lunes, 7 de julio de 2025

Un golpe que despierta

Esta semana he recibido un buen palo. Me cuesta escribir sobre ello: es hacer público lo que vivo como un fracaso. Es contar lo que podría ser como un suspenso en un examen para el que creías estar preparado. Es poner en palabras algo que preferiría silenciar, barrer bajo la alfombra y que pase sin dejar rastro.

Pero esta vez no quiero que pase sin dejar huella. Porque duele. Porque me importa. Y porque a veces, lo que más cuesta decir en voz alta es justo lo que más necesitamos poner en palabras.

Me han denegado el sexenio de investigación. Soy profesor universitario en España, y esta es la evaluación de seis años de actividad investigadora. Un hito que marca el pulso del reconocimiento académico y que, aunque pueda pasar inadvertido desde fuera, pesa. Pesa en el currículum, pesa en las oportunidades, y pesa en la propia mirada hacia uno mismo.

No ha salido. La comisión evaluadora ha dicho que no. Y aunque creo sinceramente que las contribuciones estaban ahí, que se podían haber valorado positivamente, lo cierto es que no ha ocurrido.

No voy a echar balones fuera: he suspendido, no me han suspendido. Asumo la responsabilidad, asumo que puedo hacer algo distinto la próxima vez. Aunque es una decepción, también es una oportunidad para aprender y decidir qué hacer. Cuando asumes, puedes actuar. Cuando te responsabilizas, aunque duela, dejas de ser víctima y vuelves a ser actor. Aunque el escenario no sea el que esperabas.

Ha sido un palo. Un golpe en toda regla. De esos que no solo desaniman, sino que tambalean. Un impacto emocional y profesional. Me pilló desprevenido: esperaba otra cosa. Invertí tiempo, esfuerzo, ilusión… y detrás venía también una expectativa de recompensa. Pero no. No ha sido así

La tristeza y la rabia han estado ahí, y todavía no se han disipado del todo. Pero de la rabia saco energía. La energía del enfado, si no se queda estancada en la queja, puede convertirse en combustible. Una sacudida. Una voz que te dice: despierta. Y eso es lo que ha pasado.

El martes recibí la noticia y desde entonces estoy más enfocado, veo con más claridad, me siento despierto, como si la niebla se hubiera disipado y ahora pudiera ver, aunque no con alegría, sí con nitidez. Este revés ha hecho de espejo, me ha obligado a preguntarme por qué hago lo que hago, a qué le estoy dedicando el tiempo, qué quiero conseguir, qué puedo mejorar, qué quiero cambiar. Ya estaba con esas preguntas en mente y esto me ayuda a ver la respuesta con más claridad.

Esto mismo les ha pasado antes a compañeros que respeto mucho. Académicos brillantes, comprometidos, sólidos y que creo que son mejores investigadores que yo. Por eso me ha sorprendido menos, me sorprendió más en su caso.

Para volver a presentar la solicitud tengo que esperar tres años, y hacer méritos en ese tiempo. Parece mucho, pero tres años pasan volando. Raramente miramos con atención el medio plazo, pero esa es ahora mi hoja de ruta. Mis compañeros siguieron trabajando, y es la única forma de seguir avanzando. Son mis referentes en el camino. Es mucho mejor caminar acompañado.

En ese caminar acompañado, esta semana ha sido especialmente importante contar lo que ha pasado. A veces lo ocultamos por vergüenza, por no querer mostrar vulnerabilidad, por miedo a que nos miren distinto. Pero cuando me atreví a compartir la noticia con algunos compañeros, amigos y familiares, me encontré con algo que no esperaba: ánimo sincero, reconocimiento, comprensión y afecto. Me han recordado quién soy más allá de una evaluación. Me han ayudado a relativizar sin restar importancia. Y, sobre todo, me han hecho sentir que no estoy solo.

Conversaciones breves o largas, mensajes inesperados, abrazos literales o simbólicos… todo eso me ha sostenido más de lo que creía. A veces uno no necesita grandes discursos, solo sentir que hay alguien al otro lado, alguien que te ve, que te escucha y que confía en ti incluso cuando tú mismo tambaleas un poco. Por eso lo agradezco profundamente. Porque en este camino, contar con otros no solo aligera el peso, sino que te devuelve el paso firme. Algunos me preguntaron “¿Qué vas a hacer?”.

