Cancelar o modificar un compromiso puede generar decepciones o dificultades logísticas que, aunque no son insuperables, se sienten como una pequeña derrota colectiva.

Hace poco, experimenté esta situación en carne propia. Hace un par de semanas, acordé reunirme con un grupo prometedor el sábado 8 de marzo para explorar ideas y ver cómo podíamos colaborar y construir algo juntos. Pero luego recordé que, como cada año (con la excepción de la pandemia), ese mismo fin de semana ya estaba reservado para una salida con la asociación del pueblo, un evento al que asisto con toda mi familia de viernes a domingo. Para complicar las cosas, la reunión del sábado sería en mi casa.

¡Uff! Dilema complicado. Es un ejemplo de cómo los compromisos a largo plazo pueden cruzarse y generar situaciones que parecen imposibles de resolver. A veces, las cosas se arreglan solas, pero otras requieren decisiones difíciles, de esas en las que priorizar lo que realmente importa se convierte en un acto de equilibrio entre responsabilidad, ilusión y relaciones.

No podemos decir que sí a todo. Sobrecargar la agenda futura nos deja sin margen de maniobra, sin flexibilidad y, muchas veces, con más estrés que satisfacción. Pero tampoco podemos vivir en el "ya veremos", dejando que la espontaneidad sea la única guía de nuestras acciones.

La clave está en escoger con cuidado. Reservar tiempo para aquello que de verdad importa: las conexiones significativas, los proyectos que te entusiasman y los momentos que te llenan de ilusión. Tener algo emocionante en el horizonte puede ser una fuente de motivación, una razón para mantenerte enfocado cuando el presente se complica.

Aceptar compromisos con antelación no es solo una cuestión de planificación, sino también un ejercicio de disciplina, organización y, sobre todo, priorización. Es elegir conscientemente qué merece espacio en tu vida. Al final, hay cosas que no son factibles con dos días de aviso, y algunos momentos simplemente no ocurrirán si no los planeas.

Decir "sí" a algo con meses de antelación puede dar vértigo, pero también es una forma de invertir en experiencias significativas. No se trata de llenar el calendario sin criterio, sino de reconocer que el futuro también es un lugar donde suceden cosas maravillosas.

Comprometerte no significa renunciar a tu libertad, sino darle forma al tiempo para que lo que importa tenga un espacio reservado en tu vida. Construir algo que valga la pena siempre empieza con una decisión: hacer tiempo para ello.

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