domingo, 7 de diciembre de 2025

Planificar también es cuidar: del tiempo, de la pareja y de uno mismo

Esta semana una amiga me envió la imagen que acompaña este post. Me la mandó porque sabe que, al final, la gestión del tiempo tiene mucho que ver con lo que decidimos hacer y con lo que metemos —o no metemos— en la agenda. El tiempo pasa igual para todos, pero no todos vivimos igual el paso del tiempo. Y muchas veces no es cuestión de velocidad, sino de intención.

La frase de la imagen es provocadora, incluso para algunos puede sonar burda o poco elegante: “¿Buscar hueco para el sexo en la agenda? Una práctica recomendable a pesar de su mala fama.”

Pero detrás de ese titular llamativo hay una idea que merece masticarse despacio: si nunca reservas tiempo para algo, lo más probable es que no ocurra. Y eso incluye el sexo, sí, pero también el deporte, una cerveza con amigos, leer un libro, dormir la siesta o avanzar en un proyecto que lleva meses pidiendo un hueco.

Muchas personas rechazan la idea de “agendar” algo que se supone espontáneo. Parece que ponerlo en el calendario le quita magia. Pero lo cierto es que, si lo dejamos todo en manos de la espontaneidad, el día a día se nos come. Especialmente si eres padre o madre (como yo lo soy). Cuando los niños son pequeños, ¿quién no ha sentido que desaparecen horas enteras, semanas incluso? Cosas que te sientan bien, que te gustan, que te importan… quedan arrinconadas. A veces incluso perdemos hasta la libido, ocupados como estamos en sobrevivir a la logística familiar, laboral y doméstica. La mente se pone en modo supervivencia y desconectamos de lo que nos hace bien.

Y no solo pasa con cosas individuales. También ocurre con las relaciones. A veces los buenos momentos con las personas con las que compartimos la vida solo se dan si buscamos explícitamente esos ratos en los que coincidir. Si no lo hacemos, la vida nos lleva por delante y esos momentos no surgen, no aparecen. Con los amigos, con la familia, con los hijos… muchas veces hay que forzar esos encuentros.

No es raro que organizar una simple comida que apetece se convierta en una odisea de agendas, mensajes y cambios. Y sí, nos la jugamos: quizá cuando llegue el día ya no apetece tanto, o surge algo, o estamos cansados. Pero si no reservamos ese momento, con el devenir natural de la vida rara vez aparece por sí solo. Confiar únicamente en “el fluir” o en que “ya surgirá algo” es condenar muchos buenos momentos a no existir. Entre otras cosas, porque las coincidencias espontáneas de energía, ánimo y disponibilidad entre varias personas son más raras de lo que imaginamos.

Por eso, cada viernes por la tarde suelo sentarme a planificar la semana. Nada rígido, nada milimétrico. Dejo huecos libres, porque si llenas cada minuto, cualquier imprevisto hace saltar todo por los aires. La planificación no es una jaula: es un marco flexible que te permite tener claridad sin renunciar a la espontaneidad.

Y dentro de esa flexibilidad, hay algo clave: reservar tiempo para lo importante, para lo que te hace bien.

  • Aunque no sea urgente.
  • Aunque no haya una fecha límite.
  • Aunque requiera una intención previa.

Porque si no reservas un hueco, incluso aquello placentero o esencial acaba quedándose fuera. A veces pueden pasar meses esperando “el momento perfecto”, ese que nunca llega. Y si reservaste un espacio y al final no se dio, porque también hay incertidumbre en lo importante, pues ya está: se vuelve a intentar. No siempre que se siembra se recoge, pero lo que es seguro es que: si no siembras, no recoges.

La imagen que me envió mi amiga tiene mala fama por lo que sugiere, pero en el fondo apunta a algo que todos necesitamos recordar:

Haz espacio para lo que te importa, o la vida lo hará por ti… y no siempre en la dirección que te gustaría.

Así que te pregunto, y me pregunto también:

  • ¿Qué es lo importante para ti esta semana?
  • ¿Has reservado un espacio para ello?
  • ¿Hay tiempo suficiente?
  • ¿O lo urgente está ocupando todos los huecos, dejando fuera lo verdaderamente significativo?

Quizá hoy sea buen momento para abrir la agenda y sembrar algo que llevas demasiado tiempo posponiendo.

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domingo, 30 de noviembre de 2025

Mi plan para sobrevivir (y disfrutar) el final de año

A veces lo que escribo aquí no es tanto un consejo como un autoconsejo, una reflexión que espero te sirva y me sirva. Esto también me pasa: llego a final de año con la agenda llena de actividades, obligaciones y también de cosas que realmente me apetecen… y así termino metido en una carrera casi automática, sin la consciencia ni los espacios para parar, descansar, reponer y volver con la energía (y el humor) que me sienta bien.

