Ayer
estuve en Portaventura, un parque de atracciones para quien no lo conozca, al
que acuden multitudes, especialmente en verano y supongo que más después de
haber estado confinados en casa. Este año apetece salir y es posible encontrar
masificaciones.
Si no
compras el pase rápido (fast-pass o pase express), que cuesta bastante más que
la entrada, las esperas son eternas. Es fácil que tengas que esperar más de una
hora o dos en algunas atracciones. Es una sensación extraña, por no definirla
de otra forma, ver cómo llevas esperando una hora y alguien, que ha gastado más
dinero, pasa según llega.
Creo en
la vida lenta, en la que da tiempo a saborear los momentos. Carl Honoré es un gran difusor de esta vida a
otro ritmo, con tiempo para saborear la comida, las conversaciones, el sexo y
tantas otras cosas.
También
creo que se puede saborear la espera y que está haga la experiencia, cuando
llega, más vivida, al ser más esperada. En una sociedad de consumo frenético,
todo va rápido y parece que el pase rápido invita a eso a pasar rápido, sin
saborear.
Mi experiencia
de dos días, uno con pase rápido y otro sin él, me dice que disfrute más el día
con pase rápido. Sin el pase rápido se apoderó de mi cierta sensación de
frustración, de cansancio, de poco disfrute. Parecía que había pagado para
hacer cola, para esperar. No había sido barato precisamente y esperar lo puedo
hacer gratis. La atracción pasaba en una exhalación y ni se me pasaba por la
cabeza volver a hacer una larga cola para repetir, a no ser que la insistencia
de mis hijos me impulsase a hacerlo.
Cola en Portaventura para devolver llave de las taquillas El infierno de las colas |
Quizá
fuese más fácil si el parque estuviese dimensionado para que las esperas fuesen
razonables y no admitiese más personas. Pero como negocio, cuantas más entradas
vendan mejor. Para el usuario, cuantas más entradas, más esperas y más
tendencia a comprar el pase rápido y gastar más.
Con el
dinero compras hacer menos colas, compras menos esperas. Lo que en este caso me
duele un poco, por todos lo que no pueden permitírselo. Ahí está la desigualdad
social.
Por otra
parte, con el dinero puedes subcontratar muchas cosas: que arreglen una persiana,
que cuiden el jardín, clases que necesiten tus hijos, etc. Son cosas que puedes
hacer por ti mismo, pero el tiempo que dedicarías a ellas lo puedes dedicar a
otras cosas porque lo has delegado con dinero.
También,
otros consiguen unos ingresos, les viene bien que tu subcontrates, pagues por
ello y no lo hagas todo. El la productividad que se deriva de la especialización.
Puedo hacer la fontanería, pero seguro que un fontanero lo hará mejor, más
rápido y más eficientemente, a cambio de un pago.
Para
eso debo generar ingresos, a no ser que me sobre el dinero, que no suele ser el
caso ¿Cuánto trabajar? Depende de lo que necesites, depende de tus
expectativas, de cuanto quieras-necesites gastar. Los trabajadores vendemos nuestro
tiempo por dinero, puede que 40 horas semanales por un salario ¿Es ese el
precio de nuestro tiempo? ¿Cuánto vale una hora tuya?
Por
equilibrar esta entrada entre dinero y tiempo, atribuyen en distintos textos al
Dalai Lama la siguiente afirmación:
“Lo que más me sorprende del hombre occidental es que pierden salud para ganar dinero, después pierden el dinero para recuperar la salud. Y por pensar apasionadamente en el futuro no disfrutan el presente, por lo que no viven ni el presente ni el futuro. Y viven como si no tuviesen que morir nunca. Y mueren como si nunca hubieran vivido”.
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