Me
cuesta quedar a dos o tres meses vista ¿Quién sabe qué es lo que puede surgir o
qué me puede apetecer dentro de dos o tres meses? Las circunstancias pueden
cambiar, no sé como andaré de energía, qué imprevistos traerá el tiempo o cómo
estaré emocionalmente ¿Te suena esta dificultad?
Comprometerte
puede parecer una trampa, como si al fijar una fecha estuvieras renunciando a
tu libertad de decidir más adelante en función de lo que sientas o las
oportunidades que puedan aparecer. Es lógico que, cuando vivimos centrados en
el presente, con la agenda de la semana ya llena, planear con meses de
antelación se sienta como una carga innecesaria. A menudo pensamos: "Ya
veremos lo que nos deparará el futuro".
Sin
embargo, hay ocasiones en las que ese compromiso lejano es la única forma de
que algo significativo ocurra. Especialmente cuando un grupo grande está
involucrado, cuadrar agendas y encontrar un momento para coincidir es un
desafío que solo se supera con organización. Si realmente queremos construir
algo que valga la pena, ya sea un proyecto, una relación o incluso un recuerdo,
los planes a largo plazo se convierten en aliados, no en enemigos.
Hace
poco, experimenté esta situación en carne propia. Hace un par de semanas,
acordé reunirme con un grupo prometedor el sábado 8 de marzo para explorar
ideas y ver cómo podíamos colaborar y construir algo juntos. Pero luego recordé
que, como cada año (con la excepción de la pandemia), ese mismo fin de semana
ya estaba reservado para una salida con la asociación del pueblo, un evento al
que asisto con toda mi familia de viernes a domingo. Para complicar las cosas,
la reunión del sábado sería en mi casa.
¡Uff!
Dilema complicado. Es un ejemplo de cómo los compromisos a largo plazo pueden
cruzarse y generar situaciones que parecen imposibles de resolver. A veces, las
cosas se arreglan solas, pero otras requieren decisiones difíciles, de esas en
las que priorizar lo que realmente importa se convierte en un acto de
equilibrio entre responsabilidad, ilusión y relaciones.
No
podemos decir que sí a todo. Sobrecargar la agenda futura nos deja sin margen
de maniobra, sin flexibilidad y, muchas veces, con más estrés que satisfacción.
Pero tampoco podemos vivir en el "ya veremos", dejando que la
espontaneidad sea la única guía de nuestras acciones.
La
clave está en escoger con cuidado. Reservar tiempo para aquello que de verdad
importa: las conexiones significativas, los proyectos que te entusiasman y los
momentos que te llenan de ilusión. Tener algo emocionante en el horizonte puede
ser una fuente de motivación, una razón para mantenerte enfocado cuando el
presente se complica.
Aceptar
compromisos con antelación no es solo una cuestión de planificación, sino
también un ejercicio de disciplina, organización y, sobre todo, priorización.
Es elegir conscientemente qué merece espacio en tu vida. Al final, hay cosas
que no son factibles con dos días de aviso, y algunos momentos simplemente no
ocurrirán si no los planeas.
Decir
"sí" a algo con meses de antelación puede dar vértigo, pero también
es una forma de invertir en experiencias significativas. No se trata de llenar
el calendario sin criterio, sino de reconocer que el futuro también es un lugar
donde suceden cosas maravillosas.
Comprometerte
no significa renunciar a tu libertad, sino darle forma al tiempo para que lo
que importa tenga un espacio reservado en tu vida. Construir algo que valga la
pena siempre empieza con una decisión: hacer tiempo para ello.
Un
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