La carrera de fin de año: llena de pendientes laborales, entre regalos y comidas (que no sé si son obstáculos a salvar o paradas de avituallamiento)
Este año no quiero que me pase. No quiero llegar a las Navidades agotado, porque las Navidades ya tienen su propio afán. Si no me pillan descansado pueden convertirse en un pequeño vía crucis, en vez de ser un momento de encuentro y disfrute. Así que para estas Navidades me pido cuatro cosas: calma; conexión sencilla con las personas, ir más despacio, y comer menos (o al menos intentarlo).

El final de año es, para muchos, una época de ajetreo continuo. En el trabajo toca cerrar proyectos, cuadrar temas pendientes, presentar informes, preparar presupuestos para el año siguiente. Y en la parte social… quedadas, reencuentros, celebraciones, comidas de empresa, regalos, luces, ruido. La mezcla perfecta para andar corriendo de un lado a otro con el piloto automático puesto.

Entre tanto movimiento es fácil perder de vista lo esencial: qué es lo que realmente te recarga. Porque quedar con amigos puede darte mucha energía… salvo cuando lo conviertes en una obligación más en medio de la vorágine.

Por eso, mi plan, de momento, es hacer el plan. Parar y recoger todo lo que “quiero/tengo” que hacer. Luego decidir qué de todo eso directamente no voy a hacer, aunque quede bonito en la lista. Si a mi cuerpo y a mi ánimo no les sienta bien hacerlo todo, será mejor dejar algo fuera. Me gusta comer, pero no me sienta bien comerlo todo; a veces se me olvida, pero aplica igual para la agenda. Después, priorizar lo que quede y empezar por lo importante: si al final falta tiempo, al menos no habré dejado lo importante sin su tiempo. Y, sobre todo, planificar no solo tareas, sino también los espacios de descanso y recuperación.

Por si te sirve, aquí van mis pequeñas recomendaciones para sobrevivir al final de año con dignidad y con energía (yo me las voy a aplicar):

  • Ten claro lo que quieres/tienes que hacer. Un plan visible te ayuda a no perder el hilo y a aprovechar los momentos, tanto para producir como para disfrutar. Y a no olvidarte de lo importante.
  • Encuentra espacios para el descanso y la recuperación. Es difícil sentirse bien si estás todo el rato a tope.
  • Escoge desde dónde haces las cosas. Desde el gusto y la apetencia o desde la obligación: en un caso la energía sube, en el otro suele bajar.
  • Escucha a tu cuerpo. Si necesitas descansar, no metas más en la agenda. Suena bien eso de descansar, ¿verdad?
  • Después del ajetreo, reserva un espacio de recuperación. No llenes tanto las Navidades que pierdas la conexión contigo mismo entre tanta conexión exterior.

Ojalá este final de año, para ti y para mí, sea un poco más consciente, un poco más lento y bastante más amable.

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viernes, 21 de noviembre de 2025

Y si el nombre de zona de confort está mal puesto

Nos han repetido tanto eso de “la zona de confort” que parece que es el sitio más confortable del mundo, donde sin ninguna duda estaremos felices y tranquilos. Pero la realidad muchas veces es otra: No es que estemos cómodos, es que estamos acostumbrados.

Esa rutina que nos quema, esa relación que ya no suma, ese trabajo que nos agota… no son cómodos, pero son conocidos. Y lo conocido, por muy malo que sea, da una falsa sensación de seguridad.

Esta imagen que me mandaron por WhatsApp me ha inspirado. Seamos sinceros, muchas veces nuestra “zona de confort” tiene de confortable lo mismo que una silla de plástico en una guardia de hospital.

De ahí el refrán: “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Nos ata a sillas incómodas, jefes imposibles, parejas que no nos cuidan o vidas que se nos hacen estrechas.

No es confort. Es costumbre mezclada con miedo.

A veces no nos movemos porque sentimos que, si damos un paso fuera, ya no habrá vuelta atrás. Como si abrir la puerta implicara tener que pegarle un portazo dramático a nuestra vida actual.

Y no. Podemos asomarnos. Podemos salir un poquito. Podemos probar.

Igual que un niño pequeño que se va alejando unos pasos de su madre en el parque: explora, mira, toca… pero no la pierde de vista. Sabe que puede volver corriendo si algo le da miedo.

Con nuestra vida pasa algo parecido:

  • Puedes mirar ofertas de trabajo sin renunciar mañana.
  • Puedes hablar con un amigo sobre tu relación antes de tomar una decisión grande.
  • Puedes probar una formación nueva mientras sigues en tu empleo actual.

Explorar no obliga a decidir de inmediato. Te permite ver posibilidades. Y solo eso ya trae aire y alivio.

