A veces entro en ciclos. Me ilusiono con ideas, proyectos, propuestas. Me apunto a cosas porque me motivan, porque me hacen sentir vivo, útil, conectado. Sin darme cuenta, me voy cargando. Un compromiso aquí, otro allá. Un "sí" que parecía pequeño, otro que parecía inofensivo. Y cuando me quiero dar cuenta, ya estoy tirando de demasiadas cuerdas a la vez.
Lo
curioso es que no paro. Sigo. Me esfuerzo por cumplir con todo lo que me he
echado encima. Me desgasto. Empiezo a notar el cansancio, el mal humor, esa
sensación de ir todo el día corriendo, pero sin disfrutar del camino. Ahí es
cuando me doy cuenta: no estoy simplemente cargado, estoy sobrecargado.
![]() |
Demasiado cargado no avanzo en nada, como el burro de la foto |
“Cuando
estás cargado, puedes disfrutar; Cuando estás sobrecargado, sobrevives”.
Cuando
llego a ese punto, sé que toca empezar a soltar. Decir que no. Renunciar,
aunque me cueste. Porque si no empiezo a quitarme carga, reviento. Así de
claro.
La
buena noticia es que, con el tiempo, cada vez me doy cuenta antes. He aprendido
a identificar en cuántos fregados me estoy metiendo. Y aunque me sigan
apeteciendo muchas cosas, empiezo a ser capaz de decir "no". Me
cuesta, sobre todo si la propuesta me ilusiona, pero lo digo; cuando no me
apetece es más fácil decir no. Pero incluso cuando sí me gustaría… empiezo a
saber elegir.
Y si
aun así me paso de rosca, también noto antes que me estoy sobrecargando. Y
entonces empiezo a descargar antes de explotar. Me centro en lo importante, en
lo que realmente cuenta. Lo demás puede esperar, porque no puedo con todo, porque
no soy Superman. Y, sobre todo, porque:
“quiero
vivir mi tiempo, no simplemente llenarlo”.
Gracias
por leerme. Si te ha resonado esta entrada, puedes seguirme en LinkedIn para no
perderte la próxima. Haz clic aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario