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viernes, 10 de mayo de 2024

La energía que da el cabreo. Cuando la impuntualidad se convierte de desfachatez

Esta entrada del blog es extra, no estaba prevista, ya tengo en mente la próxima, que saldrá el domingo. Pero no me puedo contener, tengo que escribir, necesito expresar y hacer público mi enfado, mi cabreo. El enfado nos da energía ante la injusticia, para defendernos, y me siento injustamente tratado.

En resumen, Alberto Martín Pérez, habilitado en clases pasivas, con oficina en Burgos (mi ciudad), me ha dado un soberano plantón. Me ha dejado plantado, esperando durante una hora, hasta que me he cansado y me he ido de su oficina. Lo siento por Dolores, que es quien ha tenido que escuchar mi cabreo, y sus compañeros (parece que ya tienen la costumbre de escuchar cabreos).

Había intentado en distintas ocasiones hablar con Alberto o que me llamase, sin suerte. Lleva la gestión de una herencia de unos primos de Argentina que se está alargando, ya se cuenta por años el tiempo. No reciben información de cómo va el tramite y por eso me acerque hace unas semanas (tres), otra vez, para ver cómo iba.

Me dieron cita para hablar con él hoy a las 13 horas en su oficina. Haciendo un esfuerzo, allí estaba. He aparcado muchas cosas para poder ir, adaptándome a su horario (cuando me dijo su secretaria) y su lugar (su oficina).

He llegado a las 12.55, me gusta llegar con tiempo, ser puntual significa que respetas al otro, que respetas su tiempo y el tuyo, que consideras el encuentro importante y para mí es una regla de urbanidad.

Cuando he entrado me han invitado a sentarme y esperar, puedo entender que esté ocupado, que tenga que acabar algún trámite. Cuando habían pasado 20 minutos he preguntado si él sabía que estaba ahí. Me han dicho que no había llegado.

Supongo que en ese momento le han avisado, porque 5 minutos más tarde me ha dicho Dolores que había mandado un mensaje de que me fuese informando que ahora llegaba. Me ha contado lo que sabía y he seguido esperando.

15 minutos más tarde me ha dicho que si me quería ir no creía que Alberto me fuese a contar mucho más. Le he dicho que me quedaba, que ya me había resultado muy difícil conseguir cita. Si había dicho que ahora llegaba, esperaba a que llegase, así podría explicar como estaba el trámite. También contarme que es lo que le había retenido. Me enfada que me hagan perder el tiempo.

El enfado ha ido creciendo. De Alberto ya no daban más referencias. He pedido su móvil para llamarlo y me han dicho que no están autorizados a facilitarlo. Curioso un gestor inaccesible. Seguro que aprovecha bien su tiempo haciendo perder el de sus clientes.

He intentado verlo en diversas ocasiones, poder hablar con él, pero ha sido imposible. Yo lo he intentado porque los primos de Argentina lo tienen aún más difícil, cuando me dicen que no les contesta los correos y tampoco les quieren facilitar un móvil donde llamar. Tampoco parece posible una videoconferencia. No me lo tomo personalmente, no soy el único por lo que he encontrado en la red. En la foto muestro las tres primeras reseñas que aparecen en Google.

Las tres primeras reseñas de Google de Alberto Martín (habilitado...)
Después de una hora de espera infructuosa me he ido echando humo. He dejado mi móvil para que pueda llamar (7 horas después todavía no ha llamado). El lunes 20 lo tiene libre, según me han dicho en su oficina, lo he reservado espacio en mi agenda entre las 12 y las 14.30. Puede llamarme, pedirme cita y venir a verme. Le daré cita sin problema y yo sí estaré allí para recibirlo; ya le he dejado dicho dónde puede encontrarme.

Si recibo una explicación razonable puedo borrar la entrada. Si al menos me llama, lo pondré en comentarios más abajo, si no pongo ningún comentario es que ni siquiera me ha llamado. No sé porque tampoco me extrañaría.

Soy profesor universitario, tengo muchos alumnos en Burgos, al menos me queda la posibilidad de contarlo como ejemplo. Muestra bien aspectos de los que explico en mi asignatura.

