miércoles, 27 de enero de 2016

Marrones y cómo afrontarlos

Seguro que te has visto alguna vez envuelto en un marrón, yo ahora estoy en uno y creo que puede ser buena receta reflexionar el cómo afrontarlo.

Lo primero es la definición de marrón (no el color), según la Real Academia de la Lengua es una situación u obligación molesta, desagradable o embarazosa. Además, comerse un marrón, es cargar con la culpa o hacer frente a una situación difícil o embarazosa.

En el marrón la situación suele suponer falta de control, resultado incierto y viene acompañada de nerviosismo, ansiedad, irritabilidad, cabreos con los de alrededor, dificultad para conciliar el sueño, cansancio, falta de concentración, lo que reduce la capacidad de afrontar el marrón, perjudica nuestras relaciones y nos lleva a la preocupación.
Angustia - preocupación de Blico_O
La pre-ocupación, como su propio nombre indica, supone ocuparse por anticipado, suponiendo problemas que aún no se han presentado y que si reflexionamos resulta que en el 90% de las ocasiones no se presentan. Dejemos de pre-ocuparnos por lo que vendrá y pasemos a ocuparnos de lo que tenemos entre manos. Pre-ocuparnos no aporta nada y nos resta capacidad para lidiar con la situación.

El libro “Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida” de Dale Carnegie me inspira un enfoque que me gusta para enfrentarse a los marrones:
  1. Reunir todos los datos, conseguir información - ¿Qué me preocupa?
  2. Analizar la situación a la luz de la información. Generar alternativas - ¿Qué puedo hacer?
  3. Decidir en función del análisis - ¿Qué voy a hacer?
  4. Actuar conforme a lo decidido - ¿Cuándo empiezo?

Quizá llegues a la conclusión de que no se puede hacer nada, que es un marrón irresoluble, para lo que es bueno recordar la oración de la serenidad: “Señor, concédeme fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar, serenidad para aceptar aquello que no puedo cambiar y sabiduría para entender la diferencia”.

Si tiene solución - Acción
Si no tiene solución - Aceptación

En algunos casos tienes la posibilidad de actuar para aumentar las posibilidades de un final feliz, pues haz lo que puedas y no más de lo que puedas, que pueda condicionarte en el futuro. En ocasiones, si no nos paramos a pensar, hacemos demasiado, más de lo necesario, con lo que no nos ayudamos a nosotros ni a los demás. Pregúntate el para qué y dónde te deja hacer más de lo necesario.

En ocasiones con nuestro afán por ayudar atraemos auto-marrones, nos creamos obligaciones y generamos dependencias de los demás hacia nosotros para después quejarnos de lo mucho que hacemos. Es difícil darse cuenta de nuestro papel en estos casos.

¿Por qué te ha caído el marrón a ti? (en mi caso tengo parte de responsabilidad, que no culpa, en su aparición) y qué es lo que tienes que aprender de la experiencia, porque si no aprendes seguirán surgiendo marrones hasta que aprendas lo que tienes que aprender.

En mi caso estoy interiorizando que es mejor ponerse colorado una vez que rojo todos los días, es mejor decir “NO” en el momento adecuado si no soy la mejor persona para sacar adelante el proyecto aunque me animen y me doren la píldora. Si el marrón no es tuyo no tienes por qué aceptarlo, no hace falta comerse marrones que no son tuyos y lo justo es que lo solucione quien tiene la responsabilidad.

viernes, 22 de enero de 2016

¡Respira!

Cuenta Leo Harlem en uno de sus monólogos que llega a Yoga y lo primero que dicen es “Os voy a enseñar a respirar, como si no lo viniésemos haciendo desde que hemos nacido, además ¡No lo haré tan mal que sigo estando vivo!”
Respiramos en automático, sin pensar, todos los días y continuamente. Y cómo otras muchas cosas, que respiremos en automático no significa que lo hagamos bien ni que nos sea útil. Hacer en automático libera espacio en nuestra mente para procesar otras cosas, lo que nos es útil. Otras veces es mejor hacernos conscientes, así que es positivo encontrar el equilibrio entre darnos cuenta y aprovechar nuestros automatismos.

