martes, 29 de julio de 2025

La red real y la que te atrapa la mente

Esta mañana he estado charlando con mi primo Rodrigo en el pueblo. Ya solo pensar en el pueblo… el ritmo cambia. Es como si el tiempo respirara más despacio, sin prisas. Rodrigo estaba tomando el vermú con Cristina, su mujer, en la cantina de siempre, y salió el tema de las redes sociales.

Una red real (no se ven móviles encima de la mesa; puede llamar la atención)
Me dijo algo que me hizo pensar: que seguro no conocía a mucha gente sin Facebook, Twitter, TikTok, Instagram... y tenía razón. Él no tiene ninguna. Me contó que le costó darse de baja de Facebook, pero que lo hizo. Le insistían en que se lo estaba perdiendo, que las redes "te enseñan cosas que te gustan": bicicletas, bricolaje... Y su respuesta me encantó:

"No necesito que me pongan lo que ellos quieren, si quiero algo, lo busco."

Y ahí está el quid: ¿estamos eligiendo lo que vemos o nos lo están eligiendo? Porque también hablamos de eso, de lo fácil que es quedarse atrapado. Entras un minuto y sales media hora después, si es que sales. Te vas a la cama con otras intenciones y terminas atrapado en la red. Son redes porque te atrapan, y no es solo una metáfora.

En medio de la charla también salió una anécdota curiosa: un pastor de un pueblo cercano contó cómo fue a un hotel con buffet y aquello le pareció un cebadero de ganado. Y, sinceramente, la imagen no es tan exagerada. Un montón de personas abalanzándose sobre la comida como si llevasen días sin comer (yo incluido cuando voy a un buffet). Y nos reímos, pero luego uno piensa: ¿no son las redes sociales un buffet de estímulos? O peor aún: como a los gansos, que les dan de comer con un embudo para producir foie gras, nosotros tragamos contenido sin parar, y en lugar de un hígado hipertrofiado, acabamos con un cerebro licuado de tanta sobreestimulación.

Lo peor es que al final quedas cansado, saturado... y muchas veces con la sensación de haber perdido el tiempo. Vemos vidas idealizadas, trozos recortados de felicidad, y nos olvidamos de lo más simple: lo que sí está a nuestro alcance.

Cristina, con esa sabiduría práctica del día a día, decía entre risas que Rodrigo sale a tirar la basura y tarda una hora en volver. Porque charla con uno, saluda al otro, se queda con alguien en la esquina… está en una red social más real, la del pueblo, la que se teje caminando, saludando, escuchando.

Y no se trata de demonizar la tecnología. Las redes tienen cosas buenas. Nos acercan a los que están lejos, nos informan, a veces incluso nos hacen reír. Pero hay que reconocer que también nos alejan de los que están cerca, y lo peor: nos roban el tiempo, con nuestro permiso y colaboración. Después

nos quejamos de que no tenemos tiempo.

Así que dejo esta pregunta en el aire, para mí y para quien lea esto: ¿Cuánto tiempo estamos entregando a redes, pantallas o rutinas que no nos convienen tanto, mientras olvidamos cosas más importantes, más reales y que seguramente nos harían sentir mejor?

Quizá no se trate de desconectarse del todo, sino de reconectarse con lo que de verdad importa.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn (que yo si tengo redes), para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

domingo, 20 de julio de 2025

Volver al ritmo (sin correr)

Estamos a día 20 del mes… y esta es solo la segunda entrada que escribo en julio. Lo noto, lo reconozco. He perdido el ritmo.

Hasta hace poco, escribir cada semana era parte de mi rutina, un hábito sencillo y valioso: los domingos me sentaba a escribir, y desde ahí salía lo que quería compartir. Me ayudaba a ordenar ideas, a escucharme, a mantenerme conectado conmigo mismo y también con quien está al otro lado leyendo. Lo disfrutaba, me aportaba, pero ese ritmo se ha ido difuminando.