Puedes salir acompañado, con otros, como cuando en la infancia te ibas de excursión con la pandilla. Salir de lo conocido da miedo. Por eso tiene mucho más sentido montar un pequeño equipo de exploración que hacerlo en soledad:

  • Personas que estén en una situación parecida y con las que puedas compartir dudas y avances.
  • Amigos o familiares que crean en ti y te recuerden que no estás loco por querer algo mejor.
  • Guías que ya han caminado ese camino: un mentor, un coach, un terapeuta… gente que conoce “lo que hay fuera” y puede ayudarte a trazar un mapa.

Las dificultades pesan menos cuando puedes decirle a alguien: “Hoy estoy asustado, recuérdame por qué empecé esto”. No se trata de que otros decidan por ti, sino de no ir solo.

Salir de la zona conocida no tiene por qué ser un salto al vacío. Puede ser una serie de pequeños pasos que, acumulados, cambian tu vida:

  • Hacer una lista honesta de lo que ya no te compensa.
  • Permitir la pregunta: “¿Y si hubiera algo mejor para mí?”
  • Reservar un rato a la semana para explorar opciones: cursos, contactos, lecturas, empresas, actividades…
  • Empezar a decir pequeños “no” donde siempre decías “sí”.
  • Entrenar tu voz interior que dice: “Merezco algo más que sobrevivir”.

Poco a poco vas ampliando el mapa: de un pequeño círculo gris pasas a un territorio más grande, con más caminos, más colores, más elecciones.

No se trata de convertir tu vida en una aventura extrema. Se trata de no quedarte paralizado en un sitio de mierda solo porque te lo sabes de memoria.

Tal vez, mientras lees esto, te venga algo (o alguien) a la cabeza:

  • Una relación de pareja o de amistad que ya no te cuida.
  • Una colaboración profesional que se está agotando.
  • Un trabajo en el que estás quemado, aburrido o invisible.

No hace falta dar un carpetazo inmediato… o quizá sí. Eso solo puedes saberlo tú. Lo que sí puedes hacer es empezar a abrir ventanas:

  • Asómate al mercado laboral, aunque no vayas a irte mañana.
  • Empieza a informarte sobre otras formaciones, sectores, formas de trabajar.
  • Habla con personas que ya han hecho cambios parecidos.
  • Si la situación te desborda, pide ayuda profesional: un terapeuta, un coach, alguien que te acompañe a mirar lo que hoy no te atreves a mirar solo.

A veces, solo descubrir que hay alternativas reales ya trae más tranquilidad, aunque la salida de tu zona conocida tarde dos o tres años en hacerse efectiva. Es increíble lo que podemos conseguir cuando dejamos que el tiempo juegue a favor y no en contra.

Y si tu situación es urgente, si ya no puedes más, entonces moverte es todavía más importante. No esperes a tener el camino perfectamente dibujado: muchas veces el camino aparece cuando empiezas a caminar.

Si tu mal llamada zona de confort no es tan cómoda ni tan confortable, si en el fondo sabes que es una mierda que te estás tragando porque te da miedo lo que habrá fuera…

Te invito a explorar: A cuestionar el “malo conocido”; A abrir puertas y ventanas; A buscar otras posibilidades. Te garantizo que las hay.

Aunque ayer era un buen día para empezar, mejor es hoy que mañana.

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viernes, 14 de noviembre de 2025

Fluir en lo que hacemos: pequeños “ahoras” que merecen la pena

Hay días en los que escribir me sale solo. Me siento delante del teclado y, sin darme cuenta, el tiempo se estira, se encoge o directamente desaparece. Lo mismo me pasa subiendo una montaña: me canso, claro, pero disfruto. A mi lado otros quizá sufren, pero yo encuentro en ese esfuerzo algo que me ordena por dentro. Al final, lo que buscamos es estar a gusto con lo que hacemos, sentir que cada pequeño “ahora” tiene sentido. Y la clave, como dijo Mihaly Csikszentmihalyi, el creador del concepto de fluir, está en ajustar el reto a nuestras capacidades, encontrar ese punto delicado entre el aburrimiento y la angustia, ese “justo aquí” donde uno se siente vivo.

Csikszentmihalyi insistía en que la felicidad no se persigue directamente, sino que aparece cuando nos implicamos por completo en lo que hacemos, cuando dejamos de rumiar y la atención se centra en una sola cosa. El mundo exterior cambia poco, pero por dentro algo se recoloca: la conciencia se vuelve más clara, menos caótica, como si la vida tuviera por fin una dirección concreta. Y eso no depende tanto de lo extraordinario como de nuestra forma de vivir lo cotidiano. Cada conversación, cada paseo, cada pequeño trabajo puede convertirse en una experiencia satisfactoria si sabemos prestarle atención, si aprendemos a disfrutar del proceso y no sólo del resultado.

