domingo, 12 de octubre de 2025

El otoño de la vida

Esta semana la muerte ha estado muy presente a mi alrededor. No es algo aislado, llevo una mala racha, de esas épocas en las que parece que las despedidas se acumulan, una detrás de otra, como si la vida quisiera recordarnos con insistencia su fragilidad y su finitud.

Murió Paciano, un primo de mi padre, de su misma edad. Convivieron mucho de niños, compartieron juegos, campos y recuerdos, aunque con el tiempo se distanciaron. Aun así, la raíz común del pueblo (Valtierra) y la familia nunca se perdió del todo, como esas raíces profundas que siguen alimentando un árbol, aunque sus ramas se distancien.

También se ha marchado Sor Anuncia, monja en convento de mi tía. Siempre atendía el torno con una sonrisa genuina, de esas que no necesitan palabras. Hablar con ella era sentir paz, cercanía, amor en estado puro. Era de esas personas que iluminan sin darse cuenta.

Por último, mi tío Paulino. De la misma quinta que mi padre, soñaba con su jubilación como un tiempo de descanso merecido. Pero apenas llegó, la enfermedad llamó a su puerta. Los últimos años los pasó acompañado por Macaria, su mujer, que con una constancia admirable le cuidó con entrega y cariño. Su dedicación silenciosa ha sido una lección: no caminamos solos, aunque a veces lo olvidemos.

Son muertes que llegan tras largas vidas, enfermedades y despedidas pausadas. No sorprenden, pero duelen. Cada una de ellas es un recordatorio silencioso de nuestra condición pasajera. De que estamos aquí de paso. De que cada día que amanece es un regalo que no deberíamos dar por hecho.

Cuando la muerte se asoma tan de cerca, inevitablemente surge la pregunta:

¿Estoy viviendo la vida que quiero vivir?

¿Nos reconocería nuestro “yo” adolescente en el adulto en que nos hemos convertido? ¿Se sentiría orgulloso? Quizá haya que volver la vista a esa etapa de sueños intensos y convicciones firmes, cuando creer en lo imposible era natural, cuando el inconformismo era una fuerza vital que empujaba hacia adelante. Tal vez ahí haya pistas para recuperar parte de nuestra esencia.

Estamos en otoño. La naturaleza se tiñe de mil colores antes de dejar caer sus hojas. Es una estación hermosa y simbólica, tiempo de transformación, de soltar, de dejar ir aquello que ya no nos sirve, aunque dé miedo. Nos hemos acostumbrado a ciertas incomodidades y rutinas que, aunque no nos hacen bien, nos resultan familiares. Pero igual que el árbol no duda en desprenderse de sus hojas, nosotros también podemos permitirnos ese gesto valiente.

Iglesia de San Andrés (Valtierra de Albacastro)
Vendrá el invierno, con su frío y su aparente dureza. Y tal vez miremos atrás añorando las “hojas muertas” que dejamos ir, pensando que podrían habernos dado calor. Pero es solo una ilusión. Si atravesamos ese invierno con paciencia y confianza, la primavera llegará. Siempre lo hace. Con sus brotes nuevos, sus flores, sus colores. Con proyectos, ilusiones y caminos por recorrer.

La muerte, tan presente últimamente en mi vida, y en especial la de Paulino, el más cercano de quienes se han ido esta semana, me hace sentir profundamente el otoño vital. Sé que tras él llegará un invierno de duelo, de silencios y ausencias que habrá que atravesar con calma. Pero también confío en que, como cada ciclo, la primavera acabará llegando, trayendo nuevos brotes, nuevas formas de vida, de vínculos y de esperanza. Ojalá podamos, entre todos, reconocer y cuidar esos brotes cuando aparezcan, y seguir construyendo juntos con lo que permanece.

Esta semana te invito a tomarte un momento, en silencio, y hacerte esta pregunta:

“¿Estoy viviendo la vida que quiero vivir?”

Escúchate sin excusas. Tal vez descubras alguna hoja que ya es hora de soltar. Tal vez aparezca una semilla nueva deseando brotar.

La vida, como el otoño, nos invita a renovarnos.

Si estás en cambio o de duelo, si te planteas que tienes que soltar para dejar crecer lo nuevo, te animo a participar en el curso que imparto en UBUAbierta:

👉 Gestión del tiempo, gestión de vida – I y II edición

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

lunes, 6 de octubre de 2025

Entre fluir y organizarse: encontrar el equilibrio que hace que las cosas sucedan

Hace unas tres semanas estuve en Tarifa unos días. Hacía tiempo que no veía a una amiga que vive en Conil, y me hacía ilusión coincidir. Se lo propuse por WhatsApp, pero no llegamos ni siquiera a encontrar un hueco para hablar por teléfono. Cada uno tenía sus líos: yo estaba en una formación, ella también con sus ocupaciones.

Una semana más tarde, en un mensaje casual me entero de que está en Madrid. Yo también estaba allí. Otra oportunidad que se escapó.

Ayer volví a Madrid y le mandé un mensaje, después de intentar llamarla, por si había suerte y nos cruzábamos. Esta vez estaba en Conil. Tampoco hablamos.

Hoy hemos medio quedado… a una hora poco concreta (¿vidas demasiado ocupadas, tal vez?). Aun así, creo que hablaremos. No hemos coincidido, pero yo la sigo queriendo y espero que ella a mí también.

Hay un equilibrio delicado entre fluir y organizarse.

Si fluyes demasiado, sin concretar cuándo verse o cuándo hablar, confías en que “ya aparecerá el momento perfecto”. Pero la realidad es que vivimos en agendas llenas, y el momento perfecto raramente aparece solo.