En muchos ejercicios de moda, como en yoga, tai chi chuan o pilates entre otros, la respiración es esencial. A través de la respiración reconectamos con nuestro cuerpo y con nuestra esencia. Uno de los primeros pasos es re-aprender a respirar.

Esta semana en un curso de Carnegie, hablando de discutir y tener razón, Álvaro ha comentado que su abuelo decía “¡RESPIRA!” como receta para evitar enfrentamientos. Una respiración profunda o mejor tres puede ser una receta barata y efectiva en múltiples ocasiones:
  1. Antes de discutir, partiendo de que no se puede ganar en una discusión, como bien recoge Dale Carnegie en sus principios, lo mejor será evitar discutir. Dos no discuten si uno no quiere. Cuando te sientas con ganas de contestar excesivamente a alguien, párate y respira. Es como la vieja receta de contar hasta diez. No luches contra molinos de viento.
  2. Antes de tomar una decisión importante, que te puede estar generando estrés, respira, oxigena el cerebro, ayuda a pensar con mayor claridad. Tómate un tiempo para parar.
  3. Antes de comprometerte a hacer algo, que te puede sobrecargar, respira, no hay prisa en contestar en automático, no tienes por qué dejarte llevar por el ansia de complacer, tienes capacidad de decir no y respirar te puede ayudar a dar la respuesta adecuada. Es mejor ponerse rojo un día que colorado todos los días.
  4. Cuando estés descentrado, la respiración te vuelve a centrar, te permite recuperar el control, calmarte.

La respiración profunda nos separa de nuestra reacción automática (el cerebro reptiliano, la amígdala) y nos permite ver con una perspectiva nueva, permitiéndonos razonar y encontrar soluciones más efectivas.

Tomarnos tiempo nos hace conscientes de que nosotros tenemos nuestra verdad, que no es “La Verdad” y que es importante comprender el punto de vista del otro (empatía) y dejarnos espacio para poder ver y apreciar con mayor amplitud.

La respiración nos ayuda a centrarnos, a no reaccionar, a tomar mejores decisiones y a valorar las opiniones ajenas. Además la respiración consciente produce el placer de la conexión con uno mismo y con el mundo que te rodea. Con tanto beneficio te animo a respirar de vez en cuando de forma consciente.


¡Respira! Es mejor no probar a ver qué pasa si dejamos de respirar.

viernes, 15 de enero de 2016

Pedir ayuda, una lección que tengo que aprender

Desde pequeño me han enseñado a ser lo más autosuficiente posible, a ser fuerte o al menos parecerlo, a hacer las cosas por mí mismo o al menos a intentarlo y yo solito me he grabado en el subconsciente una creencia falsa como es “puedo con todo”. Creencia que a veces tiene sus ventajas y en otras ocasiones nos abruma.

Está de moda el mito de la super-mujer que puede con todo en casa y en el trabajo (super-mama y super-profesional). Y está el otro mito no tan conocido del super-papa, del que se habla menos, que quiere lo mismo, ser un papa estupendo y un gran profesional. No somos tan distintos. En ocasiones lo sufrimos en silencio y otras veces nos quejamos a gritos.

La verdad es que “NO puedo con todo”, me duele escribirlo y me ayuda a ser más consciente de que esa es la realidad. Una de las herramientas que ya uso es dejar cosas, ya que no se puede hacer todo, elegir que hacer y también que NO hacer.

Aun así no es suficiente, dentro de mi, siento que tengo que pedir ayuda y estoy en el camino de aprender a pedirla, todavía me cuesta mucho. Nos hemos creído o al menos yo lo he hecho, que es como reconocer que no damos la talla. Puede haber más motivos, sentimos que quedamos en deuda con quien nos presta ayuda, que molestamos, que no tenemos derecho a quejarnos o que nos van a decir que no.