Seguro que algún conocido común lee esto, ruego le informe a Alberto Martin de esta entrada del blog. Ilustra algo que considero fundamental, el respeto por las personas o la falta de respeto. Además, así estará informado.

No sé si confiar en su profesionalidad, dado que ya debe haber cobrado puede que piense que ya está todo hecho, sin haber acabado de prestar el servicio para el que se le contrato, con la debida diligencia. Puede ser que tenga demasiado trabajo, que no esté bien organizado u ocurran otras cosas. Estaría bien poder hablar con él sin tener que escribir. Al menos el enfado me hace escribir fácil.

Con la experiencia que tengo con Alberto desconfío. No sé si puedo confiar. Espero que el tema avance y en tres o cuatro semana, como me ha dicho Dolores, esté todo solucionado. Confío en que informe debidamente a mis primos de Argentina y cuando la herencia esté donde debe estar, borraré esta entrada.

Tengo que agradecer a Alberto que su falta de educación (al menos aparente) me haya ayudado a escribir esta entrada del tirón. El justo cabreo da mucha energía.

También agradecer a Dolores la información que me ha dado. Al estar en la puerta supongo que ha tenido que soportar alguna bronca que no la correspondía.

Espero que Alberto Martín venga a verme el día 20 o al menos me llame. También puede mandarme su teléfono, para que yo pueda llamarlo. Creo que el paso le toca ahora a él.

Si nos conoces a ambos, a Alberto y a mí, te agradeceré que me llames y me cuentes porque esto es solo anecdótico o si es lo habitual. Seguro que tenemos muchos conocidos en común.

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domingo, 29 de noviembre de 2020

Puntual: Llegar a tiempo, con tiempo, sin tiempo o a destiempo

El reloj y el calendario miden el tiempo y nos ayudan a coordinarnos con otros. Nos ayudan a poder organizarnos y programarnos, sabiendo a qué hora sale el autobús y lo que tarda podemos planificar mejor (si vivimos en un entorno donde el autobús llega puntual).

Cada uno tiene su concepto de puntualidad. Para uno puede ser llegar antes, otro piensa que es llegar a la hora y un tercero considera que se debe dar un margen de 5, 10 o 15 minutos.

Encontramos al estricto, que no se puede relajar, intransigente con el tiempo. Por otra parte, el que, aunque lo intenta, nunca llega a la hora, siempre con una “razón” para llegar tarde. El que se retrasa siempre tiene una excusa.

Quizá ambos descontentos si se tienen que encontrar. El inflexible, enfadado por tener que esperar, por todo lo que ha dejado de hacer para ser puntual, sintiendo que le roban el tiempo. Y el que llega tarde, por el conflicto que supone si el primero se lo recrimina o porque se pregunta por qué siempre llega tarde.

La impuntualidad de unos condiciona al resto. En un entorno donde sobra el tiempo quizá no es tan importante. Cuando hay “demasiado” o “mucho” que hacer, va penalizando otras cosas.

Para poder ser puntual hay que percibir el paso del tiempo, hay que saber cuánto lleva aproximadamente una actividad o desplazamiento. Si calculamos con demasiado optimismo, estimando que tardaremos menos de lo que habitualmente se tarda, llegaremos tarde. El mejor truco para llegar pronto es salir pronto, para terminar pronto es empezar pronto.

Impuntualidad y prisa van de la mano. Dibujo de Sofía Fontaneda

Es difícil planificar un día cuando dependes de otros que no son puntuales. Puede pasar, por ejemplo, si un día tienes que ir al médico, aunque te dan una cita para una hora determinada, nunca estás muy seguro de si el horario se va a cumplir y de cuánto tiempo va a llevar. De esta forma ya te condiciona el resto del día.

El retraso en una actividad se va arrastrando a las siguientes. Para no arrastrar los retrasos puedes añadir un cierto margen. Puede que te resistas a añadir un margen porque te parece una pérdida de tiempo, si es así selecciona algo que podrías hacer si tienes ese tiempo, aunque no lo vas a hacer si no lo tienes (si después te empeñas en hacerlo, aunque no tengas margen, volverás a ir retrasado).

