Tengo
la sensación de que la sociedad se acelera, cada vez va a un ritmo más rápido.
Las películas de hace 30 años nos parecen lentas, en esas películas las cosas
ocurren más despacio. Ese ritmo nos impacienta, tenemos prisa hasta para ver
una película.
No hace
tantos años esperabas una semana para ver el próximo capítulo de una serie que
te gustaba, no te quedaba otro remedio. Mantenías la intriga durante toda la semana.
Ahora se han puesto de moda los maratones de series, donde puedes ver toda la
temporada de una sentada.
Perdemos
la paciencia con mayor facilidad, queremos que todo se mueva al ritmo que
marcamos. En los atascos nos ponemos nerviosos, vivimos con prisa y en
ocasiones sin darnos cuenta. Vivimos en la sociedad de la inmediatez, todo
tiene que ser para ya.
Cada
sitio tiene su ritmo, no es lo mismo vivir en Madrid que en una ciudad más
pequeña o en un pueblo. Me encanta ir a Canarias, todo trascurre con más calma,
con menos prisa, al menos para mí, que suelo ir sin muchos objetivos,
simplemente a estar.
Quizá
sea ese del problema, vivir gobernados por los objetivos, por el futuro, hace
que nos perdamos el presente, que queramos que pase rápido, para llegar a algún
lugar. Equivale a querer que pase rápido la vida, a acercarnos más rápido a la
muerte, que es lo único seguro.
Llevados
por un ritmo frenético, con prisa, a veces sin saber a dónde vamos con tanta
prisa. Con prisa, la vida pasa, sin darnos cuenta. Saltamos de una actividad a
otra porque se nos ha olvidado el “dolce far niente”, el placer de la ociosidad,
del disfrute del tiempo presente, sin objetivo, simplemente estar.
Para
bajar el ritmo pensamos en la meditación, no sabemos como parar, lo hemos
olvidado. Recuerdo la imagen de un orangután inmóvil, tranquilo, simplemente estando.
Diría que estaba descansando, como si descansar fuese el único motivo para estar
parado. Con tantos objetivos olvidamos el placer de “simplemente” estar.
El placer de "simplemente" estar. Nos creemos superiores y se nos olvidan cosas básicas |
No
podemos tirar de una planta para que crezca más rápido, la arrancaremos. Tiene
su ritmo, requiere sus cuidados, en el momento adecuado.
Ni nos
paramos a pensar cual es nuestro ritmo. Con tanta actividad dejamos de sentirnos.
Nos dejamos arrastrar por el entorno.
Si con
la bicicleta nos empeñamos en seguir el ritmo del que sube la montaña más
rápido que nosotros, es probable que nos llegue una pájara, que nos quedemos a
mitad de puerto sin fuerzas para pedalear. Lo mismo pasa si no aprovechamos los
avituallamientos para coger fuerzas.
Es necesario
encontrar nuestro ritmo, encontrar nuestras paradas, cuando nos hacen falta,
sin esperar a que el cuerpo nos pare, que nos de una pájara de la vida, que nos
haga difícil continuar.
No hay prisa, cultiva la paciencia y el disfrute del momento ¿Para que ir tan rápido a ningún lugar?
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