Me gusta pensar que fluir es una forma de estar en la vida: cuando dejamos de obsesionarnos por lo que falta y nos enfocamos en lo que ocurre. Cuando trabajamos con la mente despierta, cuando escuchamos de verdad a quien tenemos delante, cuando cocinamos sin prisa, cuando hacemos deporte porque sí. Y también cuando aceptamos que la alegría aparece y desaparece, pero la actitud de involucrarnos en cada momento es algo que sí podemos cultivar. Los mejores instantes suelen llegar cuando usamos lo mejor de nosotros mismos para algo que vale la pena; no para ganar nada, sino porque hacerlo ya es la recompensa.

Para practicarlo en el día a día ayuda ajustar el nivel de desafío de cada actividad, prestar atención al presente y convertir lo cotidiano en un pequeño juego personal. Y, sobre todo, recordar que fluir no es desconectar del mundo, sino conectarse mejor con él. Si te resuena este tema, recomiendo leer Fluir y Aprender a fluir, dos libros que inspiran, ambos de Csikszentmihalyi, aterrizan ideas y ayudan a vivir con más intención y más serenidad.

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viernes, 7 de noviembre de 2025

Salir a mirar el mundo… sin perder el camino de vuelta

De pequeño me encantaba explorar. Era de esos niños que se subían a los árboles más altos, cruzaban muros sin mirar qué había al otro lado o se alejaban un poco más de lo permitido solo por ver “qué había allí”. A veces la curiosidad me salía cara, tengo unas cuantas cicatrices, más de una vez acabamos en urgencias. Mi madre solía decir: “De valientes está lleno el cementerio”.

Pero esa frase, tan sabia como protectora, también puede tener un efecto secundario: paralizarnos. Si la escuchamos demasiado o la hacemos nuestra, puede convertirse en una especie de muralla invisible que nos impide probar cosas nuevas. El miedo al riesgo, al error o al “qué pasará si…” a veces nos deja quietos, cómodos en lo conocido, pero también un poco más pequeños. Y así, sin darnos cuenta, dejamos de explorar por evitar tropezar, olvidando que el aprendizaje y la vida misma están hechos de pasos inciertos.

Con los años he entendido que lo que me movía no era la temeridad, sino el deseo de descubrir. De sentir que había algo nuevo esperándome más allá de lo conocido. Ese impulso sigue ahí, aunque ahora trato de explorarlo con algo más de sensatez.

Decía Einstein que la locura es hacer lo mismo esperando resultados diferentes. Y tenía razón. Si seguimos caminando siempre por el mismo sendero, veremos los mismos árboles, respiraremos el mismo aire, escucharemos los mismos sonidos. Nada cambia… si no cambiamos.

Explorar no significa lanzarse al vacío sin cuerda. Significa moverse, aunque sea un poco. Dar un paso distinto, abrir una puerta nueva, probar algo que despierte una parte dormida de nosotros. Como ese niño que se aleja de su madre unos metros: mira atrás, sabe que puede volver, pero sigue adelante porque quiere entender el mundo.

“Explorar desde la seguridad de poder volver”

No hace falta abandonar nuestro lugar seguro, solo atrevernos a salir un poco fuera. Reconocer el terreno, oler el aire, probar con cuidado. Podemos explorar a nuestro ritmo, sin hacer locuras, cuidando nuestro miedo y cuidándonos a nosotros mismos.

Si nunca has hablado en público y te da pánico, no empieces con una conferencia ante cien personas. Prueba primero en un grupo pequeño, con amigos o compañeros de confianza. Si sueñas con cambiar de trabajo, tal vez no sea cuestión de renunciar mañana, sino de empezar a formarte, conocer gente nueva, empezar a hacer, abrir pequeñas ventanas.

El cambio empieza con pasos pequeños. Pero lo importante es moverse.

Recomendaciones finales:

  • Haz un pequeño experimento cada semana. Algo diferente, sin riesgo. Una ruta nueva, una comida distinta, una conversación que postergabas.
  • Recuerda que puedes volver a tu base cuando lo necesites. Tu “lugar seguro” no desaparece porque explores, al contrario: se fortalece con cada experiencia que traes de vuelta.

Explorar no es huir, es crecer. Y a veces, basta con un paso para empezar a ver el mundo, y a ti mismo, de otra manera.

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sábado, 1 de noviembre de 2025

Aprender a decidir: Pensar más no es pensar mejor

Esta semana, tanto en el curso de Gestión del tiempo que imparto como en varias conversaciones personales, ha aparecido una misma idea: lo difícil que puede ser tomar decisiones.

Nos pasa a todos. Queremos acertar, evitar errores, prever todas las consecuencias… y en ese intento de hacerlo perfecto, acabamos atrapados en la “parálisis por el análisis”.

Mientras damos vueltas a las opciones, la vida sigue. Pero nosotros nos quedamos en bucle, rumiando, revisando, dudando.

Y esa rumiación no solo nos roba tiempo, sino también energía y serenidad. No decidir es una decisión en sí misma, y suele ser la más desgastante.

Tomar una buena decisión implica alinear nuestros tres centros: lo que pienso, con lo que siento y hago:

  • El centro mental, que analiza, compara y razona.
  • El centro emocional, que percibe cómo nos sentimos con cada opción.
  • Y el centro instintivo o corporal, que actúa, se mueve, se lanza.

Cuando uno de ellos domina (por ejemplo, si el mental analiza sin fin, o si el emocional teme equivocarse), nos desequilibramos. La clave está en escuchar los tres.

Pensar con claridad, sentir lo que de verdad queremos y luego dar un paso, aunque sea pequeño.

Todo ello aceptando la incertidumbre (y el miedo) que conlleva consigo toda decisión importante. No hay manera de tenerlo todo controlado.

A veces confundimos “pensar más” con “pensar mejor”. Pero llega un punto en el que lo que necesitamos no es más información, sino más confianza.

El miedo a decidir suele venir del deseo de garantizar el resultado. Sin embargo, el aprendizaje está en el camino, no en la garantía.

Atreverse a andar incluso con miedo es una forma de crecer. Cada paso real te saca del bucle mental, te da información nueva y, sobre todo, te devuelve al presente.

Podemos disfrutar mientras vamos haciendo. Decidir y actuar no es solo resolver un problema: es vivir. Cada pequeña acción que tomas te ayuda a construir tu camino, a descubrirte y a ajustar sobre la marcha. Hay disfrute en ir haciendo, en sentir que avanzas.

No se trata de eliminar el miedo, sino de moverte con él y ver cómo cambia a medida que actúas.

Una recomendación para esta semana

Si notas que estás atascado en una decisión, prueba esto:

  • Escucha tus tres centros. ¿Qué dice tu mente? ¿Qué siente tu cuerpo? ¿Qué te dice el corazón?
  • Acepta que no sabrás todo. Toma la mejor decisión posible con la información que tienes hoy.
  • Da un paso pequeño. Cualquiera. Y observa qué pasa.

A menudo, la claridad no viene antes de actuar, sino después.

Decidir es abrir camino.

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sábado, 18 de octubre de 2025

Encontrar tu ritmo de vida y de relaciones

Hoy vivimos más desconectados de la naturaleza y de sus ritmos. La mayoría habitamos en ciudades, lejos del campo, y la luz del sol ya no marca nuestros horarios, ni siquiera para los que viven en el pueblo. La luz artificial prolonga los días, acorta las noches y difumina la frontera entre descanso y actividad. Creemos que dominamos la naturaleza, pero en realidad lo que hacemos es separarnos de ella.

Me encanta compartir tiempo, experiencias y conversación con quienes todavía viven en los pueblos. Ellos siguen atentos al cielo, conscientes de si llueve o no, de cómo viene el viento o de cuándo llega la cosecha. Todavía conservan esa conexión con los ciclos naturales, quizá por eso viven más despacio, con menos prisa.

Seguro que se sorprenden al visitar una gran ciudad, como yo me sorprendo cada vez que visito Madrid y me paro a mirar. Todos caminan rápido, con la mirada fija en lo inmediato, casi sin verse. Es curioso, entre tanta gente, es más fácil estar y sentirse solo. No es así en un pueblo de cinco habitantes, donde conoces a todos y donde, si faltas, alguien te echa de menos.

Los ritmos naturales y las conexiones sociales van de la mano. También las relaciones humanas necesitan su tiempo: dejar que florezcan sin forzarlas, cuidarlas sin abrumar ni olvidar. Igual que una planta, una amistad necesita su espacio, su agua justa, su luz.

Quizá los ritmos y las relaciones eran más naturales hace cincuenta años. Tal vez lo he idealizado, pero me sirve de modelo. Aquella calma, aquella cercanía con la tierra y con los demás, son recordatorios de cómo vivir en armonía con lo que somos y con lo que nos rodea.

Las cosas, cuando se hacen en el momento adecuado, son más fáciles. Las plantas, las flores y las frutas tienen su temporada. No florecen antes ni después. No podemos hacer que crezcan más rápido tirando del tallo, ni que el fruto madure por impaciencia.

Lo mismo ocurre con nosotros. Hay tiempos para sembrar, para florecer, para cosechar y para descansar. A veces insistimos en avanzar contra corriente, pero eso solo nos agota. La sabiduría está en reconocer cuándo es tiempo de actuar y cuándo es tiempo de esperar.

Ahora, en el hemisferio norte, el otoño invita a soltar, a hacer espacio, a preparar la tierra para lo nuevo. Es momento de reflexión, de gratitud, de dejar caer las hojas.

Mientras tanto, en el hemisferio sur, la primavera nos recuerda la energía de lo nuevo: abrirse, florecer, iniciar.

Encontrar tu estación interior, sea otoño o primavera exteriormente
Vivas donde vivas tú puedes estar viviendo tu otoño o tu primavera interno. Encontrar tu ritmo, el que te conviene; ver hacia donde fluye tu río interior para no nadar contracorriente; parar y sentirte. Ver también la corriente externa, de tu entorno y fluir con ella.

