domingo, 22 de diciembre de 2024

Oportunidad de volver a encontrarse y renacer

Se acerca el día de Navidad, lo tenemos a la vuelta de la esquina, mi hija ha vuelto de Madrid, donde está estudiando y ya estamos los cinco en casa. Esta tarde nos juntamos con amigos de toda la vida, algunos vuelven a casa por Navidad, como decía el anuncio del turrón “El Almendro”.

Mucho trabajo para algunas personas, que son los que organizan los encuentros, las comidas, las cenas; agradecer que generen los espacios para volver a compartir nuestro tiempo. Nos liamos lo que queremos, no has comentado alguna vez ¡Qué bien se cenaba con unos huevos fritos con patatas!

Espero que tanta preparación no nos haga olvidarnos de cosas importantes, como el encuentro y el compartir buenos ratos (espero que no se conviertan en discusiones).

En la tradición cristiana, en Navidad celebramos el renacimiento del niño Dios. Lo podemos aprovechar como una oportunidad de renacer nosotros mismos, de elegir cómo queremos vivir a partir de hoy. Hoy es el primer día del resto de tu vida y tú eliges como quieres vivir las circunstancias que te estén tocando, que no son siempre fáciles.

Navidad: reencuentro y renacimiento (personal y de relaciones)
La Navidad es una época significativa, con un profundo sentido emocional y espiritual, un momento único para el reencuentro y el renacimiento personal y colectivo (aunque cualquier momento puede ser bueno, cualquier momento puede ser Navidad).

La Navidad es sinónimo de reunión, re-unión, volver a unirse. Tiempo de congregarse en familia, con los amigos y la comunidad, para compartir momentos de alegría, reflexión y amor. La Navidad nos invita a parar y valorar a los que nos rodean, abrir las puertas a los que han estado distantes.

¡Menudo regalo! Reencontrarnos y renacer. Espero que tus Navidades y las mías sean un poco de estas dos cosas.

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sábado, 21 de diciembre de 2024

Entre esclavo y dueño de tu plan

Este jueves me invitaron a la jornada anual de IMASDE a compartir sobre gestión del tiempo. Silvia me comentó que lo que transmitía sobre el plan semanal y el plan diario le parecía un poco TOC, parece que lo sentía como una obsesión que te mantiene atrapado en un hacer de una determinada manera.

Mi propuesta es comenzar cada semana definiendo claramente tu propósito y los objetivos que deseas alcanzar, y luego planificarla por escrito. De manera similar, cada día debe empezar identificando lo más importante que quieres lograr. Esto incluye determinar las acciones que realizarás en tu trabajo, en tus relaciones (familia, amistades, otras), así como lo que harás para ti, tu bienestar y crecimiento.

Creo que establecer esto por escrito aporta claridad, saber lo que quieres y cómo conseguirlo. Si lo haces habitualmente y buscas mejorar en tu planificación cada vez serás más realista, ya que al principio tendemos a ser demasiado optimistas con lo que podemos lograr en un día o en una semana. Tendrás un hilo que te guía a lo largo de la semana y del día.

Esto puede resultar estresante, un poco TOC como lo definió Silvia, por eso a veces podemos resistirnos a hacerlo. Si has hecho planes imposibles de cumplir, con demasiadas cosas, pues al final no se cumplen (¡qué sorpresa!). Eso puede dejarnos frustrados, con sentimiento de incapacidad, con culpa. De esta manera podemos tender a planificar menos.

Esclava de la agenda

Voy a plantear una metáfora al respecto. Es como ir de viaje, llegar a un sitio con muchas cosas interesantes, como Milán, Roma, Paris, Madrid, los Pirineos… ¡Se me ocurren tantos sitios! Ya que vas quieres aprovechar, para aprovechar un viaje hay que prepararlo (pre-parar: pararse antes a decidir qué hacer). La preparación suele llevar a un plan.

Una vez hecho el plan, que puede ir demasiado ajustado, el plan te puede llevar con la lengua fuera, corriendo para tratar de “cumplir”. Demasiada gente se obsesiona con los planes (TOC). El plan puede impedirte disfrutar plenamente del viaje, puede que estés visitando Madrid, el día sea magnífico y pases por la plaza Santa Ana, con un gran ambiente y encuentres una terraza al solito donde charlar.