Por otro lado, cuando te comprometes, bloqueas un espacio. Y eso implica decir “no” a otras cosas que puedan surgir después. A veces por eso evitamos comprometernos: no queremos sentirnos atados, no queremos tener que cancelar ni fastidiar a nadie si surge algo “mejor” o ineludible.

Pero hay un problema adicional: si tú fluyes y los demás se organizan, cuando decides que “ahora” es buen momento… los demás ya tienen sus planes. Esto pasa en los viajes, en las amistades y en la vida. Dos personas que fluyen demasiado pueden no encontrarse nunca.

En el extremo opuesto, una vida excesivamente organizada también puede agobiar. Cada hueco controlado, sin espacio para lo inesperado, termina generando ansiedad.

Si de verdad quieres ver o hablar con alguien, pon día y hora. No esperes a que “surja”. Lo mismo si quieres hacer algo, aunque no implique a otras personas.

Bloquear un espacio no significa que no puedas moverlo si es necesario, pero te da una base real sobre la que construir.

Y al mismo tiempo, deja huecos libres en tu agenda: pequeños oasis de flexibilidad para que la vida también pueda sorprenderte.

La clave está en encontrar tu equilibrio. Hay épocas en las que conviene comprometerte más: reservar fechas, planificar, priorizar relaciones o proyectos. Y también hay épocas en las que lo mejor que puedes hacer es dejar espacio para descansar, desconectar y navegar la vida con lo que venga. No hay una fórmula perfecta. Lo importante es que seas tú quien decide dónde pones el foco.

Porque vivir tu tiempo no es elegir entre fluir u organizarse. Es aprender a bailar entre ambos.

Si este tema te resuena y quieres aprender a gestionar mejor tu tiempo (y tu vida), te animo a participar en el curso que imparto en UBUAbierta:

👉 Gestión del tiempo, gestión de vida – I y II edición

En él trabajamos precisamente este equilibrio entre planificación y flexibilidad, aprendemos a priorizar lo importante, a crear espacios reales para lo que de verdad cuenta y a diseñar una forma de organizarse que encaje contigo. No se trata de llenar la agenda, sino de vivir con más consciencia y libertad.

Si te apetece dar ese paso, ¡te espero allí!

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.


domingo, 28 de septiembre de 2025

Parar para vivir

La muerte de Gabi me ha dejado en crisis (puedes leer la entrada anterior si no sabes de que hablo). Su ausencia me ha hecho valorar aún más la vida y cada momento que tenemos. A veces olvidamos que estamos de paso, que lo que hoy parece eterno mañana puede desvanecerse. Y precisamente por eso, cada instante cobra una importancia enorme.

Las crisis, aunque incómodas, nos ponen delante un espejo. Nos obligan a preguntarnos si estamos viviendo la vida que queremos o simplemente dejándonos arrastrar. Nos invitan a parar. Al parar podemos volver a encontrar lo esencial.

Cuando frenas la vorágine y te das un tiempo, puedes mirar hacia atrás y reconocer de dónde vienes, decidir qué mantener, qué dejar ir y qué nuevos pasos dar. De esta forma puedes convertirte en protagonista del cambio y no víctima de lo que ocurre, influir en tu propio futuro. No todo cambio tiene que ser brusco ni inmediato; muchas veces basta con pequeños movimientos que, con el tiempo, transforman por completo la dirección de tu vida.

En mi caso, estos días he podido detenerme, dejarme sentir, ver dónde estoy y a qué me dedico, tomar perspectiva. En esta pausa he visto con claridad que algo nuevo está emergiendo. De momento, por mi parte tengo una dirección para los próximos dos años (el cambio mayor será a partir de enero de 2028; a esto me refiero con lo que puedes darte tiempo, no hay prisa), pero el cambio está emergiendo, algo nuevo va a surgir de esto. En esta parada puedo ver que ya algo empezó el año pasado y el cambio me lleva en nueva dirección, aunque los vientos soplen igual, las velas tienen otra orientación. A veces basta una tarde para soltar los planes preestablecidos, liberar los sueños que cambiaron sin darte cuenta, y recuperar energía para seguir adelante con más fuerza.

No siempre es fácil. Lo conocido da seguridad, aunque no nos haga felices. Pero quedarse por miedo es elegir el conformismo. La pregunta clave es: ¿qué harías si no tuvieses miedo? A partir de ahí, toca poner cabeza, distinguir riesgos reales de imaginarios y atreverte a dar un primer paso, aunque sea pequeño.

La pregunta puede adaptarse ¿Qué puedes y quieres hacer incluso con miedo? ¿Cómo puedes probar para ir acercándote a eso que sueñas? Probar, sentir, ver y después si no te gusta vuelves a cambiar o vuelves a lo de antes.

Todos necesitamos de vez en cuando ese momento de parar, mirar el camino y decidir si seguimos igual, si cambiamos la ruta o si simplemente retomamos fuerzas para continuar. Porque la vida no es lineal, cambia dentro y fuera de nosotros, y el equilibrio está en adaptarse sin perder el rumbo propio.

Si sientes que ha llegado tu momento de parar y reflexionar, quiero invitarte al curso “Gestión del tiempo, gestión de vida”. Creo de verdad que este taller puede ayudarte a encontrar claridad, a detenerte para mirar y ver el camino, para decidir y volver a ser protagonista de tu vida. Lo impartiré durante ocho miércoles, de 18 a 20 horas, comenzando el 15 de octubre.