Cada estación tiene su propósito, su ritmo y su enseñanza. Vivir tu tiempo es aprender a escuchar lo que la vida te pide ahora, no lo que crees que debería estar pasando.

Porque, al final, cuando hacemos las cosas en su momento justo, el esfuerzo se vuelve ligero… y la vida, simplemente, fluye.

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domingo, 12 de octubre de 2025

El otoño de la vida

Esta semana la muerte ha estado muy presente a mi alrededor. No es algo aislado, llevo una mala racha, de esas épocas en las que parece que las despedidas se acumulan, una detrás de otra, como si la vida quisiera recordarnos con insistencia su fragilidad y su finitud.

Murió Paciano, un primo de mi padre, de su misma edad. Convivieron mucho de niños, compartieron juegos, campos y recuerdos, aunque con el tiempo se distanciaron. Aun así, la raíz común del pueblo (Valtierra) y la familia nunca se perdió del todo, como esas raíces profundas que siguen alimentando un árbol, aunque sus ramas se distancien.

También se ha marchado Sor Anuncia, monja en convento de mi tía. Siempre atendía el torno con una sonrisa genuina, de esas que no necesitan palabras. Hablar con ella era sentir paz, cercanía, amor en estado puro. Era de esas personas que iluminan sin darse cuenta.

Por último, mi tío Paulino. De la misma quinta que mi padre, soñaba con su jubilación como un tiempo de descanso merecido. Pero apenas llegó, la enfermedad llamó a su puerta. Los últimos años los pasó acompañado por Macaria, su mujer, que con una constancia admirable le cuidó con entrega y cariño. Su dedicación silenciosa ha sido una lección: no caminamos solos, aunque a veces lo olvidemos.

Son muertes que llegan tras largas vidas, enfermedades y despedidas pausadas. No sorprenden, pero duelen. Cada una de ellas es un recordatorio silencioso de nuestra condición pasajera. De que estamos aquí de paso. De que cada día que amanece es un regalo que no deberíamos dar por hecho.

Cuando la muerte se asoma tan de cerca, inevitablemente surge la pregunta:

¿Estoy viviendo la vida que quiero vivir?

¿Nos reconocería nuestro “yo” adolescente en el adulto en que nos hemos convertido? ¿Se sentiría orgulloso? Quizá haya que volver la vista a esa etapa de sueños intensos y convicciones firmes, cuando creer en lo imposible era natural, cuando el inconformismo era una fuerza vital que empujaba hacia adelante. Tal vez ahí haya pistas para recuperar parte de nuestra esencia.

Estamos en otoño. La naturaleza se tiñe de mil colores antes de dejar caer sus hojas. Es una estación hermosa y simbólica, tiempo de transformación, de soltar, de dejar ir aquello que ya no nos sirve, aunque dé miedo. Nos hemos acostumbrado a ciertas incomodidades y rutinas que, aunque no nos hacen bien, nos resultan familiares. Pero igual que el árbol no duda en desprenderse de sus hojas, nosotros también podemos permitirnos ese gesto valiente.

Iglesia de San Andrés (Valtierra de Albacastro)
Vendrá el invierno, con su frío y su aparente dureza. Y tal vez miremos atrás añorando las “hojas muertas” que dejamos ir, pensando que podrían habernos dado calor. Pero es solo una ilusión. Si atravesamos ese invierno con paciencia y confianza, la primavera llegará. Siempre lo hace. Con sus brotes nuevos, sus flores, sus colores. Con proyectos, ilusiones y caminos por recorrer.

La muerte, tan presente últimamente en mi vida, y en especial la de Paulino, el más cercano de quienes se han ido esta semana, me hace sentir profundamente el otoño vital. Sé que tras él llegará un invierno de duelo, de silencios y ausencias que habrá que atravesar con calma. Pero también confío en que, como cada ciclo, la primavera acabará llegando, trayendo nuevos brotes, nuevas formas de vida, de vínculos y de esperanza. Ojalá podamos, entre todos, reconocer y cuidar esos brotes cuando aparezcan, y seguir construyendo juntos con lo que permanece.

Esta semana te invito a tomarte un momento, en silencio, y hacerte esta pregunta:

“¿Estoy viviendo la vida que quiero vivir?”

Escúchate sin excusas. Tal vez descubras alguna hoja que ya es hora de soltar. Tal vez aparezca una semilla nueva deseando brotar.

La vida, como el otoño, nos invita a renovarnos.

Si estás en cambio o de duelo, si te planteas que tienes que soltar para dejar crecer lo nuevo, te animo a participar en el curso que imparto en UBUAbierta:

👉 Gestión del tiempo, gestión de vida – I y II edición

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lunes, 6 de octubre de 2025

Entre fluir y organizarse: encontrar el equilibrio que hace que las cosas sucedan

Hace unas tres semanas estuve en Tarifa unos días. Hacía tiempo que no veía a una amiga que vive en Conil, y me hacía ilusión coincidir. Se lo propuse por WhatsApp, pero no llegamos ni siquiera a encontrar un hueco para hablar por teléfono. Cada uno tenía sus líos: yo estaba en una formación, ella también con sus ocupaciones.

Una semana más tarde, en un mensaje casual me entero de que está en Madrid. Yo también estaba allí. Otra oportunidad que se escapó.

Ayer volví a Madrid y le mandé un mensaje, después de intentar llamarla, por si había suerte y nos cruzábamos. Esta vez estaba en Conil. Tampoco hablamos.

Hoy hemos medio quedado… a una hora poco concreta (¿vidas demasiado ocupadas, tal vez?). Aun así, creo que hablaremos. No hemos coincidido, pero yo la sigo queriendo y espero que ella a mí también.

Hay un equilibrio delicado entre fluir y organizarse.

Si fluyes demasiado, sin concretar cuándo verse o cuándo hablar, confías en que “ya aparecerá el momento perfecto”. Pero la realidad es que vivimos en agendas llenas, y el momento perfecto raramente aparece solo.

Por otro lado, cuando te comprometes, bloqueas un espacio. Y eso implica decir “no” a otras cosas que puedan surgir después. A veces por eso evitamos comprometernos: no queremos sentirnos atados, no queremos tener que cancelar ni fastidiar a nadie si surge algo “mejor” o ineludible.

Pero hay un problema adicional: si tú fluyes y los demás se organizan, cuando decides que “ahora” es buen momento… los demás ya tienen sus planes. Esto pasa en los viajes, en las amistades y en la vida. Dos personas que fluyen demasiado pueden no encontrarse nunca.

En el extremo opuesto, una vida excesivamente organizada también puede agobiar. Cada hueco controlado, sin espacio para lo inesperado, termina generando ansiedad.

Si de verdad quieres ver o hablar con alguien, pon día y hora. No esperes a que “surja”. Lo mismo si quieres hacer algo, aunque no implique a otras personas.

Bloquear un espacio no significa que no puedas moverlo si es necesario, pero te da una base real sobre la que construir.

Y al mismo tiempo, deja huecos libres en tu agenda: pequeños oasis de flexibilidad para que la vida también pueda sorprenderte.

La clave está en encontrar tu equilibrio. Hay épocas en las que conviene comprometerte más: reservar fechas, planificar, priorizar relaciones o proyectos. Y también hay épocas en las que lo mejor que puedes hacer es dejar espacio para descansar, desconectar y navegar la vida con lo que venga. No hay una fórmula perfecta. Lo importante es que seas tú quien decide dónde pones el foco.

Porque vivir tu tiempo no es elegir entre fluir u organizarse. Es aprender a bailar entre ambos.

Si este tema te resuena y quieres aprender a gestionar mejor tu tiempo (y tu vida), te animo a participar en el curso que imparto en UBUAbierta:

👉 Gestión del tiempo, gestión de vida – I y II edición

En él trabajamos precisamente este equilibrio entre planificación y flexibilidad, aprendemos a priorizar lo importante, a crear espacios reales para lo que de verdad cuenta y a diseñar una forma de organizarse que encaje contigo. No se trata de llenar la agenda, sino de vivir con más consciencia y libertad.

Si te apetece dar ese paso, ¡te espero allí!

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domingo, 28 de septiembre de 2025

Parar para vivir

La muerte de Gabi me ha dejado en crisis (puedes leer la entrada anterior si no sabes de que hablo). Su ausencia me ha hecho valorar aún más la vida y cada momento que tenemos. A veces olvidamos que estamos de paso, que lo que hoy parece eterno mañana puede desvanecerse. Y precisamente por eso, cada instante cobra una importancia enorme.

Las crisis, aunque incómodas, nos ponen delante un espejo. Nos obligan a preguntarnos si estamos viviendo la vida que queremos o simplemente dejándonos arrastrar. Nos invitan a parar. Al parar podemos volver a encontrar lo esencial.

Cuando frenas la vorágine y te das un tiempo, puedes mirar hacia atrás y reconocer de dónde vienes, decidir qué mantener, qué dejar ir y qué nuevos pasos dar. De esta forma puedes convertirte en protagonista del cambio y no víctima de lo que ocurre, influir en tu propio futuro. No todo cambio tiene que ser brusco ni inmediato; muchas veces basta con pequeños movimientos que, con el tiempo, transforman por completo la dirección de tu vida.