Normalmente todos estamos encantados de ayudar, estrecha los lazos entre quien pide y quien da y es la red social, la comunidad, la que nos da la fuerza para superar los obstáculos. Somos sociales por naturaleza y la ayuda mutua la llevamos en los genes.

Lo curioso es que a la mayoría les cuesta (nos cuesta) menos ayudar que pedir ayuda, si no me crees pregunta a los que tienes alrededor. Pidiendo ayuda y aceptando que nos la presten reforzamos a quienes nos echa una mano. Una de las más potentes medicinas para salir de la depresión es ayudar a otros. Lo cierto es que nos sentimos mejor cuando aportamos a alguien y mucho mejor si es alguien cercano.


Estoy en el proceso de aprender a pedir ayuda y para ello me he hecho un guión, voy a ver si lo practico que es la única forma de aprender. Para encontrar ayuda:
  1. Saber qué es lo que necesitas.
  2. Encontrar quién te puede ayudar.
  3. Hacer fácil que pueda ayudarte: pedir ayuda, ser específico, decir de qué forma concreta te pueden ayudar.
  4. Aceptar la ayuda.
  5. Agradece la ayuda, reconoce lo que te han aportado, cuida a los que tienes cerca porque valen más que el oro.
El cuarto paso nos cuesta especialmente, más si la ayuda nos la prestan sin solicitarla o se ofrecen a hacerlo. Imagina que has montado una cena en casa con amigos, a la hora de irse alguien se ofrece a fregar los platos ¿Qué le dices? Seguramente la respuesta automática es “no te preocupes” y tratas de que no los friegue. No nos dejamos ayudar en cosas tan simples y seguro que montaríamos muchas más cenas y lo pasaríamos mejor todos si nos dejamos ayudar.

De la ayuda mutua nacen y se fortalecen las relaciones y no es que sean relaciones interesadas, nos encanta prestar ayuda a cualquiera y mucho más a quienes nos la han prestado antes.

Prueba a buscar ayuda cuando la necesites, dejarte ayudar cuando alguien te quiera echar una mano, agradece esa ayuda y permite que los que te rodean puedan sentirse bien porque sienten que te han aportado. Yo lo voy a hacer.


Voy a empezar pidiendo ayuda para que difundas este post y los que voy escribiendo entre quienes creas que les puede gustar. Y me encantará cualquier sugerencia para mejorar lo que escribo.

jueves, 7 de enero de 2016

Lo que crees creas, si no te gustan tus resultados revisa tus creencias

Mi hija con casi 11 años nos ha hecho creer hasta el último momento que sigue creyendo en los Reyes Magos, así es mucho más fácil que vengan y hace más ilusión. Lo que creemos y lo que creen los que nos rodean influye en lo que hacemos y por lo tanto en lo que nos pasa y en nuestros resultados.

Nuestro sistema de creencias determina nuestro modo de ver el mundo, establece nuestra forma de pensar, lo que nos lleva a actuar de una determinada manera y a conseguir unos determinados resultados.

Creencias → Pensamientos → Acciones → Resultados

Esto se ve mejor con un ejemplo: si estoy convencido de que soy malo en matemáticas (creencia), pienso que voy a suspender aunque estudie lo que me lleva a pensar que  no merece la pena sacrificar un partido, ver una película o una buena conversación para estudiar (pensamientos), lo que me lleva a hacer menos esfuerzos para estudiar o no estudiar, total voy a suspender (acciones), lo que me lleva efectivamente a suspender (resultado). Además el resultado tiende a reforzar la creencia inicial (soy malo en matemáticas), con lo que entro en un círculo vicioso.

Puede que crea lo contrario: soy bueno en matemáticas o que siempre que estudio aprendo (creencia), lo que me lleva a pensar que si estudio sacaré adelante la asignatura y estableceré una buena base para el futuro (pensamientos), lo que me anima a estudiar y a hacer problemas que disfruto porque se me dan bien (acciones) y finalmente saco buenas calificaciones (resultado), lo que refuerza mis creencias iniciales de que si estudio aprendo y que soy bueno en matemáticas.

