Hoy
vivimos más desconectados de la naturaleza y de sus ritmos. La mayoría
habitamos en ciudades, lejos del campo, y la luz del sol ya no marca nuestros
horarios, ni siquiera para los que viven en el pueblo. La luz artificial
prolonga los días, acorta las noches y difumina la frontera entre descanso y
actividad. Creemos que dominamos la naturaleza, pero en realidad lo que hacemos
es separarnos de ella.
Me
encanta compartir tiempo, experiencias y conversación con quienes todavía viven
en los pueblos. Ellos siguen atentos al cielo, conscientes de si llueve o no,
de cómo viene el viento o de cuándo llega la cosecha. Todavía conservan esa
conexión con los ciclos naturales, quizá por eso viven más despacio, con menos
prisa.
Seguro
que se sorprenden al visitar una gran ciudad, como yo me sorprendo cada vez que
visito Madrid y me paro a mirar. Todos caminan rápido, con la mirada fija en lo
inmediato, casi sin verse. Es curioso, entre tanta gente, es más fácil estar y sentirse
solo. No es así en un pueblo de cinco habitantes, donde conoces a todos y
donde, si faltas, alguien te echa de menos.
Los
ritmos naturales y las conexiones sociales van de la mano. También las
relaciones humanas necesitan su tiempo: dejar que florezcan sin forzarlas,
cuidarlas sin abrumar ni olvidar. Igual que una planta, una amistad necesita su
espacio, su agua justa, su luz.
Quizá
los ritmos y las relaciones eran más naturales hace cincuenta años. Tal vez lo
he idealizado, pero me sirve de modelo. Aquella calma, aquella cercanía con la
tierra y con los demás, son recordatorios de cómo vivir en armonía con lo que
somos y con lo que nos rodea.
Las
cosas, cuando se hacen en el momento adecuado, son más fáciles. Las plantas,
las flores y las frutas tienen su temporada. No florecen antes ni después. No
podemos hacer que crezcan más rápido tirando del tallo, ni que el fruto madure
por impaciencia.
Lo
mismo ocurre con nosotros. Hay tiempos para sembrar, para florecer, para
cosechar y para descansar. A veces insistimos en avanzar contra corriente, pero
eso solo nos agota. La sabiduría está en reconocer cuándo es tiempo de actuar y
cuándo es tiempo de esperar.
Ahora,
en el hemisferio norte, el otoño invita a soltar, a hacer espacio, a preparar
la tierra para lo nuevo. Es momento de reflexión, de gratitud, de dejar caer
las hojas.
Mientras
tanto, en el hemisferio sur, la primavera nos recuerda la energía de lo nuevo:
abrirse, florecer, iniciar.
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Encontrar tu estación interior, sea otoño o primavera exteriormente |
Cada
estación tiene su propósito, su ritmo y su enseñanza. Vivir tu tiempo es
aprender a escuchar lo que la vida te pide ahora, no lo que crees que debería
estar pasando.
Porque,
al final, cuando hacemos las cosas en su momento justo, el esfuerzo se vuelve
ligero… y la vida, simplemente, fluye.
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