En el taller te contaré mis planes hasta 2028 y más allá. También como puedes hacer los tuyos, que te liberen en lugar de encadenarte.

Aquí tienes toda la información e inscripciones: https://www.ubu.es/te-interesa/gestion-del-tiempo-gestion-de-vida-i-y-ii-edicion

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.


martes, 23 de septiembre de 2025

¡Vivir es urgente! En memoria de Gabi

Hoy escribo con el corazón encogido. Nuestro querido amigo Gabi nos ha dejado, demasiado pronto, con apenas 52 años. Su proceso, tan parecido al de Pau Donés (nos dejó con 53), me recuerda lo frágiles que somos y lo urgente que es vivir. Pau nos lo recordaba con aquella frase que llevo en una de sus camisetas: “¡Vivir es urgente!”. Gabi, en su último mensaje, me escribía: “¡Disfruta la vida! Al final nos llevamos eso”

Gabi convivió casi seis años con el cáncer. No fue un camino fácil, pero sí digno, valiente, lleno de esas enormes ganas de vivir que siempre tuvo. Se fue en paz, sabiendo que había luchado hasta el final. Como Pau en su libro “50 palos... y sigo soñando, Gabi nunca dejó de soñar ni de crear. Poeta, pintor, filósofo de la vida… un artista libre, que se inventaba sus propias reglas, resiliente, vital, siempre dispuesto a beberse la vida a sorbos grandes. Decía Pau en su libro: “Que le perdamos el miedo a la muerte, pero también el miedo a vivir...”.

En enero pasado presentó su libro de poemas “Versos abuhardillados”. Fue un momento precioso, y un regalo poder acompañarle sabiendo, aunque sin decirlo demasiado alto, que la cuenta atrás se acercaba. Aun así, siguió siendo él: sensible, lúcido, juguetón con las ideas, con la mirada siempre puesta en la belleza de lo pequeño.

Gabi con su hija Lara, firmando sus "versos abuhardillados" - en su dedicatoria me ponía que el tiempo no pasa salvo que nos miremos en los espejos
La muerte nos hiere, pero también nos abre los ojos. Nos une de nuevo con la vida y nos recuerda que cada instante cuenta, que nada es trivial, que cada momento compartido es un tesoro. La certeza de que un día nos iremos hace que cada segundo que vivimos sea más valioso, más auténtico.

Gabi, como Pau, nos dejó una herencia inmensa: su forma de estar en el mundo, de amar la vida, de recordarnos que no sabemos cuánto tiempo tenemos, pero sí sabemos que algún día nos iremos. Y en ese intervalo, la única opción es vivir, intensamente, agradecidos, presentes.

Hoy quiero decirle: ¡Qué bueno haberte conocido, qué bueno haber caminado contigo!.

Gracias, Gabi, por tanto. Tu voz, tu humor ácido y tu risa nos seguirán acompañando, y tus versos seguirán vivos.

La canción de Pau, Eso que tú me das, resuena más fuerte que nunca: eso que nos diste, Gabi, lo llevaremos siempre con nosotros.

Descansa, amigo. Y gracias por recordarnos, una vez más, que vivir es urgente.

lunes, 15 de septiembre de 2025

Un oasis en el camino

Estos días he tenido la oportunidad de vivir una experiencia muy especial: el PLP2 (la segunda etapa del Proceso de Liderazgo Personal). Este proceso lo inicié en 2012, cuando participé en el PLP1, de la mano de mi amigo Jose Juan Martínez, que comenzó a compartir su metodología para elaborar un plan personal, clarificar qué quería y qué pasos dar. Desde entonces, aquel primer taller se ha ido enriqueciendo y profundizando, y esta vez he podido sumergirme aún más en este proceso de crecimiento.

Lo que hace único a este camino es que no se queda en la cabeza (en lo racional), sino que también nos abre al corazón (la emoción), las tripas (el instinto) y el espíritu (lo que va más allá de uno mismo, incluyendo la conexión con los demás). Ha sido un espacio no solo para reflexionar, sino también para sentir y sentirse, para habitar el cuerpo, para dejar que el movimiento, la respiración, la sistémica y la presencia de otros nos recuerden que el camino nunca se recorre en soledad.

Este taller es aún más especial por las personas con las que lo he compartido. Cada uno con su trayectoria, su historia, su experiencia, sus conocimientos y su manera de estar, ha aportado algo valioso al grupo. Hemos construido juntos, sumando voces, gestos y aprendizajes, incluso guiando algunos de los ejercicios. Quiero agradecer no solo a Jose Juan, por la visión y la guía que sostiene este proceso desde sus inicios, sino también a Elsa y a María Eugenia, por el cuidado y la dedicación con los que han hecho posible este espacio tan nutritivo y transformador.

Caricatura del grupo
Vuelvo con una visión más clara de lo que es importante, con el corazón más blando y sensible, con más ganas de estar con las personas a las que quiero. Siento también mi esencia más presente, lo esencial de mí mismo, y la necesidad de volver a una forma más natural de vivir: en contacto con la luz, el agua, la naturaleza… (gracias Juanma) lejos del ruido del mundo acelerado, cerca de la presencia.

Todo esto ha ocurrido en un lugar muy especial: Oasis Norte-Sur, cerca de la playa de Bolonia y de Tarifa. Un espacio de encuentro donde se unen el norte y el sur, donde quienes hemos viajado desde Burgos hemos podido compartir con quienes allí viven (Esther, Laura, Susana, Viña, Julia…), en una comunidad que siento como seudohippie: vida sencilla, menos ruido externo e interno, más conexión contigo mismo. Todo impulsado y sostenido por Elsa, guardiana de la energía, que ha creado un espacio de encuentro, de naturaleza y de vuelta a lo esencial.

