Como muchas personas yo también me hice con una pulsera inteligente, que te informa de los pasos que has dado, cuanto has dormido y en la que además puedes ver si te llega un correo electrónico, un WhatsApp, alguna notificación en Facebook, LinkedIn o en otras muchas aplicaciones. Avisa de cuando sucede algo en tu mundo electrónico con una vibración.
No me
daba cuenta de cuanto vibraba la pulsera hasta que se rompió la correa y la dejé
a un lado. He recuperado mi Casio de toda la vida, el F91W que ya es mítico,
con su reloj, alarma y cronómetro tengo más que de sobra.
Era un
adicto, o supongo que lo sigo siendo, si me pongo otra vez la pulsera enseguida
volveré a los antiguos caminos conocidos, dejándome arrastrar por cada vibración,
por cada toque de atención. Esto me dejaba con menos foco, con distracciones
constantes que secuestraban mi atención y me desviaban de lo que quería hacer.
Esto
se llama adicción, quizá a ti también te pase, cuando haces de manera automática,
sin darte cuenta, algo que no te sienta bien. En este caso, consultar
constantemente cuando cualquier aplicación a la que le das permiso te envía una
notificación.
También
la semana pasada he leído el libro “Enganchado (hooked)” de Nir Eyal. Donde se
explica como las empresas tecnológicas crean productos que forman hábitos, que
nos enganchan. Forman el hábito de que volvamos una y otra vez. Un hábito es
una especie de adicción.
Los
hábitos se disparan por un estímulo externo o interno. Nir explica como
inicialmente necesitamos estímulos externos como puede ser la vibración de la
pulsera que hace que consultemos el móvil, después ya aparecen los internos que
nos llevan sin necesidad de vibración, por ejemplo, te vas para tu red social
favorita ante el menor sentimiento de aburrimiento (esto es señal de enganche).
El
disparador acaba generando ansiedad si no llevas a cabo la acción, el
comportamiento con el que estás anticipando la recompensa. La recompensa puede darse
o no con el comportamiento, varía, y eso engancha todavía más. Hay veces que la
notificación te lleva a algo que te agrada o te interesa, otras veces es simple
despiste.
Los productos
están creados para generarnos compulsión, para que automáticamente respondamos
a lo que nos piden. La pulsera es una vía para que nos lancen su publicidad, su
anzuelo, y nosotros picamos sin cesar y sin darnos cuenta del precio que
pagamos. Al menos eso me ha pasado a mí.
Dicen que
el primer paso para salir de la adicción es darse cuenta, por eso que se rompa
la pulsera ha sido un regalo que me deja más foco y atención para lo que
realmente quiero. Tener notificaciones constantes es como tener a alguien esté
entrando por tu puerta cada poco tiempo, rompiendo tu concentración al comentarte
algo corto.
De
momento me quedo con mi reloj clásico. Echo de menos la pulsera, pero no tanto
como pensaba. Seguro que tardo más en contestar al WhatsApp, pero no es tan
grave. Lo miro menos veces y eso me deja más tiempo para estar con los que
están cerca y haciendo lo que escojo hacer en cada momento. La pulsera me
restaba presencia y yo ni me daba cuenta (o un poco sí, pero no quería
prestarle atención).
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