Cómo decía Henry Ford “tanto si crees que puedes como si crees que no puedes estás en lo cierto” Porque las creencias nos llevan a las acciones que refuerzan esas propias creencias, nos llevan a los resultados que respaldan esas creencias (lo que crees creas). Así que si no te gustan tus resultados revisa tus creencias.

Las creencias acaban siendo nuestro filtro para ver el mundo y sólo vemos lo que creemos, no es que creamos lo que vemos y de ello tenemos múltiples ejemplos como la imagen de la mujer joven o vieja (según nuestra primera impresión).
Solo vemos lo que estamos preparados para ver, mira si eres capaz de contar el número de veces que los de la camiseta blanca se pasan el balón en el siguiente vídeo (ya un clásico).
¿Qué es cierto?: Si lo creo lo veo o si lo veo lo creo. Muchos no creen hasta ver y entonces no ven. Si nos paramos a pensar no creemos lo que vemos, vemos según lo que creemos, con lo que, dando un paso más acabamos creando lo que creemos.

Lo que creemos afecta a los demás y a su rendimiento, como pone de manifiesto el Efecto Pigmalión. Si los profesores creen que los alumnos son buenos y los tratan así serán buenos estudiantes (Ver estudio de Rosenthal y Jacobson). Lo que tiene relación con la profecía autocumplida, cuando pronosticas que algo va a suceder acaba sucediendo. Cuida lo que dices a tus hijos, a la gente que te rodea, es probable que se lo crean.
  
Encontramos distintos orígenes para nuestras creencias: Hay creencias que heredamos de nuestros mayores, cuando somos pequeños creemos lo que nos cuentan, prácticamente cualquier cosa hasta los 8 o 10 años. También vamos generando nuestras propias creencias según nuestra experiencia generalizándola, como ejemplo un día dimos mal una patada a un balón generalizamos que somos malos en deportes, con lo que trataremos de no exponernos y no practicar ningún deporte, con lo que acabaremos siendo malos deportistas convencidos o bien damos la patada bien o alguien nos anima, creemos que somos buenos para los deportes, seguimos practicando y acabamos siendo buenos. O podemos establecerlas por otros métodos, como puede ser la repetición, diciéndonos muchas veces por ejemplo “si quieres puedes” lo que te anima a hacer. Estos últimos métodos nos pueden ayudar a cambiar si queremos nuestras creencias.

Tendemos a no cambiar nuestra forma de ser, nuestra forma de ver el mundo, nuestras creencias por distintos motivos:
  • Orgullo: no nos gusta aceptar que nos podemos equivocar.
  • Culpa: por los errores cometidos por esos juicios errados.
  • Pereza: pocas ganas de hacer esfuerzos para cambiar.
  • Miedo: a lo que nos puede traer lo nuevo, nos aferramos al dicho de más vale malo conocido que bueno por conocer.
Las creencias no son neutras, pueden ser positivas que nos impulsan (yo puedo) y creencias negativas que nos frenan (soy malo en esto). Según Marcia Wieder las tres grandes creencias limitantes:
  1. Inadecuado: No soy suficientemente… (bueno, inteligente, rápido, rico, delgado, joven, viejo…)
  2. Escasez: No hay suficiente… (dinero, tiempo, energía, recursos, amor, apoyo…)
  3. Desconfianza: No confío en… (ti, en mí, el tiempo, el proceso, Dios…)
Deja la excusitis (no soy bueno, no tengo suficiente tiempo…), deja de poner pegas y ponte a hacer, escoge hacer. Comprométete con lo que quieres y busca la manera de que suceda.


Si observas puedes encontrar creencias que no te convienen y puedes sustituirlas por otras que te vayan mejor. Conocer nuestras creencias es el primer paso para cambiarlas. Escogemos en que creemos en cada momento del día, son nuestros juicios y opiniones. Escoge de forma consciente en que quieres creer.