Sin embargo, no me fustigo, no me castigo, no me culpo por no haber escrito más este mes. Me hago una pregunta más útil: ¿por qué dejé de hacerlo? ¿Qué cambió, en mí o a mi alrededor? ¿Y quiero retomar? La respuesta es sí. Por eso escribo esta entrada: no para ponerme al día con lo que no escribí, sino para volver a empezar.

Es como cuando has dejado de ir al gimnasio durante un tiempo. Al principio cuesta volver. Te das cuenta de lo bien que te hacía cuando ibas, de lo que has perdido sin darte cuenta. Pero tampoco se trata de hacer en dos días lo que no has hecho en un mes. No es cuestión de correr ni de exigirse en exceso, casi seguro que si empiezas demasiado fuerte te vas a lesionar, además de perder la motivación y la fuerza para seguir. Se trata de volver con amabilidad. De reencontrar el disfrute en lo que haces. De recordar que esto te sienta bien.

Volver al gimnasio después de un tiempo cuesta. Especialmente el primer día
Hoy escribo porque quiero. Porque escojo continuar. Porque sé que esto me hace bien.

Y si tú también has perdido algún ritmo, algo que te sienta bien, te dejo algunas ideas sencillas que hoy me estoy dando a mí mismo:

  • Vuelve poco a poco. No hace falta compensar todo de golpe. Haz algo pequeño hoy.
  • No empieces desde la culpa, sino desde el deseo de estar bien.
  • Busca el disfrute, no solo el resultado.
  • Sé constante, no intenso. La intensidad se agota rápido; la constancia puede sostenerse.
  • Encuentra tu ritmo, no el que “debería” ser, el tuyo. Ese que te va.

Recuperar el ritmo no es volver al punto exacto en el que lo dejaste. Es abrir un nuevo espacio, parecido, pero no igual. Y, sobre todo, saber que siempre puedes volver. Sin prisa. Sin presión. Como quien vuelve a casa.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima. Haz clic aquí.

lunes, 7 de julio de 2025

Un golpe que despierta

Esta semana he recibido un buen palo. Me cuesta escribir sobre ello: es hacer público lo que vivo como un fracaso. Es contar lo que podría ser como un suspenso en un examen para el que creías estar preparado. Es poner en palabras algo que preferiría silenciar, barrer bajo la alfombra y que pase sin dejar rastro.

Pero esta vez no quiero que pase sin dejar huella. Porque duele. Porque me importa. Y porque a veces, lo que más cuesta decir en voz alta es justo lo que más necesitamos poner en palabras.

Me han denegado el sexenio de investigación. Soy profesor universitario en España, y esta es la evaluación de seis años de actividad investigadora. Un hito que marca el pulso del reconocimiento académico y que, aunque pueda pasar inadvertido desde fuera, pesa. Pesa en el currículum, pesa en las oportunidades, y pesa en la propia mirada hacia uno mismo.

No ha salido. La comisión evaluadora ha dicho que no. Y aunque creo sinceramente que las contribuciones estaban ahí, que se podían haber valorado positivamente, lo cierto es que no ha ocurrido.

No voy a echar balones fuera: he suspendido, no me han suspendido. Asumo la responsabilidad, asumo que puedo hacer algo distinto la próxima vez. Aunque es una decepción, también es una oportunidad para aprender y decidir qué hacer. Cuando asumes, puedes actuar. Cuando te responsabilizas, aunque duela, dejas de ser víctima y vuelves a ser actor. Aunque el escenario no sea el que esperabas.

Ha sido un palo. Un golpe en toda regla. De esos que no solo desaniman, sino que tambalean. Un impacto emocional y profesional. Me pilló desprevenido: esperaba otra cosa. Invertí tiempo, esfuerzo, ilusión… y detrás venía también una expectativa de recompensa. Pero no. No ha sido así

La tristeza y la rabia han estado ahí, y todavía no se han disipado del todo. Pero de la rabia saco energía. La energía del enfado, si no se queda estancada en la queja, puede convertirse en combustible. Una sacudida. Una voz que te dice: despierta. Y eso es lo que ha pasado.

