Esta
semana una amiga me envió la imagen que acompaña este post. Me la mandó porque
sabe que, al final, la gestión del tiempo tiene mucho que ver con lo que
decidimos hacer y con lo que metemos —o no metemos— en la agenda. El tiempo
pasa igual para todos, pero no todos vivimos igual el paso del tiempo. Y muchas
veces no es cuestión de velocidad, sino de intención.
La
frase de la imagen es provocadora, incluso para algunos puede sonar burda o
poco elegante: “¿Buscar hueco para el sexo en la agenda? Una práctica
recomendable a pesar de su mala fama.”
Pero
detrás de ese titular llamativo hay una idea que merece masticarse despacio: si nunca reservas tiempo para algo, lo más
probable es que no ocurra. Y eso incluye el sexo, sí, pero también el
deporte, una cerveza con amigos, leer un libro, dormir la siesta o avanzar en
un proyecto que lleva meses pidiendo un hueco.
Muchas
personas rechazan la idea de “agendar” algo que se supone espontáneo. Parece
que ponerlo en el calendario le quita magia. Pero lo cierto es que, si lo
dejamos todo en manos de la espontaneidad, el día a día se nos come.
Especialmente si eres padre o madre (como yo lo soy). Cuando los niños son
pequeños, ¿quién no ha sentido que desaparecen horas enteras, semanas incluso?
Cosas que te sientan bien, que te gustan, que te importan… quedan arrinconadas.
A veces incluso perdemos hasta la libido, ocupados como estamos en sobrevivir a
la logística familiar, laboral y doméstica. La mente se pone en modo
supervivencia y desconectamos de lo que nos hace bien.
Y no
solo pasa con cosas individuales. También ocurre con las relaciones. A veces
los buenos momentos con las personas con las que compartimos la vida solo se
dan si buscamos explícitamente esos ratos en los que coincidir. Si no lo
hacemos, la vida nos lleva por delante y esos momentos no surgen, no aparecen.
Con los amigos, con la familia, con los hijos… muchas veces hay que forzar esos
encuentros.
No es
raro que organizar una simple comida que apetece se convierta en una odisea de
agendas, mensajes y cambios. Y sí, nos la jugamos: quizá cuando llegue el día
ya no apetece tanto, o surge algo, o estamos cansados. Pero si no reservamos
ese momento, con el devenir natural de la vida rara vez aparece por sí solo. Confiar
únicamente en “el fluir” o en que “ya surgirá algo” es condenar muchos buenos
momentos a no existir. Entre otras cosas, porque las coincidencias espontáneas
de energía, ánimo y disponibilidad entre varias personas son más raras de lo
que imaginamos.
Por
eso, cada viernes por la tarde suelo sentarme a planificar la semana. Nada
rígido, nada milimétrico. Dejo huecos libres, porque si llenas cada minuto,
cualquier imprevisto hace saltar todo por los aires. La planificación no es una
jaula: es un marco flexible que te
permite tener claridad sin renunciar a la espontaneidad.
Y
dentro de esa flexibilidad, hay algo clave: reservar tiempo para lo importante, para lo que te hace bien.
- Aunque no sea urgente.
- Aunque no haya una fecha límite.
- Aunque requiera una intención previa.
Porque
si no reservas un hueco, incluso aquello placentero o esencial acaba quedándose
fuera. A veces pueden pasar meses esperando “el momento perfecto”, ese que
nunca llega. Y si reservaste un espacio y al final no se dio, porque también
hay incertidumbre en lo importante, pues ya está: se vuelve a intentar. No
siempre que se siembra se recoge, pero lo que es seguro es que: si no siembras, no recoges.
La
imagen que me envió mi amiga tiene mala fama por lo que sugiere, pero en el
fondo apunta a algo que todos necesitamos recordar:
Haz
espacio para lo que te importa, o la vida lo hará por ti… y no siempre en la
dirección que te gustaría.
Así
que te pregunto, y me pregunto también:
- ¿Qué es lo importante para ti esta semana?
- ¿Has reservado un espacio para ello?
- ¿Hay tiempo suficiente?
- ¿O lo urgente está ocupando todos los huecos, dejando fuera lo verdaderamente significativo?
Quizá
hoy sea buen momento para abrir la agenda y sembrar algo que llevas demasiado
tiempo posponiendo.
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