No
estamos solos, vivimos acompañados, rodeados de otros. En una sociedad cada vez
más compleja, dependemos en mayor medida unos de otros. Mis abuelos eran
capaces de vivir con lo que producían, más apegados a la tierra, agricultores
con algunos animales, cultivaban y recogían lo necesario.
Somos
interdependientes, dependemos unos de otros, vivimos del
intercambio, ahora más que antes. Ahora sobreviviríamos menos sin esa
colaboración. Cada quien tiene su profesión y el dinero o su equivalente
facilita comprar lo necesario.
El
intercambio económico cumple su función y vivimos el espejismo de la
independencia, suponiendo que podemos “comprar” lo necesario, cuando muchas
veces lo más importante no tiene precio.
Se nos
olvida la colaboración más valiosa, más
allá de lo económico: el papel del buen vecino, que echa una mano cuando
hace falta; la mano amiga, que nos ayuda a levantarnos; los compañeros de viaje
y de vida, con los que recorremos parte del camino y tantos otros regalos que
se nos entregan gratis.
A
algunos nos cuesta pedir, hemos
aprendido y grabado a fuego que pedir es mostrarse débil. Creemos que con
esfuerzo podemos cualquier cosa y nos resistimos a ponérnoslo fácil. Incluso
nos negamos a ver cuándo necesitamos ayuda.
Hay
quien se enfada porque un compañero de trabajo, la pareja o sus hijos no han
hecho lo que esperaba, o lo han hecho de otra manera. Expectativas imposibles
de cumplir si no se expresan.
Sin
pedir negamos al otro la posibilidad de ayudarnos. La satisfacción de aportar. No podemos pretender que el otro se
adelante a lo que necesitamos, que nos lea el pensamiento.
Pedir
supone el riesgo de recibir un “no”. Es un acto de valentía. Estar dispuesto a aceptar un “no” por
respuesta, porque el otro no está obligado a ayudarnos. Lo más bonito de
dar es no estar obligado a ello.
Sin
pedir es más difícil que te den. Mi abuelo siempre pedía descuento, decía que
el no ya lo tenía. Solo veía la ventaja de pedir, si te negaban el descuento
pues estabas como al principio.
El
intercambio nos favorece a todos. Tenemos distintas
cualidades, habilidades, conocimientos, capacidades. Algo que me puede suponer
un gran esfuerzo al que me acompaña no le cuesta, incluso le entretiene y le
agrada. Aprovechemos la diversidad siendo trasparentes, mostrando lo que
queremos o necesitamos, pidiendo para poner fácil que nos ayuden.
El
trabajo en equipo supone aprovechar las capacidades diferentes de cada uno.
Compartimos un destino común.
Todos
hemos recibido ayuda, especialmente en los comienzos. Tan importante como pedir
es saber aceptar los regalos que nos encontramos. No rechazar las manos que se
nos brindan.
Estos
10 días hemos estado confinados por el dichoso COVID, nos ha tocado cerca.
Hemos tenido muchas personas amigas pendientes de lo que necesitábamos. Sin
pedir hacemos más difícil que nos ayuden, les obligamos a adivinar.
Es
gustoso dar y recibir. Poder agradecer cuando nos ayudan y ser capaz de prestar
ayuda. Pedir y dar nos une, es una forma de comunicación, un lazo que nos
trasciende. Juntos cada uno de nosotros somos más.
Pide
de la forma adecuada:
- Sabiendo lo que quieres. Podrás pedir claramente.
- A quien pueda dar. No suele ser práctico pedir peras al olmo.
- De forma concreta, sin irte por las ramas, que no tengan que adivinar qué es lo que quieres (no tiene por qué salir del otro).
- En la medida adecuada. Dice el refrán que el que al pedir abusa, a cambio, recibe una excusa.
Puede
que pedir no sea fácil, pero ya lo recoge la biblia, “pedid y se os dará”.
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