Quiero destacar y agradecer el cuidado que han puesto en la alimentación. Confieso que no suelo ser amigo de la comida vegana (con v), pero me ha sorprendido y encantado lo que nos han preparado. Cada plato estaba hecho con dedicación, y se notaba no solo en el sabor, sino en la energía con la que nos nutría.

También he descubierto el valor de los rituales y de la preparación del entorno: pequeños gestos, símbolos, formas de abrir y cerrar los espacios que ayudan a que todo cale más profundo. Son detalles que marcan la diferencia y que hacen que la experiencia sea más completa, más transformadora.

Han sido días de claridad y propósito. Días que me recuerdan lo importante que es darse un tiempo para reflexionar hacia dónde vas, sentir y dejarse sentir, y qué bueno es hacerlo en buena compañía. Vuelvo con una energía renovada que me impulsa a seguir caminando con un propósito claro.

Me quedo con muchas imágenes, silencios, palabras, abrazos y sabores que resuenan en mí. No hay palabras suficientes para expresarlo todo, pero sí puedo decir que ha sido un verdadero oasis en el camino.

Mi recomendación para ti, que lees estas líneas, es que te regales también un espacio así: un paréntesis en tu rutina para parar, respirar, sentir y escucharte. No hace falta irse lejos ni esperar al momento perfecto; basta con abrir un hueco para conectar con lo esencial. Te sorprenderá la claridad, la calma y la fuerza que pueden surgir cuando te das el permiso de estar presente contigo mismo y con lo que de verdad importa.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.


domingo, 7 de septiembre de 2025

El peligro de auto-explotarte

Estamos en comienzo de etapa, se acaba el verano (o el invierno, según tu hemisferio) y nos proponemos retomar rutinas, proyectos, metas: aprender un idioma, apuntarnos al gimnasio, preparar una nueva asignatura, organizar la casa… Todo cabe. A menudo, esa ilusión se convierte en una lista interminable que solo trae frustración: “no me da tiempo”, “no llego a todo”, “me exijo demasiado y acabo exhausto”. Y ahí está la trampa: en nuestra férrea voluntad de aprovechar el tiempo, lo exprimimos… y nos exprimimos.

Este es el peligro de sobrecargar la agenda: autoexplotarse. Poner en el calendario objetivos demasiado ambiciosos nos conduce a la sensación de fracaso, a ese suspiro continuo de “no me da la vida”. Queremos ser súper productivos, encajar mil actividades, rendir en todos los frentes… pero sin dejar ni un hueco para respirar. A largo plazo, nos lleva al desgaste, a la pérdida de foco y, lo peor, al olvido de lo que hace que la vida merezca sentirse vivida.

¿La clave? Dejar huecos sin programar. Rincones libres en la agenda para lo inesperado, para la quietud o para las ganas sin motivo. Reservar al menos un tramo del día, o de la semana, para descansos verdaderos, para lo que surja en paz, sin otra exigencia que disfrutar.

Pensémoslo así: no se trata de bloquear cada hora, sino de equilibrar estructura con espontaneidad. De no convertir el tiempo en tareas y objetivos, sino en experiencias que sumen vida, no solo resultados.

Eso incluye darle espacio al hedonismo, al placer sencillo, al “no hacer nada” y disfrutar de esa nada o de cualquier cosa no ligada a su productividad, que disfrutamos en sí misma, como el juego cuando éramos niños. Una taza de café que se alarga, una pausa sin culpa, un paseo por el parque sin rumbo… Eso también es invertir bien el tiempo, al fin y al cabo, eso es vivir.

Así que te dejo algunas sugerencias:

  • Plantéate objetivos realistas, que no te lleven más allá del límite.
  • También una agenda realista, con espacios vacíos, que permita ajustes.
  • Reserva tiempo libre.
  • Aprende a saborear lo inesperado.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

viernes, 5 de septiembre de 2025

Con menos tiempo tenemos más foco

Siempre me llama la atención lo productivo que soy justo antes de irme de vacaciones. Esa última semana suelo entrar en un modo de foco absoluto: priorizo lo importante, elimino lo accesorio y avanzo en tareas que quizá llevaba semanas aplazando. ¿Por qué? Porque quiero dejar todo listo, cerrar asuntos pendientes y marcharme tranquilo. De repente, el tiempo limitado, la cuenta atrás hacia el descanso, se convierte en mi mejor aliado para organizarme y rendir al máximo.

Lo curioso es que, a la vuelta de vacaciones, muchas veces perdemos ese impulso. Volvemos con la idea de que “hay tiempo”, que lo que no hagamos hoy podremos hacerlo mañana. Y en ese exceso de confianza en que el tiempo siempre estará disponible, vamos dejando que se diluya el foco que tanto nos ayudó antes de marcharnos.

Ahora que septiembre está aquí y muchos regresamos a la rutina, es buen momento para recordarlo: cuando sentimos que el tiempo es limitado, trabajamos mejor. Nos volvemos más selectivos, más claros y más decididos. Al contrario, cuando creemos que tenemos horas y días de sobra, caemos fácilmente en el autoengaño del “ya lo haré”.

No es casualidad el dicho popular: “Si quieres que algo se haga, encárgaselo a una persona ocupada”. Quien está ocupado no puede permitirse perder tiempo; quien tiene poco espacio en la agenda suele ser quien mejor lo aprovecha. Mientras tanto, quien está demasiado ocioso acaba postergando, atrapado en esa falsa comodidad de que siempre habrá un mañana.