En mi caso, estos días he podido detenerme, dejarme sentir, ver dónde estoy y a qué me dedico, tomar perspectiva. En esta pausa he visto con claridad que algo nuevo está emergiendo. De momento, por mi parte tengo una dirección para los próximos dos años (el cambio mayor será a partir de enero de 2028; a esto me refiero con lo que puedes darte tiempo, no hay prisa), pero el cambio está emergiendo, algo nuevo va a surgir de esto. En esta parada puedo ver que ya algo empezó el año pasado y el cambio me lleva en nueva dirección, aunque los vientos soplen igual, las velas tienen otra orientación. A veces basta una tarde para soltar los planes preestablecidos, liberar los sueños que cambiaron sin darte cuenta, y recuperar energía para seguir adelante con más fuerza.

No siempre es fácil. Lo conocido da seguridad, aunque no nos haga felices. Pero quedarse por miedo es elegir el conformismo. La pregunta clave es: ¿qué harías si no tuvieses miedo? A partir de ahí, toca poner cabeza, distinguir riesgos reales de imaginarios y atreverte a dar un primer paso, aunque sea pequeño.

La pregunta puede adaptarse ¿Qué puedes y quieres hacer incluso con miedo? ¿Cómo puedes probar para ir acercándote a eso que sueñas? Probar, sentir, ver y después si no te gusta vuelves a cambiar o vuelves a lo de antes.

Todos necesitamos de vez en cuando ese momento de parar, mirar el camino y decidir si seguimos igual, si cambiamos la ruta o si simplemente retomamos fuerzas para continuar. Porque la vida no es lineal, cambia dentro y fuera de nosotros, y el equilibrio está en adaptarse sin perder el rumbo propio.

Si sientes que ha llegado tu momento de parar y reflexionar, quiero invitarte al curso “Gestión del tiempo, gestión de vida”. Creo de verdad que este taller puede ayudarte a encontrar claridad, a detenerte para mirar y ver el camino, para decidir y volver a ser protagonista de tu vida. Lo impartiré durante ocho miércoles, de 18 a 20 horas, comenzando el 15 de octubre.

En el taller te contaré mis planes hasta 2028 y más allá. También como puedes hacer los tuyos, que te liberen en lugar de encadenarte.

Aquí tienes toda la información e inscripciones: https://www.ubu.es/te-interesa/gestion-del-tiempo-gestion-de-vida-i-y-ii-edicion

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martes, 23 de septiembre de 2025

¡Vivir es urgente! En memoria de Gabi

Hoy escribo con el corazón encogido. Nuestro querido amigo Gabi nos ha dejado, demasiado pronto, con apenas 52 años. Su proceso, tan parecido al de Pau Donés (nos dejó con 53), me recuerda lo frágiles que somos y lo urgente que es vivir. Pau nos lo recordaba con aquella frase que llevo en una de sus camisetas: “¡Vivir es urgente!”. Gabi, en su último mensaje, me escribía: “¡Disfruta la vida! Al final nos llevamos eso”

Gabi convivió casi seis años con el cáncer. No fue un camino fácil, pero sí digno, valiente, lleno de esas enormes ganas de vivir que siempre tuvo. Se fue en paz, sabiendo que había luchado hasta el final. Como Pau en su libro “50 palos... y sigo soñando, Gabi nunca dejó de soñar ni de crear. Poeta, pintor, filósofo de la vida… un artista libre, que se inventaba sus propias reglas, resiliente, vital, siempre dispuesto a beberse la vida a sorbos grandes. Decía Pau en su libro: “Que le perdamos el miedo a la muerte, pero también el miedo a vivir...”.

En enero pasado presentó su libro de poemas “Versos abuhardillados”. Fue un momento precioso, y un regalo poder acompañarle sabiendo, aunque sin decirlo demasiado alto, que la cuenta atrás se acercaba. Aun así, siguió siendo él: sensible, lúcido, juguetón con las ideas, con la mirada siempre puesta en la belleza de lo pequeño.

Gabi con su hija Lara, firmando sus "versos abuhardillados" - en su dedicatoria me ponía que el tiempo no pasa salvo que nos miremos en los espejos
La muerte nos hiere, pero también nos abre los ojos. Nos une de nuevo con la vida y nos recuerda que cada instante cuenta, que nada es trivial, que cada momento compartido es un tesoro. La certeza de que un día nos iremos hace que cada segundo que vivimos sea más valioso, más auténtico.

Gabi, como Pau, nos dejó una herencia inmensa: su forma de estar en el mundo, de amar la vida, de recordarnos que no sabemos cuánto tiempo tenemos, pero sí sabemos que algún día nos iremos. Y en ese intervalo, la única opción es vivir, intensamente, agradecidos, presentes.

Hoy quiero decirle: ¡Qué bueno haberte conocido, qué bueno haber caminado contigo!.

Gracias, Gabi, por tanto. Tu voz, tu humor ácido y tu risa nos seguirán acompañando, y tus versos seguirán vivos.

La canción de Pau, Eso que tú me das, resuena más fuerte que nunca: eso que nos diste, Gabi, lo llevaremos siempre con nosotros.

Descansa, amigo. Y gracias por recordarnos, una vez más, que vivir es urgente.