domingo, 30 de marzo de 2025

Un día de 23 horas ¿Es una pesadilla?

Hoy me he despertado tarde, el reloj del móvil marcaba una hora más de lo habitual, aunque la luz que entraba en casa era casi la misma de otros días al levantarme. Me fui a la cama más o menos a la misma hora, he dormido prácticamente lo mismo y es una hora más tarde. Hoy es el domingo en el que hacemos el cambio de hora de primavera, a las dos de la mañana han pasado a ser las tres, una hora ha desaparecido, este domingo tendremos solo 23 horas, una hora menos.

Un día de 23 horas puede ser una auténtica pesadilla si necesitas cada minuto, si con 24 horas ya no tenías tiempo suficiente. Será que somos demasiado ambiciosos con lo que podemos hacer con nuestro tiempo. Afortunadamente el cambio se hace en domingo, cuando la agenda suele ir menos apretada.

“En un mundo donde siempre falta tiempo, que te quiten una hora de golpe puede sentirse como un robo”

Cada primavera, un día como este, perdemos una hora, algunos de sueño, otros de actividad y entramos en un pequeño caos temporal. Si quedas hoy con un grupo siempre habrá algún despistado que llegue una hora tarde ¡No se había dado cuenta del cambio de hora! A la hora de comer no tienes todavía hambre, el cuerpo se siente extraño, hay un vago desconcierto flotando en el aire.

Lo curioso del cambio de hora es que, aunque los relojes digitales se ajustan automáticamente, nuestro reloj interno no lo hace con la misma rapidez. Vivimos con dos relojes simultáneamente: el que marca el tiempo oficial y el biológico, que irá ajustándose poco a poco. Para la mayoría, el cuerpo tardará entre cinco y seis días en sincronizarse, hay quienes lo hacen en un solo día y otros que necesitarán casi un mes. Es un pequeño jet-lag de una hora, una especie de reajuste forzado que nos saca de nuestra rutina habitual.

Con una hora menos podemos damos cuenta de cuánto se puede hacer en ese lapso: leer unas páginas de un libro, dar un paseo, hacer ejercicio o simplemente descansar. Nos obliga a valorar cada instante y a preguntarnos cuánto tiempo dejamos escapar sin darnos cuenta. Quizá esta sensación de pérdida, de escasez, nos ayude a aprovechar mejor cada momento, independientemente de la hora que marque el reloj.

Los domingos solemos movernos con más libertad, siguiendo el ritmo de nuestro reloj biológico, sin tanta presión por la hora. Pero mañana será lunes, el primero con el nuevo horario, y nos tocará encajar en la rutina impuesta. Veremos si nuestro cuerpo empieza a aceptar el cambio o si seguimos arrastrando la sensación de haber perdido algo. Al final, el tiempo no se detiene, con o sin cambio de hora, aunque nosotros vayamos un poco a destiempo.

La hora que perdemos este domingo nos la devolverán en otoño, con un domingo de 25 horas, como si el tiempo pudiera prestarse y devolverse sin más. Pero, mientras tanto, ¿cómo nos afecta? Para algunos, solo es una anécdota; para otros, una alteración real del sueño y del estado de ánimo. Hay quienes se sienten más cansados, quienes tienen hambre a horas raras y quienes simplemente no notan nada. ¿Y tú? ¿Cómo llevas vivir con una hora menos?

Si quieres ver cuando publico una nueva entrada, puedes seguirme en LinkedIn. Pulsa aquí

domingo, 23 de marzo de 2025

Poner fácil hacer lo que te conviene

Hay días que ponerme a escribir es más fácil, casi fluye sin esfuerzo. Curiosamente, esos días casi siempre coinciden con una misma situación: mi ordenador ya está enchufado, el tiempo reservado y tengo tres líneas escritas con la idea sobre la que escribir. No tengo que decidir si escribir o no, todo está dispuesto para que lo haga sin pensar demasiado.

También hay días en los que voy al gimnasio de forma automática. Acabo de almorzar, la ropa de deporte está a mano y la mochila está preparada con lo necesario. Simplemente me dejo llevar y aparezco montado en la elíptica.

Estos pequeños detalle me llevan a reflexionar sobre cómo podemos alterar nuestro entorno para hacer que nuestras mejores decisiones, las que nos sientan bien, sean las más fáciles de tomar. La fuerza de voluntad es limitada y, si dependemos de ella para todo, tarde o temprano fallamos. En cambio, si diseñamos nuestro entorno con inteligencia, podemos reducir la necesidad de disciplina y hacer que nuestros hábitos positivos sucedan casi por inercia.

Netflix lo sabe bien, por eso cuando terminamos un capítulo de una serie, por defecto, el siguiente empieza automáticamente, a menos que hagamos algo para detenerlo. Tenemos que hacer un esfuerzo para resistir esa tentación.