La paradoja es evidente: con menos horas, respetamos más cada hora. Con menos tiempo, le damos más valor al tiempo. Y ese principio no solo aplica al trabajo: también a la vida misma. La consciencia de que el tiempo no es infinito nos ayuda a cuidarlo más, a priorizar lo que de verdad importa y a evitar perderlo en lo irrelevante.

Con menos horas disponibles:

  • Priorizas lo esencial.
  • Dices no a lo accesorio.
  • Tomas decisiones rápidas.
  • Evitas distracciones porque sabes que no puedes permitirte ese lujo.

Quizá la clave para mantener el foco de septiembre sea simple: vivir cada día como si estuviéramos a punto de irnos. Con la claridad de que no podemos abarcarlo todo, pero sí podemos dar lo mejor en lo esencial.

No se trata de vivir con prisa, sino con consciencia. Menos horas, bien enfocadas, producen mejores resultados que muchas horas diluidas. Y menos vida desperdiciada en lo irrelevante deja más espacio para lo que de verdad nos llena.

Porque el tiempo limitado no es una condena, es una brújula. Y nos recuerda lo que realmente merece nuestra atención.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

sábado, 30 de agosto de 2025

Ponte fácil hacer lo que te conviene

Hoy he ido al supermercado y me ha dado para reflexionar. Fui con la lista preparada, para no dejarme llevar demasiado por los impulsos, aunque siempre me dejo llevar por alguno. Mientras camino entre los estantes, siempre aparecen cosas que me apetecen, que “me hacen falta” o que simplemente me vendrían bien. Y cómo no, también llegan las tentaciones, algunas al alcance de la mano; otras no me hace falta ni verlas, me vienen a la cabeza según entro por la puerta, como el helado de chocolate.

Me encanta el helado de chocolate, con sus trocitos también de chocolate, escribiendo esto siento su sabor en la boca. Este verano he comido unos cuantos, quizá demasiados, y los he disfrutado, pero ahora que acaba agosto tengo el propósito firme de cuidarme. Así que pensé: “mejor no comer helado”. Aunque tenía la excusa perfecta para comprarlo: a mis hijos también les gusta, seguro que no dura nada en el congelador. Pero luego me dije: puedo resistir ahora el comprarlo, porque si lo llevo a casa, lo tendré a pocos pasos y cada vez que me siente en el sofá, me acordaré de que está ahí. Para evitar comerlo tendré que usar toneladas de fuerza de voluntad, y para ser sincero, casi siempre acabo sucumbiendo a la tentación. Aunque no me machaco demasiado con la culpa, el “daño” está hecho.

Pensar en escribir esta entrada, según me debatía entre comprarlo y no, me ha ayudado a resistir su compra. De esa forma he eliminado de raíz la tentación continua y me lo he puesto difícil para comer helado, así que fácil para resistirme en el día a día.

Y aquí está la clave: lo que nos ponemos fácil, lo hacemos más fácil. Y lo que nos ponemos difícil, se hace más difícil. Si quiero cuidarme, no me conviene tener helado en casa. En cambio, sí me conviene dejar la ropa de deporte a mano, lista para usarla, así haré más deporte; o poner el libro que quiero leer a mano, así me será más fácil leer.

No se trata de complicarse la vida, sino de diseñarla un poco mejor para que aquello que de verdad quieres hacer fluya de manera natural.

A veces pensamos que todo depende de la fuerza de voluntad, pero la verdad es que la fuerza de voluntad es limitada y se agota. En cambio, si preparas tu entorno para que jugar a tu favor sea lo normal, entonces no necesitas luchar tanto. Es mucho más sencillo mantener un hábito cuando el primer paso está a la vista y al alcance de la mano.

Mi recomendación de hoy: observa qué cosas quieres incorporar en tu vida y cuáles quieres dejar atrás. Haz que las primeras estén siempre cerca, visibles y accesibles, y que las segundas estén lo más lejos posible. Verás cómo la diferencia no está en “tener más fuerza de voluntad”, sino en cómo te organizas para ponértelo fácil.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

lunes, 4 de agosto de 2025

El valor de tener buena gente cerca

Este viernes salí a dar una vuelta en bici con mi amigo Emilio. Mientras pedaleábamos y hablábamos de la vida, me comentó sobre un libro que ya tengo apuntado para leer este verano: Dignos de ser humanos de Rutger Bregman. Según Emilio, el libro defiende una idea poderosa y luminosa: que la humanidad ha progresado no tanto por la competencia o la fuerza, sino por nuestra capacidad para cooperar, para ayudarnos, para cuidar unos de otros.

Me pareció una idea muy cierta. Curiosamente, unas horas antes, había tenido una experiencia que parecía sacada directamente de ese libro. Tuve un golpe con el coche y esperando la grúa. Fue un momento incómodo y bastante estresante, sobre todo porque el lunes teníamos previsto salir de vacaciones en caravana, y sin coche no había forma de movernos. Por si fuera poco, alquilar un coche con bola de remolque resultó ser misión imposible, y en el camping ya no quedaban bungalows disponibles. Todo parecía torcerse.

En medio de esa situación, pasó algo que me devolvió la calma: varias personas se acercaron a preguntarme si necesitaba algo. Una conocida incluso me ofreció el coche de su hija para el viaje. Me costaba aceptar, me parecía que era demasiado pedir, uno siente que puede estar abusando de la confianza ajena, pero su gesto fue un recordatorio de que

la ayuda a veces llega sin que la pidas, y que aceptar también es parte de la reciprocidad humana.

