miércoles, 18 de junio de 2025

La ventaja del vago estratégico ¿Te apuntas?

Vivimos en una cultura que glorifica el esfuerzo visible. El que más horas pasa frente al ordenador, el que parece más ocupado, el que no se toma descansos… ¿es realmente el que más aporta?

Muchas veces corremos como pollo sin cabeza, ocupados en tareas que apenas tienen impacto, olvidando lo que realmente importa. Vamos rápido, sí… pero sin dirección. Y como bien decía alguien: ¿de qué sirve ir deprisa si vas en sentido contrario?

El foco necesita pausa. Parar, observar, decidir. Solo así se puede avanzar con intención.

Recuerdo con cariño a un compañero de trabajo al que aprecio mucho. Un día entré en su despacho y lo encontré recostado en la silla, con los pies sobre la mesa, mirando al techo. Al ver mi expresión de sorpresa, me dijo con total naturalidad: “Revindico el derecho a pensar”.

No pude más que sonreír. Esa frase se me quedó grabada.

En esta foto, copiando al compañero (aprender de los que saben)
Pausar para pensar, detenerse para decidir, descansar para poder volver con claridad. Es un enfoque que tiene más valor del que solemos reconocer.

Nos han enseñado que “quien más se esfuerza, más logra”, pero eso ya no siempre se cumple. Hoy, con herramientas como la inteligencia artificial capaces de asumir gran parte del trabajo repetitivo, el verdadero aporte no está en hacer más, sino en pensar mejor.

Quienes parecen “vagos” a menudo están siendo estratégicos. Saben que la mente necesita aire. Se permiten pausas para reorganizar ideas, distinguen lo urgente de lo importante, y aplican soluciones simples a problemas que otros complican por exceso de acción.

No se trata de promover la pereza, sino de aprender a parar y descansar para rendir mejor. Aquí van algunas recomendaciones:

  • Redefine la productividad: no midas tu valor por las horas que pasas frente a una pantalla, sino por el valor real de lo que aportas.
  • Tómate pausas conscientes: sal a caminar, respira, cambia de actividad. Muchas veces, la solución llega cuando dejas de buscarla.
  • Cuestiona el “trabajo por estar”: estar ocupado no es lo mismo que estar avanzando.
  • Confía en tus ritmos: hay días para enfocarse y otros para observar y planear. Ambos son necesarios.

En un mundo saturado de tareas, ser “vago” con inteligencia puede ser la forma más poderosa de vivir tu tiempo. Tal vez no somos demasiado tontos para ser vagos. Tal vez aún estamos aprendiendo a ser más sabios con nuestro esfuerzo.

¿Y tú? ¿Te has sentido culpable por tomarte un descanso? ¿Crees que podrías lograr más haciendo menos? Comparte tu experiencia en los comentarios.

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viernes, 13 de junio de 2025

Tal como vives tu cumpleaños… puede que vivas tu vida

Ayer fue mi cumpleaños. Un día más o un día menos; depende de cómo lo quieras ver. Sin duda, para mí, fue un día consciente, de darme cuenta. Una pregunta me rondó todo el día ¿Cómo quiero vivirlo? ¿Qué quiero hacer hoy? ¿Por qué no vivir todos los días así? ¿Qué hace diferente el día de tu cumpleaños?

Desde hace tiempo lo vivo así no tanto como una celebración llena de fuegos artificiales, sino como una oportunidad de parar y mirar. Hacia atrás, para agradecer; hacia delante, para intuir hacia dónde quiero ir. Un momento de balance sereno, de poner palabras a eso que normalmente pasa desapercibido: cómo estoy, cómo vivo, y con quién lo comparto.

Ayer hice cosas que me gustan y me hacen bien: leí, fui al gimnasio, resolví lo urgente en el trabajo (tengo el privilegio de poder escoger el ritmo y los momentos para trabajar más duro o ir más tranquilo) y tomé un café con compañeros con los que da gusto coincidir. Agradecí poder hacerlo, tener esa libertad. Comí con mi familia en un sitio especial, aunque lo más especial fue compartirlo con ellos y hasta disfruté de una siesta de esas que tenemos fama de dormir en España y yo no duermo tan a menudo como quisiera.

No se cumplen 52 años todos los días
Un poco más tarde acudí a un encuentro de la industria burgales, donde Blanca García, de cerámicas Gala compartía la historia de los 60 años de su compañía en la ciudad: una historia que se entrelaza con la mía y con la de muchos otros en Burgos. Reconocí en ella un legado que se mantiene gracias a quienes estuvieron antes… y a los que seguimos ahora. Luego, una caña compartida con amigos de camino, amigos “sistémicos” como decimos algunos. Y la suerte de conocer a los suyos.

Pudo haber sido un día cualquiera. Pero no lo fue. Porque elegí vivirlo desde la presencia, el afecto y la gratitud. Porque estuve disponible para quienes quisieron estar, desde el cuerpo o desde el móvil. Y también para mí. Y ahí, en ese punto de equilibrio, está el regalo.

