domingo, 7 de diciembre de 2025

Planificar también es cuidar: del tiempo, de la pareja y de uno mismo

Esta semana una amiga me envió la imagen que acompaña este post. Me la mandó porque sabe que, al final, la gestión del tiempo tiene mucho que ver con lo que decidimos hacer y con lo que metemos —o no metemos— en la agenda. El tiempo pasa igual para todos, pero no todos vivimos igual el paso del tiempo. Y muchas veces no es cuestión de velocidad, sino de intención.

La frase de la imagen es provocadora, incluso para algunos puede sonar burda o poco elegante: “¿Buscar hueco para el sexo en la agenda? Una práctica recomendable a pesar de su mala fama.”

Pero detrás de ese titular llamativo hay una idea que merece masticarse despacio: si nunca reservas tiempo para algo, lo más probable es que no ocurra. Y eso incluye el sexo, sí, pero también el deporte, una cerveza con amigos, leer un libro, dormir la siesta o avanzar en un proyecto que lleva meses pidiendo un hueco.

Muchas personas rechazan la idea de “agendar” algo que se supone espontáneo. Parece que ponerlo en el calendario le quita magia. Pero lo cierto es que, si lo dejamos todo en manos de la espontaneidad, el día a día se nos come. Especialmente si eres padre o madre (como yo lo soy). Cuando los niños son pequeños, ¿quién no ha sentido que desaparecen horas enteras, semanas incluso? Cosas que te sientan bien, que te gustan, que te importan… quedan arrinconadas. A veces incluso perdemos hasta la libido, ocupados como estamos en sobrevivir a la logística familiar, laboral y doméstica. La mente se pone en modo supervivencia y desconectamos de lo que nos hace bien.

Y no solo pasa con cosas individuales. También ocurre con las relaciones. A veces los buenos momentos con las personas con las que compartimos la vida solo se dan si buscamos explícitamente esos ratos en los que coincidir. Si no lo hacemos, la vida nos lleva por delante y esos momentos no surgen, no aparecen. Con los amigos, con la familia, con los hijos… muchas veces hay que forzar esos encuentros.

No es raro que organizar una simple comida que apetece se convierta en una odisea de agendas, mensajes y cambios. Y sí, nos la jugamos: quizá cuando llegue el día ya no apetece tanto, o surge algo, o estamos cansados. Pero si no reservamos ese momento, con el devenir natural de la vida rara vez aparece por sí solo. Confiar únicamente en “el fluir” o en que “ya surgirá algo” es condenar muchos buenos momentos a no existir. Entre otras cosas, porque las coincidencias espontáneas de energía, ánimo y disponibilidad entre varias personas son más raras de lo que imaginamos.

Por eso, cada viernes por la tarde suelo sentarme a planificar la semana. Nada rígido, nada milimétrico. Dejo huecos libres, porque si llenas cada minuto, cualquier imprevisto hace saltar todo por los aires. La planificación no es una jaula: es un marco flexible que te permite tener claridad sin renunciar a la espontaneidad.

Y dentro de esa flexibilidad, hay algo clave: reservar tiempo para lo importante, para lo que te hace bien.

  • Aunque no sea urgente.
  • Aunque no haya una fecha límite.
  • Aunque requiera una intención previa.

Porque si no reservas un hueco, incluso aquello placentero o esencial acaba quedándose fuera. A veces pueden pasar meses esperando “el momento perfecto”, ese que nunca llega. Y si reservaste un espacio y al final no se dio, porque también hay incertidumbre en lo importante, pues ya está: se vuelve a intentar. No siempre que se siembra se recoge, pero lo que es seguro es que: si no siembras, no recoges.

La imagen que me envió mi amiga tiene mala fama por lo que sugiere, pero en el fondo apunta a algo que todos necesitamos recordar:

Haz espacio para lo que te importa, o la vida lo hará por ti… y no siempre en la dirección que te gustaría.

Así que te pregunto, y me pregunto también:

  • ¿Qué es lo importante para ti esta semana?
  • ¿Has reservado un espacio para ello?
  • ¿Hay tiempo suficiente?
  • ¿O lo urgente está ocupando todos los huecos, dejando fuera lo verdaderamente significativo?

Quizá hoy sea buen momento para abrir la agenda y sembrar algo que llevas demasiado tiempo posponiendo.

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