Finalmente fue mi primo Rodrigo quien me sacó del apuro. Me ha dejado su coche con total generosidad, confiando plenamente. Gracias a él, podremos salir de vacaciones como estaba previsto. Este gesto no solo resolvió un problema, también reforzó algo más importante: el vínculo que tenemos. Porque cuando alguien te tiende la mano, cuando confían en ti, cuando te hacen la vida más fácil sin pedir nada a cambio, se fortalecen los lazos, se construye confianza. Y eso, en el fondo, es lo que nos permite caminar con más seguridad por la vida.

A veces me abruma lo simples que se vuelven las cosas cuando recibes ayuda. Cuando no vas solo. Cuando te dejas acompañar. Cuando hay alguien que te dice: "no te preocupes, yo te ayudo". Nos cuesta aceptar la ayuda, como si hacerlo fuera un signo de debilidad. Pero lo cierto es que la vida se vuelve mucho más liviana cuando aprendemos a apoyarnos en los demás.

Estamos hechos para vivir en comunidad. Lo decía Emilio citando a Bregman: no hemos sobrevivido como especie por ser más fuertes, sino por ser más cooperativos. No por ser los más rápidos, sino por quedarnos a ayudar a quien se queda atrás.

Hoy, más que nunca, creo en eso. Me siento profundamente afortunado de tener buena gente a mi lado. Espero que tú también la tengas, que sepas reconocerla, que sepas cuidarla. Porque cuando caminas con otros, cuando compartes la carga, la vida no solo se vuelve más sencilla, se vuelve más humana.

La generosidad humana: un motor silencioso que nos empuja hacia adelante

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

martes, 29 de julio de 2025

La red real y la que te atrapa la mente

Esta mañana he estado charlando con mi primo Rodrigo en el pueblo. Ya solo pensar en el pueblo… el ritmo cambia. Es como si el tiempo respirara más despacio, sin prisas. Rodrigo estaba tomando el vermú con Cristina, su mujer, en la cantina de siempre, y salió el tema de las redes sociales.

Una red real (no se ven móviles encima de la mesa; puede llamar la atención)
Me dijo algo que me hizo pensar: que seguro no conocía a mucha gente sin Facebook, Twitter, TikTok, Instagram... y tenía razón. Él no tiene ninguna. Me contó que le costó darse de baja de Facebook, pero que lo hizo. Le insistían en que se lo estaba perdiendo, que las redes "te enseñan cosas que te gustan": bicicletas, bricolaje... Y su respuesta me encantó:

"No necesito que me pongan lo que ellos quieren, si quiero algo, lo busco."

Y ahí está el quid: ¿estamos eligiendo lo que vemos o nos lo están eligiendo? Porque también hablamos de eso, de lo fácil que es quedarse atrapado. Entras un minuto y sales media hora después, si es que sales. Te vas a la cama con otras intenciones y terminas atrapado en la red. Son redes porque te atrapan, y no es solo una metáfora.

En medio de la charla también salió una anécdota curiosa: un pastor de un pueblo cercano contó cómo fue a un hotel con buffet y aquello le pareció un cebadero de ganado. Y, sinceramente, la imagen no es tan exagerada. Un montón de personas abalanzándose sobre la comida como si llevasen días sin comer (yo incluido cuando voy a un buffet). Y nos reímos, pero luego uno piensa: ¿no son las redes sociales un buffet de estímulos? O peor aún: como a los gansos, que les dan de comer con un embudo para producir foie gras, nosotros tragamos contenido sin parar, y en lugar de un hígado hipertrofiado, acabamos con un cerebro licuado de tanta sobreestimulación.

Lo peor es que al final quedas cansado, saturado... y muchas veces con la sensación de haber perdido el tiempo. Vemos vidas idealizadas, trozos recortados de felicidad, y nos olvidamos de lo más simple: lo que sí está a nuestro alcance.

Cristina, con esa sabiduría práctica del día a día, decía entre risas que Rodrigo sale a tirar la basura y tarda una hora en volver. Porque charla con uno, saluda al otro, se queda con alguien en la esquina… está en una red social más real, la del pueblo, la que se teje caminando, saludando, escuchando.

Y no se trata de demonizar la tecnología. Las redes tienen cosas buenas. Nos acercan a los que están lejos, nos informan, a veces incluso nos hacen reír. Pero hay que reconocer que también nos alejan de los que están cerca, y lo peor: nos roban el tiempo, con nuestro permiso y colaboración. Después

nos quejamos de que no tenemos tiempo.

Así que dejo esta pregunta en el aire, para mí y para quien lea esto: ¿Cuánto tiempo estamos entregando a redes, pantallas o rutinas que no nos convienen tanto, mientras olvidamos cosas más importantes, más reales y que seguramente nos harían sentir mejor?

Quizá no se trate de desconectarse del todo, sino de reconectarse con lo que de verdad importa.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn (que yo si tengo redes), para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

domingo, 20 de julio de 2025

Volver al ritmo (sin correr)

Estamos a día 20 del mes… y esta es solo la segunda entrada que escribo en julio. Lo noto, lo reconozco. He perdido el ritmo.

Hasta hace poco, escribir cada semana era parte de mi rutina, un hábito sencillo y valioso: los domingos me sentaba a escribir, y desde ahí salía lo que quería compartir. Me ayudaba a ordenar ideas, a escucharme, a mantenerme conectado conmigo mismo y también con quien está al otro lado leyendo. Lo disfrutaba, me aportaba, pero ese ritmo se ha ido difuminando.

