Esta
mañana he estado charlando con mi primo Rodrigo en el pueblo. Ya solo pensar en
el pueblo… el ritmo cambia. Es como si el tiempo respirara más despacio, sin
prisas. Rodrigo estaba tomando el vermú con Cristina, su mujer, en la cantina
de siempre, y salió el tema de las redes sociales.
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Una red real (no se ven móviles encima de la mesa; puede llamar la atención) |
"No
necesito que me pongan lo que ellos quieren, si quiero algo, lo busco."
Y ahí
está el quid: ¿estamos eligiendo lo que vemos o nos lo están eligiendo? Porque
también hablamos de eso, de lo fácil que es quedarse atrapado. Entras un minuto
y sales media hora después, si es que sales. Te vas a la cama con otras
intenciones y terminas atrapado en la red. Son redes porque te atrapan, y no es
solo una metáfora.
En
medio de la charla también salió una anécdota curiosa: un pastor de un pueblo
cercano contó cómo fue a un hotel con buffet y aquello le pareció un cebadero
de ganado. Y, sinceramente, la imagen no es tan exagerada. Un montón de
personas abalanzándose sobre la comida como si llevasen días sin comer (yo
incluido cuando voy a un buffet). Y nos reímos, pero luego uno piensa: ¿no son
las redes sociales un buffet de estímulos? O peor aún: como a los gansos, que
les dan de comer con un embudo para producir foie gras, nosotros tragamos
contenido sin parar, y en lugar de un hígado hipertrofiado, acabamos con un
cerebro licuado de tanta sobreestimulación.
Lo
peor es que al final quedas cansado, saturado... y muchas veces con la
sensación de haber perdido el tiempo. Vemos vidas idealizadas, trozos
recortados de felicidad, y nos olvidamos de lo más simple: lo que sí está a
nuestro alcance.
Cristina,
con esa sabiduría práctica del día a día, decía entre risas que Rodrigo sale a
tirar la basura y tarda una hora en volver. Porque charla con uno, saluda al
otro, se queda con alguien en la esquina… está en una red social más real, la
del pueblo, la que se teje caminando, saludando, escuchando.
Y no
se trata de demonizar la tecnología. Las redes tienen cosas buenas. Nos acercan
a los que están lejos, nos informan, a veces incluso nos hacen reír. Pero hay
que reconocer que también nos alejan de los que están cerca, y lo peor: nos
roban el tiempo, con nuestro permiso y colaboración. Después
nos quejamos
de que no tenemos tiempo.
Así
que dejo esta pregunta en el aire, para mí y para quien lea esto: ¿Cuánto
tiempo estamos entregando a redes, pantallas o rutinas que no nos convienen
tanto, mientras olvidamos cosas más importantes, más reales y que seguramente
nos harían sentir mejor?
Quizá
no se trate de desconectarse del todo, sino de reconectarse con lo que de
verdad importa.
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