Me emocionó recibir mensajes de personas que no veo hace tiempo, pero que siguen ahí, en algún rincón afectivo que no se borra. Me alegró responder con voz a quienes la distancia mantiene lejos, y brindar con quienes la vida me tiene cerca. No lo doy por hecho.

Cumplir años es un privilegio, podemos seguir aprendiendo, amando, acompañando y disfrutando. El día de tu cumpleaños puede ser un reflejo de cómo vives tu vida y también un punto de inflexión para decidir cómo quieres vivir.

Lo cotidiano que se vuelve especial cuando se celebra desde el presente. No hace falta nada muy especial para que la celebración merezca la pena. Me gusto la oportunidad de conectar con mucha gente y recibir mensajes que me recuerdan que no estoy solo, que los lazos se mantienen a pesar de la distancia y el tiempo.

Ojalá no esperemos a que llegue nuestro cumpleaños para vivir con esa presencia y gratitud. Cada día encierra la posibilidad de celebrar, de mirar adentro, de agradecer lo que hay y lo que somos. Regalémonos más días así, en los que elegir cómo vivir sea el verdadero festejo.

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viernes, 30 de mayo de 2025

Desconectar para conectar

Vivimos hiperconectados. Cada paso que damos suele estar acompañado por un mapa en tiempo real, una notificación o una búsqueda rápida en Google. Pero ¿qué pasa si decidimos apagar los datos del teléfono y simplemente caminar? ¿Y si, por un rato, confiamos más en nuestros sentidos que en el GPS?

He podido experimentar lo que es andar sin datos en el móvil. En mi estancia en Buenos Aires era complicado cambiar la tarjeta al móvil y los datos de Europa resultaban caros, así que decidí visitar la ciudad a la antigua usanza, cuando no teníamos móvil. Ahora es un poco distinto, porque tampoco encontré mapas en papel, los móviles los han vuelto obsoletos. Para la visita solo me hice con una idea general de la ciudad, de sus barrios, unas cuantas capturas de pantalla y la promesa de conectarme de vez en cuando a alguna red WiFi pública. Lo que encontré fue mucho más que calles y plazas: encontré otra manera de estar.

Sin notificaciones, sin el impulso de buscar reseñas o direcciones exactas, tu mente se calma. Empiezas a observar con más detalle: los colores de las fachadas, los olores que salen de las panaderías, las conversaciones que se escapan de las terrazas. Caminar sin datos es una forma sencilla de conectar con lo que tienes al lado, en lugar de escaparte a lo que te trae el móvil de lejos.

“Internet, los datos, nos alejan de lo de cerca para acercar lo que tenemos lejos”.

Cuando caminas sin mapas, sin la guía constante del GPS, tu atención cambia de enfoque: en lugar de mirar una pantalla, empiezas a observar con más detalle lo que te rodea. Te haces consciente de las esquinas por las que giras, de los edificios que dejas atrás. Estás más presente, más conectado con el momento y con el espacio que pisas. Cada paso cuenta, porque ahora eres tú quien va trazando el mapa mental del recorrido: “por aquí estaba ese mural”, “si vuelvo por esa calle, llegaré al parque”. Al no delegar la orientación en el teléfono, activas tu memoria, tu percepción, tu intuición. Recuperas habilidades que habías cedido a un dispositivo.

Sin la ruta exacta, sin el camino marcado, entras en calles menos transitadas, encuentras plazas tranquilas donde no hay turistas. Lo inesperado se convierte en el mejor itinerario. Y cuando de verdad necesitas orientarte, aparece un café con WiFi donde descansar, revisar el mapa y seguir.

Sin el teléfono como guía no queda otra opción que hablar más con la gente, preguntar direcciones y recomendaciones, o simplemente charlar con el que tienes al lado. Te das cuenta que esas conversaciones son mucho mejores que lo que te cuenta el móvil, descubres personas reales que te hablan desde su diversidad, encuentras conexión real y no la imaginada de las aplicaciones móviles.

Te dejas llevar más por tu instinto que por las estrellas que le han puesto al sitio en una aplicación, más atento a lo que ves y lo que sientes. Acertar o equivocarte es parte de la aventura.

Caminar sin datos es un pequeño acto de rebeldía. No contra la tecnología, sino contra la prisa, la saturación, querer verlo todo y la necesidad constante de control. Es elegir el ritmo lento, el azar, la intuición. Y al hacerlo, la ciudad se revela de otra manera. Más viva. Más tuya.

Me traigo la experiencia, la suerte de caminar sin datos, desconectar para conectar conmigo. Creo que ahora, de vez en cuando, apagaré los datos aquí en Europa para dejar que el instinto me guíe, que el cuerpo marque el ritmo, el camino y el descanso. Total, puedo volver a conectar con la red cuando quiera. También me puedo liberar de esa red que nos atrapa cuando me convenga.

Prueba, apaga los datos, guarda el teléfono y camina. El mapa más interesante está en tu mirada ¿Te animarías a perderte un poco más para encontrarte mejor?

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