Sin embargo, no me fustigo, no me castigo, no me culpo por no haber escrito más este mes. Me hago una pregunta más útil: ¿por qué dejé de hacerlo? ¿Qué cambió, en mí o a mi alrededor? ¿Y quiero retomar? La respuesta es sí. Por eso escribo esta entrada: no para ponerme al día con lo que no escribí, sino para volver a empezar.

Es como cuando has dejado de ir al gimnasio durante un tiempo. Al principio cuesta volver. Te das cuenta de lo bien que te hacía cuando ibas, de lo que has perdido sin darte cuenta. Pero tampoco se trata de hacer en dos días lo que no has hecho en un mes. No es cuestión de correr ni de exigirse en exceso, casi seguro que si empiezas demasiado fuerte te vas a lesionar, además de perder la motivación y la fuerza para seguir. Se trata de volver con amabilidad. De reencontrar el disfrute en lo que haces. De recordar que esto te sienta bien.

Volver al gimnasio después de un tiempo cuesta. Especialmente el primer día
Hoy escribo porque quiero. Porque escojo continuar. Porque sé que esto me hace bien.

Y si tú también has perdido algún ritmo, algo que te sienta bien, te dejo algunas ideas sencillas que hoy me estoy dando a mí mismo:

  • Vuelve poco a poco. No hace falta compensar todo de golpe. Haz algo pequeño hoy.
  • No empieces desde la culpa, sino desde el deseo de estar bien.
  • Busca el disfrute, no solo el resultado.
  • Sé constante, no intenso. La intensidad se agota rápido; la constancia puede sostenerse.
  • Encuentra tu ritmo, no el que “debería” ser, el tuyo. Ese que te va.

Recuperar el ritmo no es volver al punto exacto en el que lo dejaste. Es abrir un nuevo espacio, parecido, pero no igual. Y, sobre todo, saber que siempre puedes volver. Sin prisa. Sin presión. Como quien vuelve a casa.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima. Haz clic aquí.

lunes, 7 de julio de 2025

Un golpe que despierta

Esta semana he recibido un buen palo. Me cuesta escribir sobre ello: es hacer público lo que vivo como un fracaso. Es contar lo que podría ser como un suspenso en un examen para el que creías estar preparado. Es poner en palabras algo que preferiría silenciar, barrer bajo la alfombra y que pase sin dejar rastro.

Pero esta vez no quiero que pase sin dejar huella. Porque duele. Porque me importa. Y porque a veces, lo que más cuesta decir en voz alta es justo lo que más necesitamos poner en palabras.

Me han denegado el sexenio de investigación. Soy profesor universitario en España, y esta es la evaluación de seis años de actividad investigadora. Un hito que marca el pulso del reconocimiento académico y que, aunque pueda pasar inadvertido desde fuera, pesa. Pesa en el currículum, pesa en las oportunidades, y pesa en la propia mirada hacia uno mismo.

No ha salido. La comisión evaluadora ha dicho que no. Y aunque creo sinceramente que las contribuciones estaban ahí, que se podían haber valorado positivamente, lo cierto es que no ha ocurrido.

No voy a echar balones fuera: he suspendido, no me han suspendido. Asumo la responsabilidad, asumo que puedo hacer algo distinto la próxima vez. Aunque es una decepción, también es una oportunidad para aprender y decidir qué hacer. Cuando asumes, puedes actuar. Cuando te responsabilizas, aunque duela, dejas de ser víctima y vuelves a ser actor. Aunque el escenario no sea el que esperabas.

Ha sido un palo. Un golpe en toda regla. De esos que no solo desaniman, sino que tambalean. Un impacto emocional y profesional. Me pilló desprevenido: esperaba otra cosa. Invertí tiempo, esfuerzo, ilusión… y detrás venía también una expectativa de recompensa. Pero no. No ha sido así

La tristeza y la rabia han estado ahí, y todavía no se han disipado del todo. Pero de la rabia saco energía. La energía del enfado, si no se queda estancada en la queja, puede convertirse en combustible. Una sacudida. Una voz que te dice: despierta. Y eso es lo que ha pasado.

El martes recibí la noticia y desde entonces estoy más enfocado, veo con más claridad, me siento despierto, como si la niebla se hubiera disipado y ahora pudiera ver, aunque no con alegría, sí con nitidez. Este revés ha hecho de espejo, me ha obligado a preguntarme por qué hago lo que hago, a qué le estoy dedicando el tiempo, qué quiero conseguir, qué puedo mejorar, qué quiero cambiar. Ya estaba con esas preguntas en mente y esto me ayuda a ver la respuesta con más claridad.

Esto mismo les ha pasado antes a compañeros que respeto mucho. Académicos brillantes, comprometidos, sólidos y que creo que son mejores investigadores que yo. Por eso me ha sorprendido menos, me sorprendió más en su caso.

Para volver a presentar la solicitud tengo que esperar tres años, y hacer méritos en ese tiempo. Parece mucho, pero tres años pasan volando. Raramente miramos con atención el medio plazo, pero esa es ahora mi hoja de ruta. Mis compañeros siguieron trabajando, y es la única forma de seguir avanzando. Son mis referentes en el camino. Es mucho mejor caminar acompañado.

En ese caminar acompañado, esta semana ha sido especialmente importante contar lo que ha pasado. A veces lo ocultamos por vergüenza, por no querer mostrar vulnerabilidad, por miedo a que nos miren distinto. Pero cuando me atreví a compartir la noticia con algunos compañeros, amigos y familiares, me encontré con algo que no esperaba: ánimo sincero, reconocimiento, comprensión y afecto. Me han recordado quién soy más allá de una evaluación. Me han ayudado a relativizar sin restar importancia. Y, sobre todo, me han hecho sentir que no estoy solo.

Conversaciones breves o largas, mensajes inesperados, abrazos literales o simbólicos… todo eso me ha sostenido más de lo que creía. A veces uno no necesita grandes discursos, solo sentir que hay alguien al otro lado, alguien que te ve, que te escucha y que confía en ti incluso cuando tú mismo tambaleas un poco. Por eso lo agradezco profundamente. Porque en este camino, contar con otros no solo aligera el peso, sino que te devuelve el paso firme. Algunos me preguntaron “¿Qué vas a hacer?”.

Voy a volver y no por revancha. Voy a volver mejor preparado, con más claridad, con más profundidad. No para agradar a ninguna comisión, sino para honrar mi compromiso con la universidad, con el conocimiento, con lo que verdaderamente me apasiona. Eso es lo que importa. El sexenio es una consecuencia, no un fin.

Para poder avanzar con foco estoy soltando cosas. Coincide con que dejo la dirección de departamento. Ha sido un trabajo importante, del que me siento satisfecho y cierro con tranquilidad. Soltar ahora es un regalo, porque necesito reenfocar, dedicarme a la investigación, regresar a cosas que disfruto y con las que aporto, con tiempo y energía. Además, ayuda a marcar una transición, un cambio en mi dedicación.

Hay derrotas que no destruyen, sino que despiertan. Hay rechazos que nos invitan a ajustar el rumbo, a madurar el deseo, a afinar la mirada. Este ha sido uno. Me lo quedo así.

Esta entrada es una declaración de intenciones. No para hacer ruido. No para buscar consuelo. Sino para recordarme a mí mismo, y quizá a quien esté en una situación parecida, que el golpe no es el final. Que también puede ser el inicio de algo mejor.

Esto también va por los chavales que han recibido más suspensos de los que esperaban, para quienes no han sacado las pruebas de acceso a la Universidad como querían. En el fondo vale para todos, porque sin duda, la vida viene con decepciones ocasionales.

La ley de la cosecha dice: “El que siembra, recoge”; pero el que es agricultor no olvida el corolario “Pero no siempre”. A pesar del trabajo hecho, a pesar de cuidar el campo, hay veces que un granizo estropea la cosecha cuando estás a punto de recogerla, cuando ya estás ilusionado por los frutos que ya ves. Pues hay que volver a sembrar, porque lo que está claro es que el que no siembra, no recoge.

En mi caso, volveré a ver esa cosecha a punto de ser recogida en tres años. Pero ya desde ahora:

¡A por ello!


Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima. Haz clic aquí.

miércoles, 18 de junio de 2025

La ventaja del vago estratégico ¿Te apuntas?

Vivimos en una cultura que glorifica el esfuerzo visible. El que más horas pasa frente al ordenador, el que parece más ocupado, el que no se toma descansos… ¿es realmente el que más aporta?

Muchas veces corremos como pollo sin cabeza, ocupados en tareas que apenas tienen impacto, olvidando lo que realmente importa. Vamos rápido, sí… pero sin dirección. Y como bien decía alguien: ¿de qué sirve ir deprisa si vas en sentido contrario?

El foco necesita pausa. Parar, observar, decidir. Solo así se puede avanzar con intención.

Recuerdo con cariño a un compañero de trabajo al que aprecio mucho. Un día entré en su despacho y lo encontré recostado en la silla, con los pies sobre la mesa, mirando al techo. Al ver mi expresión de sorpresa, me dijo con total naturalidad: “Revindico el derecho a pensar”.

No pude más que sonreír. Esa frase se me quedó grabada.

En esta foto, copiando al compañero (aprender de los que saben)
Pausar para pensar, detenerse para decidir, descansar para poder volver con claridad. Es un enfoque que tiene más valor del que solemos reconocer.

Nos han enseñado que “quien más se esfuerza, más logra”, pero eso ya no siempre se cumple. Hoy, con herramientas como la inteligencia artificial capaces de asumir gran parte del trabajo repetitivo, el verdadero aporte no está en hacer más, sino en pensar mejor.

Quienes parecen “vagos” a menudo están siendo estratégicos. Saben que la mente necesita aire. Se permiten pausas para reorganizar ideas, distinguen lo urgente de lo importante, y aplican soluciones simples a problemas que otros complican por exceso de acción.

No se trata de promover la pereza, sino de aprender a parar y descansar para rendir mejor. Aquí van algunas recomendaciones:

  • Redefine la productividad: no midas tu valor por las horas que pasas frente a una pantalla, sino por el valor real de lo que aportas.
  • Tómate pausas conscientes: sal a caminar, respira, cambia de actividad. Muchas veces, la solución llega cuando dejas de buscarla.
  • Cuestiona el “trabajo por estar”: estar ocupado no es lo mismo que estar avanzando.
  • Confía en tus ritmos: hay días para enfocarse y otros para observar y planear. Ambos son necesarios.

En un mundo saturado de tareas, ser “vago” con inteligencia puede ser la forma más poderosa de vivir tu tiempo. Tal vez no somos demasiado tontos para ser vagos. Tal vez aún estamos aprendiendo a ser más sabios con nuestro esfuerzo.

¿Y tú? ¿Te has sentido culpable por tomarte un descanso? ¿Crees que podrías lograr más haciendo menos? Comparte tu experiencia en los comentarios.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima. Haz clic aquí.