jueves, 25 de diciembre de 2025

Navidad, automatismos y conciencia. O cuando la obligación pesa más que el disfrute

La Navidad tiene algo curioso. Llega cada año casi sin pedir permiso y, antes de darnos cuenta, estamos dentro: comidas, cenas, compromisos, mensajes, horarios alterados y mesas que se llenan más por inercia que por hambre.

Muchas veces en Navidad no decidimos: repetimos.

Repetimos lo que se hace, lo que “toca”, lo que siempre se ha hecho. Los mismos platos, las mismas horas, las mismas conversaciones, incluso los mismos pequeños malestares. Automatismos sociales que asumimos casi sin darnos cuenta.

Como un burro que reptie la cena de cada Navidad e igual le sientan mejor unos huevos fritos y una manzana

Y lo digo en primera persona. Yo también disfruto de la cena de Navidad. Me gusta. La celebro. Pero, siendo honesto, también la percibo con una parte de obligación. Como algo que hay que cumplir. Y ahí aparece la tensión.

Porque quizá la Navidad sea justo eso:

un equilibrio delicado entre el disfrute y la obligación.

Cuando ese equilibrio se rompe y la obligación pesa más que el disfrute, algo chirría. Aparece el cansancio anticipado, la desgana, incluso el sufrimiento silencioso. Entonces la cena deja de ser celebración y se convierte en trámite. Y a veces, dicho sin rodeos, es un coñazo o simplemente no apetece.

Además, conviene no olvidar algo importante: para muchas personas estas fechas son especialmente difíciles.

La rutina navideña: los mismos días, las mismas canciones, los mismos rituales; puede convertirse en un recordatorio constante de quienes ya no están. De las personas que han muerto durante el año. De ausencias recientes o antiguas, por una separación que hace que los niños estén con tu antigua pareja. De acontecimientos dolorosos que, tristemente, coincidieron con estas fechas. Y entonces la Navidad no es solo repetición: es volver a entrar en la herida, volver a tocar el dolor.

En esos casos, mantener la rutina “porque siempre ha sido así” puede resultar especialmente duro. No alivia; agranda. Y quizá ahí también sea necesario darse permiso para cambiar.

Cambiar las rutinas no es traicionar la Navidad. Es cuidarse.

Tal vez este año te venga mejor otra cosa:

  • Irte de viaje.
  • Salir a dar un paseo largo.
  • Cenar lo que cenas cualquier otro día.
  • Huevos fritos, una manzana, algo sencillo.
  • Seguir tu ritmo en lugar de forzarte a una mesa que no te apetece.

Además, seamos claros: en Navidad también se disparan los precios y, muchas veces, comemos no lo que necesitamos, sino lo que “toca” comer. Como si el valor del encuentro dependiera del menú.

Y no tiene por qué ser así. Hacer lo que hace todo el mundo a veces está bien. Nos conecta, nos une, nos da pertenencia.

Pero en ocasiones es sano ir a contracorriente. Escucharte. Permitirte no cumplir el guion. Elegir desde lo que sientes y no desde lo que se espera de ti.

La pregunta clave quizá sea esta:

👉 ¿Qué rutina me ayuda a vivir mejor este momento de mi vida?

Cambiar las rutinas para que nos sienten bien.

Cambiar las rutinas para que de verdad puedan ser disfrutadas.

Cambiar las rutinas para no olvidarnos de lo importante.

Porque lo importante de la Navidad, si es que hay algo importante, no siempre está alrededor de una mesa. Está en el encuentro. En el compartir tiempo. En la presencia real con la gente que queremos.

Y ese encuentro puede darse caminando, viajando, conversando en calma o simplemente estando.

No desde la obligación, sino desde la apetencia.

No desde el “tengo que”, sino desde el “me apetece”.

 Quizá esta Navidad no vaya de hacer más, ni de comer más, ni de cumplir mejor.

Quizá vaya de vivir tu tiempo con un poco más de conciencia.

Y de permitirte elegir.

Si quieres seguir leyendo lo que se publica en el blog, formar parte de esta tribu, puedes seguirme en LinkedIn, para no perderte la próxima entrada. Haz clic aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario