miércoles, 18 de junio de 2025

La ventaja del vago estratégico ¿Te apuntas?

Vivimos en una cultura que glorifica el esfuerzo visible. El que más horas pasa frente al ordenador, el que parece más ocupado, el que no se toma descansos… ¿es realmente el que más aporta?

Muchas veces corremos como pollo sin cabeza, ocupados en tareas que apenas tienen impacto, olvidando lo que realmente importa. Vamos rápido, sí… pero sin dirección. Y como bien decía alguien: ¿de qué sirve ir deprisa si vas en sentido contrario?

El foco necesita pausa. Parar, observar, decidir. Solo así se puede avanzar con intención.

Recuerdo con cariño a un compañero de trabajo al que aprecio mucho. Un día entré en su despacho y lo encontré recostado en la silla, con los pies sobre la mesa, mirando al techo. Al ver mi expresión de sorpresa, me dijo con total naturalidad: “Revindico el derecho a pensar”.

No pude más que sonreír. Esa frase se me quedó grabada.

En esta foto, copiando al compañero (aprender de los que saben)
Pausar para pensar, detenerse para decidir, descansar para poder volver con claridad. Es un enfoque que tiene más valor del que solemos reconocer.

Nos han enseñado que “quien más se esfuerza, más logra”, pero eso ya no siempre se cumple. Hoy, con herramientas como la inteligencia artificial capaces de asumir gran parte del trabajo repetitivo, el verdadero aporte no está en hacer más, sino en pensar mejor.

Quienes parecen “vagos” a menudo están siendo estratégicos. Saben que la mente necesita aire. Se permiten pausas para reorganizar ideas, distinguen lo urgente de lo importante, y aplican soluciones simples a problemas que otros complican por exceso de acción.

No se trata de promover la pereza, sino de aprender a parar y descansar para rendir mejor. Aquí van algunas recomendaciones:

  • Redefine la productividad: no midas tu valor por las horas que pasas frente a una pantalla, sino por el valor real de lo que aportas.
  • Tómate pausas conscientes: sal a caminar, respira, cambia de actividad. Muchas veces, la solución llega cuando dejas de buscarla.
  • Cuestiona el “trabajo por estar”: estar ocupado no es lo mismo que estar avanzando.
  • Confía en tus ritmos: hay días para enfocarse y otros para observar y planear. Ambos son necesarios.

En un mundo saturado de tareas, ser “vago” con inteligencia puede ser la forma más poderosa de vivir tu tiempo. Tal vez no somos demasiado tontos para ser vagos. Tal vez aún estamos aprendiendo a ser más sabios con nuestro esfuerzo.

¿Y tú? ¿Te has sentido culpable por tomarte un descanso? ¿Crees que podrías lograr más haciendo menos? Comparte tu experiencia en los comentarios.

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viernes, 13 de junio de 2025

Tal como vives tu cumpleaños… puede que vivas tu vida

Ayer fue mi cumpleaños. Un día más o un día menos; depende de cómo lo quieras ver. Sin duda, para mí, fue un día consciente, de darme cuenta. Una pregunta me rondó todo el día ¿Cómo quiero vivirlo? ¿Qué quiero hacer hoy? ¿Por qué no vivir todos los días así? ¿Qué hace diferente el día de tu cumpleaños?

Desde hace tiempo lo vivo así no tanto como una celebración llena de fuegos artificiales, sino como una oportunidad de parar y mirar. Hacia atrás, para agradecer; hacia delante, para intuir hacia dónde quiero ir. Un momento de balance sereno, de poner palabras a eso que normalmente pasa desapercibido: cómo estoy, cómo vivo, y con quién lo comparto.

Ayer hice cosas que me gustan y me hacen bien: leí, fui al gimnasio, resolví lo urgente en el trabajo (tengo el privilegio de poder escoger el ritmo y los momentos para trabajar más duro o ir más tranquilo) y tomé un café con compañeros con los que da gusto coincidir. Agradecí poder hacerlo, tener esa libertad. Comí con mi familia en un sitio especial, aunque lo más especial fue compartirlo con ellos y hasta disfruté de una siesta de esas que tenemos fama de dormir en España y yo no duermo tan a menudo como quisiera.

