Esta semana he recibido un buen palo. Me cuesta escribir sobre ello: es hacer público lo que vivo como un fracaso. Es contar lo que podría ser como un suspenso en un examen para el que creías estar preparado. Es poner en palabras algo que preferiría silenciar, barrer bajo la alfombra y que pase sin dejar rastro.
Pero
esta vez no quiero que pase sin dejar huella. Porque duele. Porque me importa.
Y porque a veces, lo que más cuesta decir en voz alta es justo lo que más
necesitamos poner en palabras.
Me han
denegado el sexenio de investigación. Soy profesor universitario en España, y
esta es la evaluación de seis años de actividad investigadora. Un hito que
marca el pulso del reconocimiento académico y que, aunque pueda pasar
inadvertido desde fuera, pesa. Pesa en el currículum, pesa en las
oportunidades, y pesa en la propia mirada hacia uno mismo.
No ha
salido. La comisión evaluadora ha dicho que no. Y aunque creo sinceramente que
las contribuciones estaban ahí, que se podían haber valorado positivamente, lo
cierto es que no ha ocurrido.
No voy
a echar balones fuera: he suspendido, no me han suspendido. Asumo la
responsabilidad, asumo que puedo hacer algo distinto la próxima vez. Aunque es
una decepción, también es una oportunidad para aprender y decidir qué hacer.
Cuando asumes, puedes actuar. Cuando te responsabilizas, aunque duela, dejas de
ser víctima y vuelves a ser actor. Aunque el escenario no sea el que esperabas.
Ha
sido un palo. Un golpe en toda regla. De esos que no solo desaniman, sino que
tambalean. Un impacto emocional y profesional. Me pilló desprevenido: esperaba
otra cosa. Invertí tiempo, esfuerzo, ilusión… y detrás venía también una
expectativa de recompensa. Pero no. No ha sido así
El
martes recibí la noticia y desde entonces estoy más enfocado, veo con más
claridad, me siento despierto, como si la niebla se hubiera disipado y ahora
pudiera ver, aunque no con alegría, sí con nitidez. Este revés ha hecho de
espejo, me ha obligado a preguntarme por qué hago lo que hago, a qué le estoy
dedicando el tiempo, qué quiero conseguir, qué puedo mejorar, qué quiero
cambiar. Ya estaba con esas preguntas en mente y esto me ayuda a ver la respuesta
con más claridad.
Esto
mismo les ha pasado antes a compañeros que respeto mucho. Académicos
brillantes, comprometidos, sólidos y que creo que son mejores investigadores
que yo. Por eso me ha sorprendido menos, me sorprendió más en su caso.
Para
volver a presentar la solicitud tengo que esperar tres años, y hacer méritos en
ese tiempo. Parece mucho, pero tres años pasan volando. Raramente miramos con
atención el medio plazo, pero esa es ahora mi hoja de ruta. Mis compañeros
siguieron trabajando, y es la única forma de seguir avanzando. Son mis
referentes en el camino. Es mucho mejor caminar acompañado.
En ese
caminar acompañado, esta semana ha sido especialmente importante contar lo que
ha pasado. A veces lo ocultamos por vergüenza, por no querer mostrar
vulnerabilidad, por miedo a que nos miren distinto. Pero cuando me atreví a
compartir la noticia con algunos compañeros, amigos y familiares, me encontré
con algo que no esperaba: ánimo sincero, reconocimiento, comprensión y afecto.
Me han recordado quién soy más allá de una evaluación. Me han ayudado a
relativizar sin restar importancia. Y, sobre todo, me han hecho sentir que no
estoy solo.
Conversaciones
breves o largas, mensajes inesperados, abrazos literales o simbólicos… todo eso
me ha sostenido más de lo que creía. A veces uno no necesita grandes discursos,
solo sentir que hay alguien al otro lado, alguien que te ve, que te escucha y
que confía en ti incluso cuando tú mismo tambaleas un poco. Por eso lo agradezco
profundamente. Porque en este camino, contar con otros no solo aligera el peso,
sino que te devuelve el paso firme. Algunos me preguntaron “¿Qué vas a hacer?”.
Voy a
volver y no por revancha. Voy a volver mejor preparado, con más claridad, con
más profundidad. No para agradar a ninguna comisión, sino para honrar mi
compromiso con la universidad, con el conocimiento, con lo que verdaderamente me
apasiona. Eso es lo que importa. El sexenio es una consecuencia, no un fin.
Para
poder avanzar con foco estoy soltando cosas. Coincide con que dejo la dirección
de departamento. Ha sido un trabajo importante, del que me siento satisfecho y cierro
con tranquilidad. Soltar ahora es un regalo, porque necesito reenfocar, dedicarme
a la investigación, regresar a cosas que disfruto y con las que aporto, con
tiempo y energía. Además, ayuda a marcar una transición, un cambio en mi
dedicación.
Hay
derrotas que no destruyen, sino que despiertan. Hay rechazos que nos invitan a
ajustar el rumbo, a madurar el deseo, a afinar la mirada. Este ha sido uno. Me
lo quedo así.
Esta
entrada es una declaración de intenciones. No para hacer ruido. No para buscar
consuelo. Sino para recordarme a mí mismo, y quizá a quien esté en una
situación parecida, que el golpe no es el final. Que también puede ser el
inicio de algo mejor.
Esto
también va por los chavales que han recibido más suspensos de los que
esperaban, para quienes no han sacado las pruebas de acceso a la Universidad
como querían. En el fondo vale para todos, porque sin duda, la vida viene con
decepciones ocasionales.
La ley
de la cosecha dice: “El que siembra, recoge”; pero el que es agricultor no
olvida el corolario “Pero no siempre”. A pesar del trabajo hecho, a pesar de
cuidar el campo, hay veces que un granizo estropea la cosecha cuando estás a
punto de recogerla, cuando ya estás ilusionado por los frutos que ya ves. Pues hay
que volver a sembrar, porque lo que está claro es que el que no siembra, no
recoge.
En mi
caso, volveré a ver esa cosecha a punto de ser recogida en tres años. Pero ya
desde ahora:
¡A por
ello!
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