Si estás obsesionado con el plan y no estaba en tu plan, ni te planteas sentarte. Mi invitación es a que te sientes, si es lo mejor que puedes hacer en ese momento. Lo podrás valorar con más criterio, si es que tienes un plan ¿merece la pena seguir el plan o está mejor sentarme? Hacerlo sin culpa, no se puede hacer todo. Eres dueño de tu plan, no esclavo de él, puedes cambiarlo cuando quieras.

No verás tantas cosas, experimentarás otras, la clave es no fustigarte porque no has cumplido el plan, sino valorar los cambios, reconocer que te ha dado claridad para escoger mejor. Un trabajo previo es

Aceptar que no se puede hacer todo”.

Si optas por seguir el plan contra viento y marea, si además has metido cosas con calzador y vas con la agenda superapretada, la frustración está garantizada, es probable que no llegues a todo y que no disfrutes de cada cosa, con la obsesión del plan y del reloj. Además, si vas acompañada, es probable que muchos no quieran volver a viajar contigo, encontrar la flexibilidad adecuada no es fácil.

El plan te guía a lo largo del día, te permite encadenar acciones de forma fácil, optimizar lo que haces porque está bien ordenado. Es más fácil planificar mejor cuanto mejor te conoces. Te permite cambiar de una actividad a otra sin demasiado tiempo despistado porque no sabes por donde seguir. Es como llevar un buen guía que te va indicando por dónde.

Pero puedes cambiar el plan. Cómo eres tú quien ha contratado al guía, en un momento dado le puedes plantear otras alternativas, otras ideas, otros planes. Gestionar el tiempo supone elegir, vivir es elegir, elegir que hacemos momento a momento. Planificar, pero que el plan no esté escrito en piedra, que sea un facilitador y no un tirano que nos arrastra.

“Somos dueños de nuestros planes, no sus esclavos”

Esto vale tanto de forma individual como de equipo. Un equipo con un plan puede funcionar más fácil, más eficiente. A veces hay que cambiar el plan, como el entorno cambia, nosotros debemos cambiar.

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viernes, 13 de diciembre de 2024

El poder invisible de los hábitos

Hace unos días, mi hijo Juan me hizo pensar, como logra muchas veces. Cuando le recordamos que debía estudiar puso como excusa que le costaba ponerse y su madre le dijo que a ella también le costaba hacer la comida, así que estaba pensando en no hacerla.

Ante esto contesto: “Yo no estudio porque no tengo el hábito, pero tú haces la comida porque tienes el hábito de cocinar. Es fácil para ti”. Vamos, que

“Los hábitos nos lo ponen fácil”

Este domingo por mi parte estaba lejos del ordenador y no escribí la entrada para el blog que tengo costumbre de escribir ese día de la semana. Me dije, ya lo escribo el martes, cuando vuelva a casa y ya estamos a viernes. Perdí el hábito de hacerlo cuando acostumbro y de esta manera me ha costado más.

Me quedé pensando la respuesta de Juan. Por un lado, tenía razón: hacer algo con regularidad lo vuelve más sencillo. Pero también había algo que él no veía: detrás de cada hábito que parece “fácil”, hubo un inicio que seguramente no lo fue.

De la lucha inicial (de estudiar) a la fluidez. Con hábito cuesta menos

Al principio cuesta, y con fuerza de voluntad, la repetición se convierte en rutina y la rutina en hábito. Además, si no quieres romper la cadena de repeticiones, que es como romper una racha, eso te impulsa a continuar. Por mi parte ya está cerca el final de año, el objetivo de una entrada a la semana está al alcance de la mano, eso me motiva los días que a pesar del hábito me cuesta, o como esta semana que he roto el hábito.

Lo que Juan todavía no ve del todo es que crear un hábito requiere superar la resistencia inicial. Es un proceso incómodo, lleno de intentos fallidos y muchas ganas de rendirse. Pero una vez que se establece, es como si el hábito tomara las riendas y el esfuerzo desapareciera.

La ausencia de hábito tiene su coste. Sin la costumbre de estudiar ponerse resulta un desafío, te enfrentas a una montaña de resistencia interna.