Voy a volver y no por revancha. Voy a volver mejor preparado, con más claridad, con más profundidad. No para agradar a ninguna comisión, sino para honrar mi compromiso con la universidad, con el conocimiento, con lo que verdaderamente me apasiona. Eso es lo que importa. El sexenio es una consecuencia, no un fin.

Para poder avanzar con foco estoy soltando cosas. Coincide con que dejo la dirección de departamento. Ha sido un trabajo importante, del que me siento satisfecho y cierro con tranquilidad. Soltar ahora es un regalo, porque necesito reenfocar, dedicarme a la investigación, regresar a cosas que disfruto y con las que aporto, con tiempo y energía. Además, ayuda a marcar una transición, un cambio en mi dedicación.

Hay derrotas que no destruyen, sino que despiertan. Hay rechazos que nos invitan a ajustar el rumbo, a madurar el deseo, a afinar la mirada. Este ha sido uno. Me lo quedo así.

Esta entrada es una declaración de intenciones. No para hacer ruido. No para buscar consuelo. Sino para recordarme a mí mismo, y quizá a quien esté en una situación parecida, que el golpe no es el final. Que también puede ser el inicio de algo mejor.

Esto también va por los chavales que han recibido más suspensos de los que esperaban, para quienes no han sacado las pruebas de acceso a la Universidad como querían. En el fondo vale para todos, porque sin duda, la vida viene con decepciones ocasionales.

La ley de la cosecha dice: “El que siembra, recoge”; pero el que es agricultor no olvida el corolario “Pero no siempre”. A pesar del trabajo hecho, a pesar de cuidar el campo, hay veces que un granizo estropea la cosecha cuando estás a punto de recogerla, cuando ya estás ilusionado por los frutos que ya ves. Pues hay que volver a sembrar, porque lo que está claro es que el que no siembra, no recoge.

En mi caso, volveré a ver esa cosecha a punto de ser recogida en tres años. Pero ya desde ahora:

¡A por ello!


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miércoles, 18 de junio de 2025

La ventaja del vago estratégico ¿Te apuntas?

Vivimos en una cultura que glorifica el esfuerzo visible. El que más horas pasa frente al ordenador, el que parece más ocupado, el que no se toma descansos… ¿es realmente el que más aporta?

Muchas veces corremos como pollo sin cabeza, ocupados en tareas que apenas tienen impacto, olvidando lo que realmente importa. Vamos rápido, sí… pero sin dirección. Y como bien decía alguien: ¿de qué sirve ir deprisa si vas en sentido contrario?

El foco necesita pausa. Parar, observar, decidir. Solo así se puede avanzar con intención.

Recuerdo con cariño a un compañero de trabajo al que aprecio mucho. Un día entré en su despacho y lo encontré recostado en la silla, con los pies sobre la mesa, mirando al techo. Al ver mi expresión de sorpresa, me dijo con total naturalidad: “Revindico el derecho a pensar”.

No pude más que sonreír. Esa frase se me quedó grabada.

En esta foto, copiando al compañero (aprender de los que saben)
Pausar para pensar, detenerse para decidir, descansar para poder volver con claridad. Es un enfoque que tiene más valor del que solemos reconocer.

Nos han enseñado que “quien más se esfuerza, más logra”, pero eso ya no siempre se cumple. Hoy, con herramientas como la inteligencia artificial capaces de asumir gran parte del trabajo repetitivo, el verdadero aporte no está en hacer más, sino en pensar mejor.

Quienes parecen “vagos” a menudo están siendo estratégicos. Saben que la mente necesita aire. Se permiten pausas para reorganizar ideas, distinguen lo urgente de lo importante, y aplican soluciones simples a problemas que otros complican por exceso de acción.