El martes recibí la noticia y desde entonces estoy más enfocado, veo con más claridad, me siento despierto, como si la niebla se hubiera disipado y ahora pudiera ver, aunque no con alegría, sí con nitidez. Este revés ha hecho de espejo, me ha obligado a preguntarme por qué hago lo que hago, a qué le estoy dedicando el tiempo, qué quiero conseguir, qué puedo mejorar, qué quiero cambiar. Ya estaba con esas preguntas en mente y esto me ayuda a ver la respuesta con más claridad.

Esto mismo les ha pasado antes a compañeros que respeto mucho. Académicos brillantes, comprometidos, sólidos y que creo que son mejores investigadores que yo. Por eso me ha sorprendido menos, me sorprendió más en su caso.

Para volver a presentar la solicitud tengo que esperar tres años, y hacer méritos en ese tiempo. Parece mucho, pero tres años pasan volando. Raramente miramos con atención el medio plazo, pero esa es ahora mi hoja de ruta. Mis compañeros siguieron trabajando, y es la única forma de seguir avanzando. Son mis referentes en el camino. Es mucho mejor caminar acompañado.

En ese caminar acompañado, esta semana ha sido especialmente importante contar lo que ha pasado. A veces lo ocultamos por vergüenza, por no querer mostrar vulnerabilidad, por miedo a que nos miren distinto. Pero cuando me atreví a compartir la noticia con algunos compañeros, amigos y familiares, me encontré con algo que no esperaba: ánimo sincero, reconocimiento, comprensión y afecto. Me han recordado quién soy más allá de una evaluación. Me han ayudado a relativizar sin restar importancia. Y, sobre todo, me han hecho sentir que no estoy solo.

Conversaciones breves o largas, mensajes inesperados, abrazos literales o simbólicos… todo eso me ha sostenido más de lo que creía. A veces uno no necesita grandes discursos, solo sentir que hay alguien al otro lado, alguien que te ve, que te escucha y que confía en ti incluso cuando tú mismo tambaleas un poco. Por eso lo agradezco profundamente. Porque en este camino, contar con otros no solo aligera el peso, sino que te devuelve el paso firme. Algunos me preguntaron “¿Qué vas a hacer?”.

Voy a volver y no por revancha. Voy a volver mejor preparado, con más claridad, con más profundidad. No para agradar a ninguna comisión, sino para honrar mi compromiso con la universidad, con el conocimiento, con lo que verdaderamente me apasiona. Eso es lo que importa. El sexenio es una consecuencia, no un fin.

Para poder avanzar con foco estoy soltando cosas. Coincide con que dejo la dirección de departamento. Ha sido un trabajo importante, del que me siento satisfecho y cierro con tranquilidad. Soltar ahora es un regalo, porque necesito reenfocar, dedicarme a la investigación, regresar a cosas que disfruto y con las que aporto, con tiempo y energía. Además, ayuda a marcar una transición, un cambio en mi dedicación.

Hay derrotas que no destruyen, sino que despiertan. Hay rechazos que nos invitan a ajustar el rumbo, a madurar el deseo, a afinar la mirada. Este ha sido uno. Me lo quedo así.

Esta entrada es una declaración de intenciones. No para hacer ruido. No para buscar consuelo. Sino para recordarme a mí mismo, y quizá a quien esté en una situación parecida, que el golpe no es el final. Que también puede ser el inicio de algo mejor.

Esto también va por los chavales que han recibido más suspensos de los que esperaban, para quienes no han sacado las pruebas de acceso a la Universidad como querían. En el fondo vale para todos, porque sin duda, la vida viene con decepciones ocasionales.

La ley de la cosecha dice: “El que siembra, recoge”; pero el que es agricultor no olvida el corolario “Pero no siempre”. A pesar del trabajo hecho, a pesar de cuidar el campo, hay veces que un granizo estropea la cosecha cuando estás a punto de recogerla, cuando ya estás ilusionado por los frutos que ya ves. Pues hay que volver a sembrar, porque lo que está claro es que el que no siembra, no recoge.

En mi caso, volveré a ver esa cosecha a punto de ser recogida en tres años. Pero ya desde ahora:

¡A por ello!


Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima. Haz clic aquí.