Una vez que el hábito está en marcha, aparece la "magia de la inercia". No necesitamos convencernos de hacerlo; simplemente lo hacemos. Ese estado fluido es lo que hace que sea “fácil”. No es magia, es práctica acumulada.

Los hábitos nos facilitan la vida; son el puente entre lo que cuesta mucho y lo que un día hacemos sin esfuerzo. Si algo parece imposible hoy, recuerda que quizás lo único que necesitas es empezar, paso a paso.

La diferencia está en la práctica repetida y la constancia. El poder de empezar, aunque sea con un pequeño paso.

Aprovecho para recomendar un libro que Juan ha pedido a los Reyes: “Hábitos atómicos” de James Clear, que se ha hecho popular entre los adolescentes y no tan jóvenes. Guía de como pequeños cambios, sostenidos en el tiempo (hábitos), cambian radicalmente nuestros resultados

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miércoles, 4 de diciembre de 2024

Cerrar y dejar atrás, para poder abrir

Este lunes hablaba con una compañera de una formación de tres años que “acabamos” en diciembre 2018. Pongo entre comillas el acabamos porque ahí es donde acabó la parte presencial, después había que hacer otras cosas y entre ellas entregar una memoria sobre la formación, cada uno de sus capítulos y que había supuesto la práctica.

Por mi parte lo fui dejando hasta que entregué la memoria en abril de 2022, pandemia de por medio. Esta compañera quería retomarlo ahora para cerrar esa etapa.

¡Como cuesta retomar algo que has dejado aparcado! En este caso tampoco es nada que necesite ser cerrado con urgencia, pero sin cerrar se queda ahí pesando y ocupando espacio en la cabeza

Cerrar un tema es liberar espacio, no solo en nuestra agenda, sino también en nuestra mente y emociones. Aferrarnos a algo inconcluso consume energía, genera incertidumbre y nos impide avanzar hacia nuevos desafíos. Cuando dejamos algo abierto, mantenemos un vínculo invisible que ocupa un lugar en nuestro pensamiento, nos lastra y nos distrae.

Si has empezado algo y merece la pena terminarlo, no lo dejes a medias, solo cuenta lo que se acaba, no lo que se empieza.

En otras ocasiones hay proyectos o relaciones que pueden no tener fecha ni conclusión, a no ser que decidamos dejarlo. Cerrar un tema no es olvidar, sino aceptar, aprender y dar por concluido un capítulo, permitiéndonos avanzar con claridad y ligereza.

Puedes sufrir del sesgo de la inversión hecha. Ese sesgo nos hace creer que cerrar algo en lo que ya hemos invertido tiempo, esfuerzo o recursos es un fracaso (en el fondo es reconocer esa pérdida). Nos aferramos al "ya invertido" como una justificación para no soltar, ignorando que seguir manteniéndolo puede ser aún más costoso. Este pensamiento distorsiona nuestra percepción y nos mantiene anclados a lo que ya no tiene sentido, bloqueando nuestra capacidad de enfocarnos en nuevas metas.

Reconocer que no todo lo empezado debe ser terminado nos libera de este peso y nos permite redirigir nuestra energía hacia lo que realmente nos importa en este momento (también podemos cambiar nuestros intereses).

Dejar atrás para ver la luz de nuevos horizontes
Puedes sentir el cerrar como volver una puerta que ya no volverás a abrir. El miedo a cerrar puertas a menudo proviene de la incertidumbre de lo que vendrá después. Cerrarlas puede sentirse como renunciar a posibilidades, aunque muchas veces esas posibilidades son ilusorias. Este miedo está arraigado en la esperanza de que algo más suceda, que algo cambie sin nuestra intervención. Pero mantener puertas abiertas innecesariamente nos inmoviliza y nos deja atrapados en un limbo emocional, incapaces de dar un paso hacia nuevas oportunidades que podrían ser aún más significativas.

“Hay puertas que están mejor cerradas”

“Acabar si hay que acabar, soltar si hay que soltar, no te quedes a medias, en la trampa de la indecisión”

¿Qué es lo que tienes que acabar? Ponte a ello

¿Qué es lo que es mejor que sueltes y no acabas de hacerlo? Proyectos o relaciones. No dejes que te lastren.

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