Este fin de semana he estado en Los Molinos, en Fuerteventura. Una pequeña agrupación de casitas, casi casetas, donde comparten existencia unos cuantos privilegiados.
Ha
perdido parte de su encanto, hace no tanto no tenía electricidad, ni tele, ni
cobertura, tampoco agua corriente. Era un lugar mágico para desconectar.
Uno de
esos lugares semiaislados, donde no hace tanto, unos 100 años, vivía gran parte
de la población española.
En
esas condiciones era imprescindible contar con el vecino, con el que vive al
lado. Si tenías un problema, era el único que podía ayudar. La ayuda mutua era
la regla, más que la excepción. Ahora, podemos vivir aislados, rodeados de
gente, en un edificio en donde no sabemos ni el nombre del vecino.
En la
comunidad de Los Molinos se sigue viviendo con el vecino. Si hay un problema
con la barca, el que está al lado te echa una mano. Si una espina de un tuno se
te ha metido en el ojo, la vecina te saca la pincha. Urgencias del Hospital
parece quedar muy lejos. Dos cosas que he podido vivir muy de cerca este fin de
semana.
Los vecinos se acercan a echar una mano en Los Molinos - Fuerteventura |
Acostumbrados
a no tener todos los servicios, entre todos generan las habilidades para vivir
juntos. Unos aprenden de otros, alguien trae una innovación y pronto se ve en
todas las casas. Como los paneles solares que han hecho llegar la electricidad.
Creo
que el milagro de los panes y los peces que se narra en la biblia es el simple
milagro de compartir. Si compartimos la comida que traemos, todos comen hasta
hartarse y siempre sobra. Es algo que he experimentado con los amigos en
múltiples ocasiones.
Es el
gran beneficio de la economía del compartir. Compartimos coche con el BlaBlaCar,
compartimos casa con otras aplicaciones. El beneficio de las casas rurales está
en que compartimos espacio en lugar de cada uno tener el suyo.
Provengo
del pueblo de Castilla, pueblos de menos de 200 habitantes, donde te juntabas
con los vecinos para hacer la matanza, para los trabajos importantes, donde
todo el mundo echaba una mano.
Formar
parte de un equipo te hace más fuerte. Algo que parece que se nos olvida con la
cultura individualista, de cada uno a lo suyo, del corto plazo, del beneficio
rápido.
La
grandeza de la familia, que te da raíces, un lugar donde estar y volver, una
comunidad a pesar de las discusiones. La comunidad de origen y de desarrollo,
donde encontrar apoyo en los momentos difíciles.
También
la familia elegida de los amigos, con los que hemos compartido etapas en la
vida. A veces perdemos el contacto, a veces estamos lejos ¡qué bonito el
reencuentro! Ver que están ahí para seguir caminando y compartiendo.
La
vida sabe mejor acompañado, el camino se disfruta más en compañía. Aunque también
hay momentos para estar solo.
En la
obsesión por la gestión del tiempo, por la productividad, a veces nos olvidamos
de los que nos rodean. Nos olvidamos de una de las esencias de la vida, con
quién la compartimos. Nos olvidamos de vivir.
De eso
se acuerdan bien en las comunidades que siempre han estado ahí, como la de LosMolinos. Por eso, venir a los Molinos me reconecta, me tranquiliza, me ayuda a
disfrutar de la conversación calmada y del paseo en compañía, por un entorno
idílico. Gracias por siempre encontrar las puertas abiertas.
Gracias a ti y a tu familia! Por disfrutar de tenerles aquí, las puertas siempre abiertas para ustedes y q la próxima vez podamos disfrutar más tiempo .un abrazo.
ResponderEliminarEso digo yo siempre Ignacio. La magia de los Molinos y su gente que te hace desconectar del mundo.
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