Todos andamos alterados, nerviosos, con el COVID-19, con la normativa, con el cambio al que nos lleva, con la incertidumbre que nos rodea, sin saber cuál va a ser el siguiente paso.
Ahora
es el nerviosismo que viene de este no saber a qué atenernos, del miedo a las
consecuencias. Si no hubiese COVID podría ser otra cosa. Algunos expresan este
nerviosismo, miedo o tristeza con enfado.
Es muy
fácil enfadarse, lo difícil es enfadarse adecuadamente:
- Con la persona adecuada (¿Quién?);
- En el grado exacto, con la intensidad justa, de modo correcto (¿Cómo? y ¿Cuánto?);
- En el momento oportuno (¿Cuándo?);
- En el contexto adecuado (¿Dónde?);
- Con el propósito justo (¿Para qué? Distinto de ¿Por qué?).
Tenemos
opiniones diversas, se dan situaciones nuevas y en muchas ocasiones acabamos
discutiendo con el de más cerca, soltando una rabia que no le toca.
El coronavirus no solo está dañando la salud, la economía y la confianza. También está dañando relaciones importantes, cercanas, de muchos años. La impotencia, la incertidumbre, está dañando amistades de toda la vida, relaciones familiares y de pareja, colaboraciones profesionales.
Cada
uno tenemos diferentes sensibilidades, diferentes miedos. El respeto a las
diferencias ayuda a establecer y mantener relaciones.
La
bronca con quién no toca, cuándo no toca y de una intensidad inadecuada daña
las relaciones y no nos deja más tranquilos. Usar esa válvula de escape tiene
consecuencias.
Enemistades
creadas, relaciones arruinadas,
entre viejos amigos, entre familiares, por la distinta visión que tenemos de
las medidas que habría que adoptar, aunque a nosotros no nos toque decretarlas.
O por cómo cada uno decide hacer las cosas. ¿Merece la pena o es mejor hablar
de otra cosa? Para que perder demasiado tiempo en lo que no podemos cambiar.
Una
vez en el conflicto, cuando nos sentimos dañados, la carga emocional aumenta.
Es difícil resolver de manera racional lo que ha escalado emocionalmente
(recordar lo que nos une más que lo que nos separa y saber perdonar).
El
resentimiento es un veneno que tenemos preparado para otro y que solo nos daña
a nosotros mismos. El perdón frente al resentimiento, incluso sin expresarlo,
resulta liberador.
Es
momento de apostar por el respeto a la diferencia, a las opiniones diferentes.
Es momento de comunidad; común unidad ¿dónde están los límites? ¿hasta dónde
llega mi libertad? ¿dónde empiezo a dañar la libertad del otro? Algunas
preguntas que cada uno debe responderse.
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