¿Cuántas cosas tienes empezadas sin acabar? Por mi parte unas cuantas. Ocupando espacio en mi cabeza, lo inacabado en ocasiones me provoca malestar y no aporta nada.
Puede
ser que esté inacabado porque no quiero continuar con ello, no quiero seguir
ese camino, ni me merece la pena. Aun así, el esfuerzo hecho, las expectativas
que tenía al empezar, no me dejan abandonarlo. Si este es el caso es posible
que haya llegado el momento de soltar esas expectativas, dejar ir el esfuerzo
realizado, el tiempo invertido, y continuar sin esa carga de lo inacabado.
Puedo abandonar cosas a medias si yo quiero, aceptando las consecuencias.
Por
otra parte, está lo inacabado que me gustaría acabar, que voy posponiendo por
distintos motivos, puede ser pereza, porque me disperso con diversos intereses
(empiezo mucho más de lo que acabo). En este mundo, con cada vez más estímulos,
es cada vez más difícil mantener la atención y la constancia.
Puede
ayudar vislumbrar la meta, sentir como será acabar, disfrutar de algún fruto
por anticipado. En un viaje los últimos kilómetros parecen más largos. Pero si
ante esos kilómetros que parecen largos te paras y nunca los haces, no llegarás
a ver ese paisaje que espera, no llegarás a disfrutar de esos frutos, que ya
están maduros.
Si
paras, pospones el llegar, puede que la fruta, ahora madura, se pase o se pudra.
Si después del esfuerzo de plantar, cuidar lo sembrado, no recoges los frutos llegado
el momento, puede ser que ya nunca los puedas recoger y tengas que empezar de
nuevo.
Algunas
veces es el perfeccionismo el que no deja acabar. Todo, siempre, se puede mejorar.
La única forma de acabar es decidir que ya es suficiente, aceptar que no todo
tiene que ser perfecto. Así, esta breve entrada, aunque corta, puede ser
suficiente.
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