El que llega tarde hace “perder” el tiempo a los que llegan puntuales, si es que le esperan. A veces, no hay otra opción, hay que esperar al impuntual. O visto de otra forma, siempre cabe no esperar y aceptar las consecuencias, incluso aunque sea el jefe.

En grupo la impuntualidad se puede convertir en hábito. Soy profesor, si empiezo la clase dos días cinco minutos tarde enseguida esos cinco minutos se convertirán en la norma. La única forma de que esto no ocurra es mantener cierta tensión, empezar puntuales a pesar de los rezagados. Lo mismo pasa con las reuniones en la empresa o entre los amigos. El impuntual hace perder el tiempo a los puntuales.

La impuntualidad es contagiosa, cuando empezamos tarde por un impuntual un encuentro habitual, poco a poco la impuntualidad se irá contagiando, cada vez serán más los impuntuales, sabiendo que ser puntual no importa en este caso.

Sabiendo que la reunión siempre empieza 15 minutos tarde, que nadie va a llegar puntual, pues tampoco tú llegas a la hora fijada. La reunión empieza como siempre, puntualmente 15 minutos tarde. Y si te sigues empeñando en llegar a la hora dedicarás 15 minutos a socializar o a cualquier otra cosa. Ya se pierde suficiente tiempo en reuniones como para empezarlas tarde.

También la puntualidad es un hábito. Si empezamos a la hora todos lo saben y actúan en consecuencia. Me encantaba ir a comer a casa de mi abuelo, allí siempre se comía a las 3, estuviese quien estuviese, el que fuese llegando ya comería lo que quedaba. Todos lo sabíamos y actuábamos en consecuencia.

Llegar con tiempo muestra la importancia del encuentro o del asunto. Ser puntual es señal de aprecio y respeto, es valorar el tiempo propio y ajeno.

Algunas ideas:

  • Empezar a la hora. Es regla de cortesía para con los puntuales, en lugar de guardar un tiempo de cortesía para el que llega tarde.
  • Un truco casi infalible para llegar pronto es salir pronto. Si salimos tarde, podemos intentar solucionarlo corriendo y no siempre funciona.
  • La puntualidad y la impuntualidad son hábitos. Aunque para ser puntual alguna vez hay que ejercitar la fuerza de voluntad y hacer un esfuerzo.
  • El impuntual no va a cambiar porque nosotros queramos. Podemos aceptarlo y adaptarnos. También podemos dejar de esperar y aceptar las consecuencias de seguir adelante sin el que se retrasa.

domingo, 23 de agosto de 2020

Más vale ponerse rojo un día que colorado todos los días

 Más sabe el diablo por viejo que por diablo, por eso me gusta aprender de los que tienen más experiencia, más vida. La sabiduría de los que dicen “¡Estoy mayor para tonterías!” ¿A qué edad se está mayor para tonterías?

Estar mayor para tonterías está relacionado con la capacidad para decir “NO” a las peticiones irracionales, con las que no comulgas. Decir “NO” al comienzo para no tener que estar enfadado conmigo mismo (por acceder) o con los demás por haber aceptado, quejándome, resentido.

Frustrado tras decir "sí" a demasiadas cosas. Imagen de freepik.es

Es mejor ponerse rojo un día (al decir no) que colorado todos los días (arrastrando el sí que no querías).

Cuesta decir “NO” por si se enfadan (temor al rechazo). Si observamos a quienes dicen “NO”, el resultado suele ser que se los respeta más. Los que siempre dicen “SI” acaban haciendo lo que nadie quiere hacer.

También has de tener en cuenta que, si siempre has dicho “Sí”, siempre has accedido a las peticiones de alguien, cuando comiences a decir “NO”, es probable que se enfade. Está acostumbrado a que accedas, se sorprenderá de tu negativa, intentará que vuelvas a aceptar, no entenderá el cambio. Pasará un tiempo antes que se dé cuenta de que “estás mayor para tonterías”, que como adulto tomas tus decisiones, que ha de respetar, que en ocasiones estarás dispuesto y tendrás capacidad de echar una mano y en otras ocasiones no.

Tomar tus propias decisiones es también aceptar las consecuencias, la posibilidad de que se enfaden. El enfado injusto es una forma de manipulación.

