En la entrada anterior, hace siete días, contaba el reto de Juan, mi hijo de 12 años. El reto consistía en pasar cinco días sin pantallas, algo que parecería obvio para cualquier niño de hace 100 años y que ahora, en muchos casos, es harto complicado.
Publicar
el reto la semana pasada me ha traído muchos comentarios y muchas preguntas. La
mayor curiosidad es cómo habíamos conseguido que aceptase el reto. Al final de
esta entrada cuento el truco, del que no me siento especialmente orgulloso.
Primero
los resultados. Sin temor a pasarme, ha sido sorprendente la cantidad de
implicaciones que tiene alejarse de las pantallas. Cinco días no son muchos,
pero el cambio ha sido apreciable.
Las
pantallas son como una chupeta para los
adolescentes (también para los niños y para los adultos). Ante cualquier revés,
aburrimiento, echamos mano de la chupeta, de la pantalla.
He podido
observar como la pantalla nos quita las
ganas de hacer otras cosas. Le había propuesto varias veces a Juan salir en
bicicleta, siempre me había dicho que no le apetecía mucho y se entretenía con
algo más cómodo, conectarse a una pantalla. Nada más comenzar el reto me dijo “Papa,
vamos a dar una vuelta en bici”. Por mi parte encantado, además sin tener que
empujar para que viniese.
La
imaginación se activa ante el posible aburrimiento. Sin la opción fácil de
conectarse no hacía más que proponer
ideas y planes a todos los de alrededor. Hemos jugado bastante a las cartas
y nos hemos reído mucho todos juntos, en lugar de estar cada uno a lo suyo.
Decía
Leyre, mi hija de 19 años, que parecía que el reto era para todos, cambió la dinámica familiar. Juan
estaba más presente de lo habitual, requería más atención. Nos hizo soltar
a todos más el móvil y las pantallas (lo suyo es que lo hubiésemos acompañado
en el reto), favoreció la comunicación entre todos y el pasar ratos juntos.
Los mayores,
los padres, cuando estamos cansados, podemos tirar por la solución fácil: dejarlos
con una pantalla para que nos dejen tranquilos, poner la chupeta al niño o
adolescente de turno.
Juan también
propuso ir a jugar al pádel, ir a la playa, pasamos más tiempo conversando y
surgieron muchos temas e ideas. Lo triste es que las pantallas nos desconectan de los que tenemos al lado y están
presentes físicamente. Puede que nos conecten con los que están lejos o que
nos hagan perdernos en un mundo virtual. Lo que está claro es que nos perdemos la realidad que nos
acompaña.
Ahora
el truco, la trampa. Hubo chantaje para que Juan aceptase el reto. Además, un
chantaje poco apropiado para poder mantenerse lejos de las pantallas. Más bien
al contrario, se lo pone más difícil.
Juan quería la Nintendo 3DS y la quiere pronto, así que la propuesta fue que si
estaba cinco días sin pantallas podía comprársela y nosotros le pagábamos la
mitad. Dicho y hecho, reto conseguido y ya hemos pedido la nueva pantalla.
Más difícil todavía, con una pantalla más |
Espero
que repitamos, podamos encontrar días sin pantallas para estar juntos y
presentes, con nuevas actividades. Juan ha aprendido que, si quiere, puede. Todos hemos visto los beneficios que supone. De
momento, a la vuelta, se ha dado un buen atracón de pantallas, menos mal que
por la tarde nos vamos al pueblo y las pantallas se quedan atrás.
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