O buscar estrategias como Ulises, que no podría resistirse al canto de las sirenas, así que pidió que lo ataran al mástil de su barco. En nuestro caso, si pasamos demasiado tiempo en redes sociales, podríamos eliminar las aplicaciones del móvil, esconder el mando a distancia de la tele, tapar el chocolate en la despensa para no verlo o quitar las notificaciones del móvil.

Poner más difícil hacer lo que no nos conviene, modificar nuestro entorno para que las tentaciones, que nos llevan por el camino que no queremos, pierdan fuerza, sean menos atractivas o menos visibles.

A la vez, poner fácil hacer lo que nos conviene: Si queremos hacer ejercicio por la mañana, dejar la ropa de deporte preparada la noche anterior; Si queremos comer saludable, dejar fruta a la vista en lugar de galletas; Si queremos practicar un idioma, cambiar el idioma de nuestro móvil y nuestras aplicaciones; Si queremos beber más agua, tener siempre una botella cerca.

Para generar cambios sostenibles, debemos eliminar la fricción entre nosotros y los hábitos que queremos adoptar. Si algo nos conviene, debemos ponérnoslo fácil.

Pequeños ajustes en nuestro entorno pueden marcar una gran diferencia. No se trata de tener más fuerza de voluntad, sino de diseñar nuestro espacio y rutinas de manera que nuestras mejores decisiones sean las más sencillas de tomar. ¿Qué cambios podrías hacer hoy para facilitarte la vida?

Si quieres ver cuando publico una nueva entrada, puedes seguirme en LinkedIn. Pulsa aquí

domingo, 16 de marzo de 2025

La importancia de la claridad de cada día

Comenzar el día sin una dirección clara es como subirse a un barco sin rumbo: podemos avanzar, pero corremos el riesgo de dar vueltas sin sentido, desperdiciando energía en distracciones y tareas poco importantes. Tener claridad sobre lo que queremos hacer y lograr nos permite aprovechar mejor el tiempo, mantenernos enfocados y, sobre todo, sentirnos más satisfechos al final del día.

La planificación diaria es el hilo que te guía para hacer lo que quieres cada día. Tener clara la visión de lo que te dejará contento al final del día
Por mi parte, cuando tengo claro qué voy a hacer, todo cambia. Me resulta más fácil apartarme de las distracciones, evito interrupciones innecesarias y dejo de posponer tareas importantes. Incluso aspectos como el ejercicio se ven beneficiados: si sé a qué hora voy a ir al gimnasio y recuerdo por qué es bueno para mí, es mucho más probable que lo haga, lo que me deja con mejor cuerpo, además de satisfecho. También noto que, si tengo un plan, es más fácil que priorice una siesta reparadora en lugar de perder el tiempo con el móvil. Paradójicamente, cuando sé lo que tengo que hacer, puedo incluso permitirme fluir de manera más consciente durante la tarde, sin sentir que estoy procrastinando; incluso puedo reservar tiempo para lo que surja, sabiendo que todos los días surge algo. Es más probable que tome una caña con los amigos o que lea con mi hijo un rato. Primero está el propósito, seguido por el plan, con lo que es más fácil la puesta en marcha.

Tener un día productivo no significa llenarlo de tareas sin descanso. Al contrario, se trata de asegurarnos de que lo que hacemos tiene un propósito. Y para lograrlo, hay un ejercicio muy sencillo que puede marcar la diferencia: dedicar cinco minutos al comenzar la jornada a visualizar el día. Preguntarnos:

¿Qué quiero o necesito haber hecho al final del día?

Nos ayuda a establecer prioridades, tomar mejores decisiones y terminar el día con la satisfacción de haber avanzado en lo que realmente importa.

Tener claro lo que quiero, los pasos a dar, las actividades del día, para evitar correr de un lado a otro sin llegar a ningún lugar.

El momento de la verdad no está en los grandes planes ni en las metas a largo plazo, sino en el día a día. Un objetivo anual solo se cumple si cada jornada aporta un pequeño avance. Lo que realmente cuenta no es lo que queremos hacer en el futuro, sino lo que hacemos hoy. No mañana ni pasado, sino ahora. Por eso, tener claridad sobre el día es fundamental: cada decisión, cada tarea completada y cada hábito reforzado son los ladrillos con los que construimos nuestros logros.

Si perdemos de vista el presente, los planes quedan en intenciones y el tiempo se nos escapa sin resultados.

Cinco minutos que pueden marcar la diferencia ¿Qué tal si pruebas mañana? ¿Qué tal si pruebas cada día? Cinco minutos para planear pueden hacer que tu día sea completamente diferente. 🚀

Si quieres ver cuando publico una nueva entrada, puedes seguirme en LinkedIn. Pulsa aquí