Es distinto caer bien a todos, cumplir con lo que todos necesitan, que ser respetado como adulto. El respeto de los demás comienza por el respeto por ti mismo, por lo que quieres y no quieres. Respeto por tu persona y no solo por lo que haces o eres capaz de hacer.

Encontrar el equilibrio entre el respeto al otro (echar una mano cuando lo necesita) y el respeto por mí mismo (atender también a lo que necesito). Jesucristo dijo “ama al prójimo como a ti mismo”; lo que no dijo es que amases al prójimo más que a ti mismo.

Antes de contestar a una petición, date tiempo, permítete sentir que es lo que quieres, pensar cómo será si aceptas, a qué tendrás que renunciar, qué otras cosas no harás. También qué es lo que sí conseguirás comprometiéndote. No te lances automáticamente al sí, de forma que te puedas comprometer con tu decisión, sin resentimiento, si finalmente decides aceptar.

Si aceptas algo y después te arrepientes, forzándote a continuar, el resentimiento puede crecer y con el tiempo, explotar, haciéndote sobre-reaccionar. El cabreo, que sorprenderá, puede ser desproporcionado.

No quiero decir que sólo hay que hacer lo que te apetece, puedes y está bien hacer por los demás, vivimos en comunidad y nos ayudamos unos a otros, la ayuda mutua y las relaciones son base de nuestro bienestar. Aunque esa ayuda no se puede prestar a cualquier precio. Que sea una decisión consciente, de la que no te estés arrepintiendo a los 10 minutos, con la que puedas comprometerte y no acabar con el resentimiento hacia ti y hacia el otro por haber aceptado.

Puedo decir “sí” cuando quiera, puede ayudar, a un amigo o a quien le apetezca. Esto es distinto que decir “sí” a todo, todo el tiempo.

Si no decides como quieres vivir tu vida otro decidirá por ti

Si no eres capaz de decir “NO”, si dices “sí” a cada petición, es probable que acabes siendo explotado.

Tú decides en que momento estás mayor, eres adulto. No esperes a que te lo reconozcan los demás, mientras tú no te veas como un adulto, auto-dirigido, responsable de tu vida, de tus decisiones, de tus elecciones y sus consecuencias; los demás no te respetarán como adulto, aunque te quieran como a un niño.

jueves, 20 de octubre de 2016

Tiempo con los demás

Dice un proverbio indio “Si quieres ir rápido vete sólo, si quieres ir lejos vete acompañado”. Los demás son imprescindibles, sobre todo si queremos llegar lejos. Cualquiera que haya conseguido grandes logros se ha apoyado en personas.

Construir una red de contactos suena artificial, interesado e incluso egoísta. Sin embargo nacemos en la red familiar con sus amigos y conocidos y desde la infancia vamos creando una red de amigos, una red que nos protege, ayuda y nos da seguridad como la red de seguridad  que protege y da seguridad a los trapecistas.

Algunas ideas para cuidar y hacer crecer tu red de amigos, de gente de confianza:
  • Ayuda desinteresadamente, no lleves la cuenta. Ante todo generosidad.
  • Las buenas relaciones se basan en la confianza y en el respeto.
  • Pide ayuda si la necesitas. Igual que estás encantado de poder ayudar a tus amigos, o a quien te lo pide, da la oportunidad a otros de que te ayuden (a veces pedir ayuda no resulta fácil).
  • Cuida a tus amigos, esos que te han acompañado gran parte del camino.
  • Encuentra la audacia para hablar a desconocidos, conocer gente. Si tú no te acercas igual ellos no se acercan y no sabéis lo que os perdéis. Puedes ir a una fiesta a conocer gente y volver sin conocer a nadie si no encuentras la valentía.
  • Descubre los intereses de los demás, habla de esos temas, puedes aprender mucho. A todos les interesa su salud y a los padres/madres sus hijos.
  • Busca solución a sus problemas.
  • Busca mentores, gente de la que aprender, quienes hayan recorrido el camino antes que tú.
  • Disfruta de las relaciones, la emoción se transmite.

Para Jim Rohn, citado por Francisco Alcaide, somos una media de las 5 personas con las que más nos relacionamos. Como relata Paco el alimento de la mente es tu entorno, cuida y escoge tu entorno.


