domingo, 30 de noviembre de 2025

Mi plan para sobrevivir (y disfrutar) el final de año

A veces lo que escribo aquí no es tanto un consejo como un autoconsejo, una reflexión que espero te sirva y me sirva. Esto también me pasa: llego a final de año con la agenda llena de actividades, obligaciones y también de cosas que realmente me apetecen… y así termino metido en una carrera casi automática, sin la consciencia ni los espacios para parar, descansar, reponer y volver con la energía (y el humor) que me sienta bien.

La carrera de fin de año: llena de pendientes laborales, entre regalos y comidas (que no sé si son obstáculos a salvar o paradas de avituallamiento)
Este año no quiero que me pase. No quiero llegar a las Navidades agotado, porque las Navidades ya tienen su propio afán. Si no me pillan descansado pueden convertirse en un pequeño vía crucis, en vez de ser un momento de encuentro y disfrute. Así que para estas Navidades me pido cuatro cosas: calma; conexión sencilla con las personas, ir más despacio, y comer menos (o al menos intentarlo).

El final de año es, para muchos, una época de ajetreo continuo. En el trabajo toca cerrar proyectos, cuadrar temas pendientes, presentar informes, preparar presupuestos para el año siguiente. Y en la parte social… quedadas, reencuentros, celebraciones, comidas de empresa, regalos, luces, ruido. La mezcla perfecta para andar corriendo de un lado a otro con el piloto automático puesto.

Entre tanto movimiento es fácil perder de vista lo esencial: qué es lo que realmente te recarga. Porque quedar con amigos puede darte mucha energía… salvo cuando lo conviertes en una obligación más en medio de la vorágine.

Por eso, mi plan, de momento, es hacer el plan. Parar y recoger todo lo que “quiero/tengo” que hacer. Luego decidir qué de todo eso directamente no voy a hacer, aunque quede bonito en la lista. Si a mi cuerpo y a mi ánimo no les sienta bien hacerlo todo, será mejor dejar algo fuera. Me gusta comer, pero no me sienta bien comerlo todo; a veces se me olvida, pero aplica igual para la agenda. Después, priorizar lo que quede y empezar por lo importante: si al final falta tiempo, al menos no habré dejado lo importante sin su tiempo. Y, sobre todo, planificar no solo tareas, sino también los espacios de descanso y recuperación.

Por si te sirve, aquí van mis pequeñas recomendaciones para sobrevivir al final de año con dignidad y con energía (yo me las voy a aplicar):

  • Ten claro lo que quieres/tienes que hacer. Un plan visible te ayuda a no perder el hilo y a aprovechar los momentos, tanto para producir como para disfrutar. Y a no olvidarte de lo importante.
  • Encuentra espacios para el descanso y la recuperación. Es difícil sentirse bien si estás todo el rato a tope.
  • Escoge desde dónde haces las cosas. Desde el gusto y la apetencia o desde la obligación: en un caso la energía sube, en el otro suele bajar.
  • Escucha a tu cuerpo. Si necesitas descansar, no metas más en la agenda. Suena bien eso de descansar, ¿verdad?
  • Después del ajetreo, reserva un espacio de recuperación. No llenes tanto las Navidades que pierdas la conexión contigo mismo entre tanta conexión exterior.

Ojalá este final de año, para ti y para mí, sea un poco más consciente, un poco más lento y bastante más amable.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

viernes, 21 de noviembre de 2025

Y si el nombre de zona de confort está mal puesto

Nos han repetido tanto eso de “la zona de confort” que parece que es el sitio más confortable del mundo, donde sin ninguna duda estaremos felices y tranquilos. Pero la realidad muchas veces es otra: No es que estemos cómodos, es que estamos acostumbrados.

Esa rutina que nos quema, esa relación que ya no suma, ese trabajo que nos agota… no son cómodos, pero son conocidos. Y lo conocido, por muy malo que sea, da una falsa sensación de seguridad.

Esta imagen que me mandaron por WhatsApp me ha inspirado. Seamos sinceros, muchas veces nuestra “zona de confort” tiene de confortable lo mismo que una silla de plástico en una guardia de hospital.

De ahí el refrán: “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Nos ata a sillas incómodas, jefes imposibles, parejas que no nos cuidan o vidas que se nos hacen estrechas.

No es confort. Es costumbre mezclada con miedo.

A veces no nos movemos porque sentimos que, si damos un paso fuera, ya no habrá vuelta atrás. Como si abrir la puerta implicara tener que pegarle un portazo dramático a nuestra vida actual.

Y no. Podemos asomarnos. Podemos salir un poquito. Podemos probar.

Igual que un niño pequeño que se va alejando unos pasos de su madre en el parque: explora, mira, toca… pero no la pierde de vista. Sabe que puede volver corriendo si algo le da miedo.

Con nuestra vida pasa algo parecido:

  • Puedes mirar ofertas de trabajo sin renunciar mañana.
  • Puedes hablar con un amigo sobre tu relación antes de tomar una decisión grande.
  • Puedes probar una formación nueva mientras sigues en tu empleo actual.

Explorar no obliga a decidir de inmediato. Te permite ver posibilidades. Y solo eso ya trae aire y alivio.

Puedes salir acompañado, con otros, como cuando en la infancia te ibas de excursión con la pandilla. Salir de lo conocido da miedo. Por eso tiene mucho más sentido montar un pequeño equipo de exploración que hacerlo en soledad:

  • Personas que estén en una situación parecida y con las que puedas compartir dudas y avances.
  • Amigos o familiares que crean en ti y te recuerden que no estás loco por querer algo mejor.
  • Guías que ya han caminado ese camino: un mentor, un coach, un terapeuta… gente que conoce “lo que hay fuera” y puede ayudarte a trazar un mapa.

