Vivimos en el mundo de la actividad, tan atareados haciendo cosas que en ocasiones olvidamos para qué las hacemos. Encontrar el momento de parar, pensar, escuchar, sentir y elegir que vamos a hacer nos permitirá encontrar las horas que se deslizan entre nuestros dedos, sin dejarnos tiempo para lo que consideramos importante.
Seguramente
hayas oído hablar del método ABC para priorizar, donde clasificas cada
actividad según su importancia. Las actividades A son las más importantes,
después las B de una importancia media y las C con una importancia menor. Una
vez clasificadas, teniendo claro que hay que empezar por lo importante,
empiezas por las actividades A, hasta terminarlas; después sigues con las B y
por último las C. De esta forma, si no logras terminar todo, las que se quedan
sin hacer son las menos importantes.
Ampliando
este método está el ABCDE. Dos letras más de una importancia capital. De hecho,
hemos de empezar por la E, antes de clasificar actividades. La E de Eliminar, eliminar todas las actividades
que no merece la pena hacer, que sabemos que no vamos a hacer si nos
escuchamos.
Es
difícil desechar muchas de nuestras actividades pendientes. Si están entre las
pendientes es por algo. En ocasiones son las que van pasando en la agenda de
semana en semana, posponiéndose en todas las ocasiones. Es momento de parar,
decidir si realmente la queremos hacer y ponemos fecha o si por el contrario la
vamos retrasando porque no merece la pena, o porque le tocaría resolverla a
otra persona, o por otro motivo y es mejor eliminarla. Que deje de ocupar
espacio en la agenda, en nuestras notas y en nuestra mente.
No
cuenta lo que tenemos en la lista de pendientes, cuenta lo que hacemos. Así
que, si no lo vamos a hacer, mejor tacharlo de la lista.
Con
muchas de las actividades eliminadas, o devueltas al responsable de
ejecutarlas, tendremos menos pendientes, lo que hace la clasificación más
fácil.
El
segundo paso es la D de delegar. Ver quien te puede echar una mano, en quien
puedes delegar. Mucho mejor si, además, sirve a la otra persona para aprender,
desarrollarse.
La
delegación da fruto en el largo plazo. Delegar supone un proceso de enseñanza y
aprendizaje que necesita tiempo para dar frutos. Primero hay que enseñar cómo
hacer, acompañar en el hacer las primeras veces, para que después puedan hacer
sin nuestra supervisión.
Un
ejemplo de delegación es cuando enseñamos a nuestro hijo a hacer lentejas. Si
no sabe, la primera vez, nos resultaría más fácil hacerlas nosotros. La
delegación supone enseñar, que nos vea haciendo y después que haga y lo veamos
haciendo, vayamos dando sugerencias, para que finalmente pueda hacer solo.
Lo
mismo que para nuestro hijo aplica para el que llega nuevo a la empresa o para
aquel que colabora con nosotros. Al principio cuesta delegar, después casi
seguro que no lo hace como nosotros, debemos saber aceptar las diferencias.
Cada uno tiene su estilo y seguramente, el alumno superará al maestro con la
práctica suficiente.
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