Estamos
en comienzo de etapa, se acaba el verano (o el invierno, según tu hemisferio) y
nos proponemos retomar rutinas, proyectos, metas: aprender un idioma,
apuntarnos al gimnasio, preparar una nueva asignatura, organizar la casa… Todo
cabe. A menudo, esa ilusión se convierte en una lista interminable que solo
trae frustración: “no me da tiempo”, “no llego a todo”, “me exijo demasiado y
acabo exhausto”. Y ahí está la trampa: en nuestra férrea voluntad de aprovechar
el tiempo, lo exprimimos… y nos exprimimos.
Este
es el peligro de sobrecargar la agenda: autoexplotarse. Poner en el calendario
objetivos demasiado ambiciosos nos conduce a la sensación de fracaso, a ese
suspiro continuo de “no me da la vida”. Queremos ser súper productivos, encajar
mil actividades, rendir en todos los frentes… pero sin dejar ni un hueco para
respirar. A largo plazo, nos lleva al desgaste, a la pérdida de foco y, lo
peor, al olvido de lo que hace que la vida merezca sentirse vivida.
Pensémoslo
así: no se trata de bloquear cada hora, sino de equilibrar estructura con
espontaneidad. De no convertir el tiempo en tareas y objetivos, sino en
experiencias que sumen vida, no solo resultados.
Eso
incluye darle espacio al hedonismo, al placer sencillo, al “no hacer nada” y
disfrutar de esa nada o de cualquier cosa no ligada a su productividad, que
disfrutamos en sí misma, como el juego cuando éramos niños. Una taza de café
que se alarga, una pausa sin culpa, un paseo por el parque sin rumbo… Eso
también es invertir bien el tiempo, al fin y al cabo, eso es vivir.
Así
que te dejo algunas sugerencias:
- Plantéate objetivos realistas, que no te lleven más allá del límite.
- También una agenda realista, con espacios vacíos, que permita ajustes.
- Reserva tiempo libre.
- Aprende a saborear lo inesperado.
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muy bueno 👏🏼
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