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domingo, 11 de agosto de 2024

Cinco días sin pantallas

En la entrada anterior, hace siete días, contaba el reto de Juan, mi hijo de 12 años. El reto consistía en pasar cinco días sin pantallas, algo que parecería obvio para cualquier niño de hace 100 años y que ahora, en muchos casos, es harto complicado.

Publicar el reto la semana pasada me ha traído muchos comentarios y muchas preguntas. La mayor curiosidad es cómo habíamos conseguido que aceptase el reto. Al final de esta entrada cuento el truco, del que no me siento especialmente orgulloso.

Primero los resultados. Sin temor a pasarme, ha sido sorprendente la cantidad de implicaciones que tiene alejarse de las pantallas. Cinco días no son muchos, pero el cambio ha sido apreciable.

Las pantallas son como una chupeta para los adolescentes (también para los niños y para los adultos). Ante cualquier revés, aburrimiento, echamos mano de la chupeta, de la pantalla.

He podido observar como la pantalla nos quita las ganas de hacer otras cosas. Le había propuesto varias veces a Juan salir en bicicleta, siempre me había dicho que no le apetecía mucho y se entretenía con algo más cómodo, conectarse a una pantalla. Nada más comenzar el reto me dijo “Papa, vamos a dar una vuelta en bici”. Por mi parte encantado, además sin tener que empujar para que viniese.

La imaginación se activa ante el posible aburrimiento. Sin la opción fácil de conectarse no hacía más que proponer ideas y planes a todos los de alrededor. Hemos jugado bastante a las cartas y nos hemos reído mucho todos juntos, en lugar de estar cada uno a lo suyo.

Decía Leyre, mi hija de 19 años, que parecía que el reto era para todos, cambió la dinámica familiar. Juan estaba más presente de lo habitual, requería más atención. Nos hizo soltar a todos más el móvil y las pantallas (lo suyo es que lo hubiésemos acompañado en el reto), favoreció la comunicación entre todos y el pasar ratos juntos.

Los mayores, los padres, cuando estamos cansados, podemos tirar por la solución fácil: dejarlos con una pantalla para que nos dejen tranquilos, poner la chupeta al niño o adolescente de turno.

Juan también propuso ir a jugar al pádel, ir a la playa, pasamos más tiempo conversando y surgieron muchos temas e ideas. Lo triste es que las pantallas nos desconectan de los que tenemos al lado y están presentes físicamente. Puede que nos conecten con los que están lejos o que nos hagan perdernos en un mundo virtual. Lo que está claro es que nos perdemos la realidad que nos acompaña.

Ahora el truco, la trampa. Hubo chantaje para que Juan aceptase el reto. Además, un chantaje poco apropiado para poder mantenerse lejos de las pantallas. Más bien al contrario, se lo pone más difícil. Juan quería la Nintendo 3DS y la quiere pronto, así que la propuesta fue que si estaba cinco días sin pantallas podía comprársela y nosotros le pagábamos la mitad. Dicho y hecho, reto conseguido y ya hemos pedido la nueva pantalla.

Más difícil todavía, con una pantalla más
También esperaba que se animase a la lectura, pero eso no ocurrió. Por mi parte encuentro mucha satisfacción en la lectura y me gustaría compartir ratos de lectura con él.

Espero que repitamos, podamos encontrar días sin pantallas para estar juntos y presentes, con nuevas actividades. Juan ha aprendido que, si quiere, puede. Todos hemos visto los beneficios que supone. De momento, a la vuelta, se ha dado un buen atracón de pantallas, menos mal que por la tarde nos vamos al pueblo y las pantallas se quedan atrás.

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viernes, 22 de enero de 2016

¡Respira!

Cuenta Leo Harlem en uno de sus monólogos que llega a Yoga y lo primero que dicen es “Os voy a enseñar a respirar, como si no lo viniésemos haciendo desde que hemos nacido, además ¡No lo haré tan mal que sigo estando vivo!”
Respiramos en automático, sin pensar, todos los días y continuamente. Y cómo otras muchas cosas, que respiremos en automático no significa que lo hagamos bien ni que nos sea útil. Hacer en automático libera espacio en nuestra mente para procesar otras cosas, lo que nos es útil. Otras veces es mejor hacernos conscientes, así que es positivo encontrar el equilibrio entre darnos cuenta y aprovechar nuestros automatismos.

En muchos ejercicios de moda, como en yoga, tai chi chuan o pilates entre otros, la respiración es esencial. A través de la respiración reconectamos con nuestro cuerpo y con nuestra esencia. Uno de los primeros pasos es re-aprender a respirar.

Esta semana en un curso de Carnegie, hablando de discutir y tener razón, Álvaro ha comentado que su abuelo decía “¡RESPIRA!” como receta para evitar enfrentamientos. Una respiración profunda o mejor tres puede ser una receta barata y efectiva en múltiples ocasiones:
  1. Antes de discutir, partiendo de que no se puede ganar en una discusión, como bien recoge Dale Carnegie en sus principios, lo mejor será evitar discutir. Dos no discuten si uno no quiere. Cuando te sientas con ganas de contestar excesivamente a alguien, párate y respira. Es como la vieja receta de contar hasta diez. No luches contra molinos de viento.
  2. Antes de tomar una decisión importante, que te puede estar generando estrés, respira, oxigena el cerebro, ayuda a pensar con mayor claridad. Tómate un tiempo para parar.
  3. Antes de comprometerte a hacer algo, que te puede sobrecargar, respira, no hay prisa en contestar en automático, no tienes por qué dejarte llevar por el ansia de complacer, tienes capacidad de decir no y respirar te puede ayudar a dar la respuesta adecuada. Es mejor ponerse rojo un día que colorado todos los días.
  4. Cuando estés descentrado, la respiración te vuelve a centrar, te permite recuperar el control, calmarte.

La respiración profunda nos separa de nuestra reacción automática (el cerebro reptiliano, la amígdala) y nos permite ver con una perspectiva nueva, permitiéndonos razonar y encontrar soluciones más efectivas.

Tomarnos tiempo nos hace conscientes de que nosotros tenemos nuestra verdad, que no es “La Verdad” y que es importante comprender el punto de vista del otro (empatía) y dejarnos espacio para poder ver y apreciar con mayor amplitud.

La respiración nos ayuda a centrarnos, a no reaccionar, a tomar mejores decisiones y a valorar las opiniones ajenas. Además la respiración consciente produce el placer de la conexión con uno mismo y con el mundo que te rodea. Con tanto beneficio te animo a respirar de vez en cuando de forma consciente.


¡Respira! Es mejor no probar a ver qué pasa si dejamos de respirar.