Hay días en los que escribir me sale solo. Me siento delante del teclado y, sin darme cuenta, el tiempo se estira, se encoge o directamente desaparece. Lo mismo me pasa subiendo una montaña: me canso, claro, pero disfruto. A mi lado otros quizá sufren, pero yo encuentro en ese esfuerzo algo que me ordena por dentro. Al final, lo que buscamos es estar a gusto con lo que hacemos, sentir que cada pequeño “ahora” tiene sentido. Y la clave, como dijo Mihaly Csikszentmihalyi, el creador del concepto de fluir, está en ajustar el reto a nuestras capacidades, encontrar ese punto delicado entre el aburrimiento y la angustia, ese “justo aquí” donde uno se siente vivo.
Csikszentmihalyi insistía en que la felicidad no se persigue directamente, sino que aparece cuando nos implicamos por completo en lo que hacemos, cuando dejamos de rumiar y la atención se centra en una sola cosa. El mundo exterior cambia poco, pero por dentro algo se recoloca: la conciencia se vuelve más clara, menos caótica, como si la vida tuviera por fin una dirección concreta. Y eso no depende tanto de lo extraordinario como de nuestra forma de vivir lo cotidiano. Cada conversación, cada paseo, cada pequeño trabajo puede convertirse en una experiencia satisfactoria si sabemos prestarle atención, si aprendemos a disfrutar del proceso y no sólo del resultado.Me
gusta pensar que fluir es una forma de estar en la vida: cuando dejamos de
obsesionarnos por lo que falta y nos enfocamos en lo que ocurre. Cuando
trabajamos con la mente despierta, cuando escuchamos de verdad a quien tenemos
delante, cuando cocinamos sin prisa, cuando hacemos deporte porque sí. Y
también cuando aceptamos que la alegría aparece y desaparece, pero la actitud
de involucrarnos en cada momento es algo que sí podemos cultivar. Los mejores
instantes suelen llegar cuando usamos lo mejor de nosotros mismos para algo que
vale la pena; no para ganar nada, sino porque hacerlo ya es la recompensa.
Para
practicarlo en el día a día ayuda ajustar el nivel de desafío de cada
actividad, prestar atención al presente y convertir lo cotidiano en un pequeño
juego personal. Y, sobre todo, recordar que fluir no es desconectar del mundo,
sino conectarse mejor con él. Si te resuena este tema, recomiendo leer Fluir
y Aprender
a fluir, dos libros que inspiran, ambos de Csikszentmihalyi, aterrizan
ideas y ayudan a vivir con más intención y más serenidad.
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