Un libro de referencia para aprender  a gestionar las relaciones y cuidar nuestra red de amigos: “Nunca comas sólo” de Keith Ferrazzi.

jueves, 24 de marzo de 2016

Perdona que te interrumpa

Me gusta ir a leer y estudiar a la biblioteca, me siento acompañado en lo que hago. Supongo que muchos vamos allí para evitar las interrupciones que podemos tener en casa o en el despacho, por parte de otros o para hacer una visita a la nevera.

En una de esas visitas a la biblioteca me senté frente a una chica de unos 20 años, en las dos horas que yo estuve allí no se levantó de la silla. Toda una mañana de estudio.

Me llamó la atención porque no paró de mirar el móvil en las dos horas. El proceso era algo así:
  1. Mira el móvil, sonríe y teclea algo.
  2. Deja el móvil.
  3. Vuelve a estudiar durante medio minuto.
  4. Consulta el móvil, sonríe y vuelve a escribir algo (estamos de nuevo en el punto uno).

Durante las dos horas no pasó de página. Es posible que ella estuviese convencida de que había pasado dos horas estudiando y fuese poco consciente de lo poco productivo de esas dos horas. Sospecho que podía haber sido más beneficioso quedar a tomar un café con el que estuviese en el otro lado de la comunicación. O si iba a estudiar apagar o apartar el móvil de su vista.

Y es que cuando interrumpimos una tarea pagamos un gran precio para retomarla. Si estamos leyendo tenemos que releer los últimos párrafos, lo que sucede con cualquier cosa que estemos haciendo, retomar el hilo tiene su precio. En el caso de esta chica no consiguió ni pasar de página en dos horas (¡igual consiguió otras cosas!). Cualquier tarea se alarga cuando la interrumpimos y la retomamos.

¿Quién era responsable de tanta interrupción? Quizá quien estaba al otro lado de la comunicación tenía su responsabilidad, aunque sin duda alguna cuando alguien nos interrumpe es porque nosotros le dejamos.

Nos dejamos interrumpir porque nos han educado para atender al que llega a hacernos una petición. Es adecuado echar una mano si es que podemos y atender a nuestros compañeros si es necesario. Lo que no está tan claro es que tengamos que perjudicarnos por ello.

Debemos encontrar el equilibrio entre el respeto y la atención a los demás y el respeto por nosotros mismos. Si lo que estamos haciendo es importante (nos lleva a los resultados que perseguimos), si nos interrumpimos nos estamos faltando el respeto a nosotros mismos. Y si permitimos que nos interrumpan con cualquier cosa también nos faltamos al respeto. El nuestra labor encontrar el equilibrio entre la consideración a los demás y nuestra propia consideración. Esta es una de las tareas más difíciles a la hora de gestionar bien el tiempo, nuestra vida.
Foto del banco de tiempo de Segovia
La frase “tienes un minuto” es muy peligrosa, ese minuto fácilmente se puede convertir en media hora. La persona que nos invade quizá no es consciente de que en ese momento necesitamos ese minuto o esa media hora, quizá hasta piensa que nos está haciendo un favor para que nos relajemos.

Decía Jacinto Benavente que mucha buena gente que sería incapaz de robarnos el dinero, nos roba sin escrúpulo alguno el tiempo que necesitamos para ganarlo. Creo que en ocasiones ni siquiera se dan cuenta.

Una buena forma de aumentar la productividad es empezar antes de que el resto llegue. La primera hora de la mañana suele ser muy productiva porque no hay interrupciones. Y si vives en una gran ciudad el madrugar un rato más puede evitar parte de los atascos.

El primer paso es ser consciente de las interrupciones que tienes, tanto las provocadas por otros como las que te auto-provocas, para después poder combatirlas.

Si quieres trabajar con las interrupciones te pueden interesar dos entradas del blog anteriores: la técnica Pomodoro y aprender a decir “NO”

miércoles, 8 de julio de 2015

La puntualidad es una cuestión de hábito

La puntualidad es cuestión de hábito, habitualmente llegan tarde los mismos, se llega tarde a los mismos sitios o en determinados entornos siempre se empieza tarde.