Las dificultades pesan menos cuando puedes decirle a alguien: “Hoy estoy asustado, recuérdame por qué empecé esto”. No se trata de que otros decidan por ti, sino de no ir solo.

Salir de la zona conocida no tiene por qué ser un salto al vacío. Puede ser una serie de pequeños pasos que, acumulados, cambian tu vida:

  • Hacer una lista honesta de lo que ya no te compensa.
  • Permitir la pregunta: “¿Y si hubiera algo mejor para mí?”
  • Reservar un rato a la semana para explorar opciones: cursos, contactos, lecturas, empresas, actividades…
  • Empezar a decir pequeños “no” donde siempre decías “sí”.
  • Entrenar tu voz interior que dice: “Merezco algo más que sobrevivir”.

Poco a poco vas ampliando el mapa: de un pequeño círculo gris pasas a un territorio más grande, con más caminos, más colores, más elecciones.

No se trata de convertir tu vida en una aventura extrema. Se trata de no quedarte paralizado en un sitio de mierda solo porque te lo sabes de memoria.

Tal vez, mientras lees esto, te venga algo (o alguien) a la cabeza:

  • Una relación de pareja o de amistad que ya no te cuida.
  • Una colaboración profesional que se está agotando.
  • Un trabajo en el que estás quemado, aburrido o invisible.

No hace falta dar un carpetazo inmediato… o quizá sí. Eso solo puedes saberlo tú. Lo que sí puedes hacer es empezar a abrir ventanas:

  • Asómate al mercado laboral, aunque no vayas a irte mañana.
  • Empieza a informarte sobre otras formaciones, sectores, formas de trabajar.
  • Habla con personas que ya han hecho cambios parecidos.
  • Si la situación te desborda, pide ayuda profesional: un terapeuta, un coach, alguien que te acompañe a mirar lo que hoy no te atreves a mirar solo.

A veces, solo descubrir que hay alternativas reales ya trae más tranquilidad, aunque la salida de tu zona conocida tarde dos o tres años en hacerse efectiva. Es increíble lo que podemos conseguir cuando dejamos que el tiempo juegue a favor y no en contra.

Y si tu situación es urgente, si ya no puedes más, entonces moverte es todavía más importante. No esperes a tener el camino perfectamente dibujado: muchas veces el camino aparece cuando empiezas a caminar.

Si tu mal llamada zona de confort no es tan cómoda ni tan confortable, si en el fondo sabes que es una mierda que te estás tragando porque te da miedo lo que habrá fuera…

Te invito a explorar: A cuestionar el “malo conocido”; A abrir puertas y ventanas; A buscar otras posibilidades. Te garantizo que las hay.

Aunque ayer era un buen día para empezar, mejor es hoy que mañana.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.


viernes, 14 de noviembre de 2025

Fluir en lo que hacemos: pequeños “ahoras” que merecen la pena

Hay días en los que escribir me sale solo. Me siento delante del teclado y, sin darme cuenta, el tiempo se estira, se encoge o directamente desaparece. Lo mismo me pasa subiendo una montaña: me canso, claro, pero disfruto. A mi lado otros quizá sufren, pero yo encuentro en ese esfuerzo algo que me ordena por dentro. Al final, lo que buscamos es estar a gusto con lo que hacemos, sentir que cada pequeño “ahora” tiene sentido. Y la clave, como dijo Mihaly Csikszentmihalyi, el creador del concepto de fluir, está en ajustar el reto a nuestras capacidades, encontrar ese punto delicado entre el aburrimiento y la angustia, ese “justo aquí” donde uno se siente vivo.

Csikszentmihalyi insistía en que la felicidad no se persigue directamente, sino que aparece cuando nos implicamos por completo en lo que hacemos, cuando dejamos de rumiar y la atención se centra en una sola cosa. El mundo exterior cambia poco, pero por dentro algo se recoloca: la conciencia se vuelve más clara, menos caótica, como si la vida tuviera por fin una dirección concreta. Y eso no depende tanto de lo extraordinario como de nuestra forma de vivir lo cotidiano. Cada conversación, cada paseo, cada pequeño trabajo puede convertirse en una experiencia satisfactoria si sabemos prestarle atención, si aprendemos a disfrutar del proceso y no sólo del resultado.

Me gusta pensar que fluir es una forma de estar en la vida: cuando dejamos de obsesionarnos por lo que falta y nos enfocamos en lo que ocurre. Cuando trabajamos con la mente despierta, cuando escuchamos de verdad a quien tenemos delante, cuando cocinamos sin prisa, cuando hacemos deporte porque sí. Y también cuando aceptamos que la alegría aparece y desaparece, pero la actitud de involucrarnos en cada momento es algo que sí podemos cultivar. Los mejores instantes suelen llegar cuando usamos lo mejor de nosotros mismos para algo que vale la pena; no para ganar nada, sino porque hacerlo ya es la recompensa.

Para practicarlo en el día a día ayuda ajustar el nivel de desafío de cada actividad, prestar atención al presente y convertir lo cotidiano en un pequeño juego personal. Y, sobre todo, recordar que fluir no es desconectar del mundo, sino conectarse mejor con él. Si te resuena este tema, recomiendo leer Fluir y Aprender a fluir, dos libros que inspiran, ambos de Csikszentmihalyi, aterrizan ideas y ayudan a vivir con más intención y más serenidad.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.