No se trata de promover la pereza, sino de aprender a parar y descansar para rendir mejor. Aquí van algunas recomendaciones:

  • Redefine la productividad: no midas tu valor por las horas que pasas frente a una pantalla, sino por el valor real de lo que aportas.
  • Tómate pausas conscientes: sal a caminar, respira, cambia de actividad. Muchas veces, la solución llega cuando dejas de buscarla.
  • Cuestiona el “trabajo por estar”: estar ocupado no es lo mismo que estar avanzando.
  • Confía en tus ritmos: hay días para enfocarse y otros para observar y planear. Ambos son necesarios.

En un mundo saturado de tareas, ser “vago” con inteligencia puede ser la forma más poderosa de vivir tu tiempo. Tal vez no somos demasiado tontos para ser vagos. Tal vez aún estamos aprendiendo a ser más sabios con nuestro esfuerzo.

¿Y tú? ¿Te has sentido culpable por tomarte un descanso? ¿Crees que podrías lograr más haciendo menos? Comparte tu experiencia en los comentarios.

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viernes, 13 de junio de 2025

Tal como vives tu cumpleaños… puede que vivas tu vida

Ayer fue mi cumpleaños. Un día más o un día menos; depende de cómo lo quieras ver. Sin duda, para mí, fue un día consciente, de darme cuenta. Una pregunta me rondó todo el día ¿Cómo quiero vivirlo? ¿Qué quiero hacer hoy? ¿Por qué no vivir todos los días así? ¿Qué hace diferente el día de tu cumpleaños?

Desde hace tiempo lo vivo así no tanto como una celebración llena de fuegos artificiales, sino como una oportunidad de parar y mirar. Hacia atrás, para agradecer; hacia delante, para intuir hacia dónde quiero ir. Un momento de balance sereno, de poner palabras a eso que normalmente pasa desapercibido: cómo estoy, cómo vivo, y con quién lo comparto.

Ayer hice cosas que me gustan y me hacen bien: leí, fui al gimnasio, resolví lo urgente en el trabajo (tengo el privilegio de poder escoger el ritmo y los momentos para trabajar más duro o ir más tranquilo) y tomé un café con compañeros con los que da gusto coincidir. Agradecí poder hacerlo, tener esa libertad. Comí con mi familia en un sitio especial, aunque lo más especial fue compartirlo con ellos y hasta disfruté de una siesta de esas que tenemos fama de dormir en España y yo no duermo tan a menudo como quisiera.

No se cumplen 52 años todos los días
Un poco más tarde acudí a un encuentro de la industria burgales, donde Blanca García, de cerámicas Gala compartía la historia de los 60 años de su compañía en la ciudad: una historia que se entrelaza con la mía y con la de muchos otros en Burgos. Reconocí en ella un legado que se mantiene gracias a quienes estuvieron antes… y a los que seguimos ahora. Luego, una caña compartida con amigos de camino, amigos “sistémicos” como decimos algunos. Y la suerte de conocer a los suyos.

Pudo haber sido un día cualquiera. Pero no lo fue. Porque elegí vivirlo desde la presencia, el afecto y la gratitud. Porque estuve disponible para quienes quisieron estar, desde el cuerpo o desde el móvil. Y también para mí. Y ahí, en ese punto de equilibrio, está el regalo.

Me emocionó recibir mensajes de personas que no veo hace tiempo, pero que siguen ahí, en algún rincón afectivo que no se borra. Me alegró responder con voz a quienes la distancia mantiene lejos, y brindar con quienes la vida me tiene cerca. No lo doy por hecho.

Cumplir años es un privilegio, podemos seguir aprendiendo, amando, acompañando y disfrutando. El día de tu cumpleaños puede ser un reflejo de cómo vives tu vida y también un punto de inflexión para decidir cómo quieres vivir.

Lo cotidiano que se vuelve especial cuando se celebra desde el presente. No hace falta nada muy especial para que la celebración merezca la pena. Me gusto la oportunidad de conectar con mucha gente y recibir mensajes que me recuerdan que no estoy solo, que los lazos se mantienen a pesar de la distancia y el tiempo.

Ojalá no esperemos a que llegue nuestro cumpleaños para vivir con esa presencia y gratitud. Cada día encierra la posibilidad de celebrar, de mirar adentro, de agradecer lo que hay y lo que somos. Regalémonos más días así, en los que elegir cómo vivir sea el verdadero festejo.

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