Esta mañana salíamos de viaje 25 personas, una ha llegado 10 minutos tarde y el autobús ha estado esperando, nada del todo extraño, 10 minutos no es mucho tiempo, de lo más normal. Curiosamente es una de esas personas que suele llegar tarde, si apostases quien va a llegar tarde apostarías por ella.

Si todos fuésemos puntuales podíamos haber quedado 10 minutos más tarde y habríamos salido a la misma hora. La consecuencia aparente es que se la ha esperado 10 minutos, otra forma de verlo es que cada uno la ha esperado 10 minutos, por 24 personas son 240 minutos, cuatro horas de espera (menos mal que estaba repartido, la cantidad de cosas que se podían haber hecho en cuatro horas).

Como contamos con que alguien llegará tarde vamos dando margen, para poder esperar, lo que se convierte en tiempos perdidos y en el mejor de los casos en tiempo en el que socializar, si esperamos acompañados.
Puntualidad del Ave - Foto de Asterep
La misma regla aplica en las reuniones, por uno que se retrase hay muchos que esperan. Además se puede convertir en costumbre (hábito) el empezar 15 o 20 minutos más tarde, con lo que ya no se sabe a qué hora ir y todos nos vamos retrasando sistemáticamente esos minutos. Con lo que se acaba convocando a las 10 para empezar a las 10:20.

Es como cuando nos queremos hacer trampa para llegar pronto y adelantamos 5 minutos el reloj, en un par de días ya nos hemos hecho a la idea de que el reloj está 5 minutos adelantado y lo único que conseguimos es hacer cuentas, sumar o restar 5 minutos, llegando igual de tarde que cuando lo teníamos en hora.

La fama precede a los tardones, los españoles tenemos mala fama en puntualidad y en ocasiones podemos pagar las consecuencias. En una ocasión tuve que trabajar con un holandés en un proyecto, quedamos en Amsterdam y el primer día llegó 15 minutos tarde, lo repitió el segundo día, con otros 15 minutos de retraso y cómo disculpa dijo que en España se solía empezar 15 minutos tarde. Le respondí que en España empezábamos 15 minutos tarde cuando quedábamos con holandeses, que ahora entendía porque siempre llegaban 15 minutos tarde, no volvió a retrasarse. Me había dolido más lo que dijo de los españoles que los 15 minutos de retraso.

En el cole de mis hijos dan mucha importancia a la puntualidad, lo que me alegra porque les generará el hábito de ser puntuales. Entran a las 9 y se cierran las puertas hasta las 9.30, así que cómo padre sabes que si llegas tarde te tocará esperar hasta esa hora para que pueda entrar el retrasado. Un buen aliciente.

En su campaña de puntualidad tienen un cartel de la revista “maestro infantil” que dice, ser puntual es
  • …ser considerado con el que espera.
  • …valorar el tiempo propio y el ajeno.
  • …un gesto de aprecio y respeto.
  • …la mejor forma de demostrar que ese encuentro será importante

La puntualidad nos ayuda a programarnos. Si no sabemos si el tren llegará tarde (o demasiado pronto) nos es difícil poder comprometernos a llegar a una  hora. Si no sabemos a qué hora empieza la reunión difícilmente sabremos a qué hora va a acabar, con lo que no sabemos a partir de qué hora podremos estar en otra actividad.

La impuntualidad es la madre de la prisa, el origen está en salir tarde con lo que ya adelantamos que llegamos tarde y tendemos a apresurarnos. Se puede ser impuntual con las personas y con las cosas que tenemos que hacer para una fecha determinada. El origen es el mismo y tiene una fácil solución.

Para llegar pronto (puntuales) el truco es salir pronto. Si sueles llegar siempre 15 minutos tarde, el truco está en salir 15 minutos antes. Si sueles acabar tarde, el truco es empezar antes y no parar demasiado por el camino.

Si los impuntuales son los demás, tienes libertad de esperar o no, podéis empezar la reunión a la hora y así romper con el hábito de empezar tarde (al principio puede costar). Muchos agradecerán la puntualidad.

Manda esta entrada aquellos que crees que la pueden necesitar, que no son muy puntuales, a los que sueles esperar. También esperar es un signo de lo que lo aprecias…