Tanto estado de alarma, tanto confinamiento y aislamiento social, se me está haciendo largo y duro. Echo de menos estar con mucha gente, la riqueza del intercambio de contacto, cariño, pareceres, experiencias y conocimientos. Seguro que no soy el único.
Ahora
me siento más social que nunca. Echo de menos a la tribu, empezando por mis dos
hermanas que viven un poco más lejos y ahora vemos menos. Echo de menos a muchos
amigos, separados ahora por barreras legales o imaginarias.
¡Cuánto
daño está haciendo este virus! No solo con los daños físicos a quienes se
contagian, sino con los daños emocionales y sociales del aislamiento ¿Cuál será
la herencia que nos deje esta carencia de contacto que muchos sufren y
sufrimos?
Hemos descubierto
nuevas formas de contacto. Me parece útil la telepresencia y en muchos casos
habrá eliminado desplazamientos innecesarios. Pero echo de menos el cara a
cara, lo practicado por la especie durante miles de años.
Compartir con los viejos amigos (foto tomada de Pixabay: Stevepb) |
La interdependencia
es mayor ahora que hace 60 años. Mis abuelos eran capaces de una subsistencia
independiente, conocían la tierra, los animales y vivían en esa sostenibilidad
a la que nosotros aspiramos.
Evolucionamos
porque, lo que alguien de nuestra especie probaba y aprendía en un lugar, se
trasladaba a otros con los viajeros, trovadores y mercaderes. Ahora los avances
tecnológicos se difunden más rápido, pero ¿qué pasa con los avances sociales?
Del
contacto y del intercambio de experiencias aprendemos. Echo de menos las ideas
que aparecen cuando otros me cuentan lo que hacen, el aprender de las
experiencias de los demás. Esas ideas que se transforman en nuevas formas de
hacer. Echo en falta el contacto cara a cara con aquellos que han tomado
distintas decisiones, el compartir vidas.
El
conocimiento y la experiencia crecen cuando se comparten.
No
estamos solos, ahora vivimos en burbujas, afortunadamente todavía tenemos
cercanos con los que estar. Ese contacto que nos calma ante tanta incertidumbre.
La
semana pasada tuve la primera reunión presencial en el trabajo desde hace más
de un año. Sentí la alegría del reencuentro, las ganas de estar juntos, de
contar lo vivido. El encuentro se me hizo corto.
Los que
vivimos juntos tendemos a parecernos, vivir cosas parecidas. Echo de menos a
los que están a media distancia, los que aportan diversidad, nuevas ideas,
distintas perspectivas. El camino lo recorremos entre todos.
Echo
de menos a esos cercanos que ahora están lejos, a los que tantas veces he
tenido cerca y ahora no puedo ver en persona, a sentir cómo están y cómo les
va.
De la
diversidad se aprende y ahora siento que estoy/estamos perdiendo mucha
diversidad. Las barreras nos empobrecen a todos.
Me
encanta la frase de “caminamos a hombros de gigantes”, los que han estado antes
nos han dejado un legado que nos permite vivir como vivimos.
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