No se cumplen 52 años todos los días
Un poco más tarde acudí a un encuentro de la industria burgales, donde Blanca García, de cerámicas Gala compartía la historia de los 60 años de su compañía en la ciudad: una historia que se entrelaza con la mía y con la de muchos otros en Burgos. Reconocí en ella un legado que se mantiene gracias a quienes estuvieron antes… y a los que seguimos ahora. Luego, una caña compartida con amigos de camino, amigos “sistémicos” como decimos algunos. Y la suerte de conocer a los suyos.

Pudo haber sido un día cualquiera. Pero no lo fue. Porque elegí vivirlo desde la presencia, el afecto y la gratitud. Porque estuve disponible para quienes quisieron estar, desde el cuerpo o desde el móvil. Y también para mí. Y ahí, en ese punto de equilibrio, está el regalo.

Me emocionó recibir mensajes de personas que no veo hace tiempo, pero que siguen ahí, en algún rincón afectivo que no se borra. Me alegró responder con voz a quienes la distancia mantiene lejos, y brindar con quienes la vida me tiene cerca. No lo doy por hecho.

Cumplir años es un privilegio, podemos seguir aprendiendo, amando, acompañando y disfrutando. El día de tu cumpleaños puede ser un reflejo de cómo vives tu vida y también un punto de inflexión para decidir cómo quieres vivir.

Lo cotidiano que se vuelve especial cuando se celebra desde el presente. No hace falta nada muy especial para que la celebración merezca la pena. Me gusto la oportunidad de conectar con mucha gente y recibir mensajes que me recuerdan que no estoy solo, que los lazos se mantienen a pesar de la distancia y el tiempo.

Ojalá no esperemos a que llegue nuestro cumpleaños para vivir con esa presencia y gratitud. Cada día encierra la posibilidad de celebrar, de mirar adentro, de agradecer lo que hay y lo que somos. Regalémonos más días así, en los que elegir cómo vivir sea el verdadero festejo.

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viernes, 30 de mayo de 2025

Desconectar para conectar

Vivimos hiperconectados. Cada paso que damos suele estar acompañado por un mapa en tiempo real, una notificación o una búsqueda rápida en Google. Pero ¿qué pasa si decidimos apagar los datos del teléfono y simplemente caminar? ¿Y si, por un rato, confiamos más en nuestros sentidos que en el GPS?

He podido experimentar lo que es andar sin datos en el móvil. En mi estancia en Buenos Aires era complicado cambiar la tarjeta al móvil y los datos de Europa resultaban caros, así que decidí visitar la ciudad a la antigua usanza, cuando no teníamos móvil. Ahora es un poco distinto, porque tampoco encontré mapas en papel, los móviles los han vuelto obsoletos. Para la visita solo me hice con una idea general de la ciudad, de sus barrios, unas cuantas capturas de pantalla y la promesa de conectarme de vez en cuando a alguna red WiFi pública. Lo que encontré fue mucho más que calles y plazas: encontré otra manera de estar.

Sin notificaciones, sin el impulso de buscar reseñas o direcciones exactas, tu mente se calma. Empiezas a observar con más detalle: los colores de las fachadas, los olores que salen de las panaderías, las conversaciones que se escapan de las terrazas. Caminar sin datos es una forma sencilla de conectar con lo que tienes al lado, en lugar de escaparte a lo que te trae el móvil de lejos.

“Internet, los datos, nos alejan de lo de cerca para acercar lo que tenemos lejos”.

Cuando caminas sin mapas, sin la guía constante del GPS, tu atención cambia de enfoque: en lugar de mirar una pantalla, empiezas a observar con más detalle lo que te rodea. Te haces consciente de las esquinas por las que giras, de los edificios que dejas atrás. Estás más presente, más conectado con el momento y con el espacio que pisas. Cada paso cuenta, porque ahora eres tú quien va trazando el mapa mental del recorrido: “por aquí estaba ese mural”, “si vuelvo por esa calle, llegaré al parque”. Al no delegar la orientación en el teléfono, activas tu memoria, tu percepción, tu intuición. Recuperas habilidades que habías cedido a un dispositivo.

Sin la ruta exacta, sin el camino marcado, entras en calles menos transitadas, encuentras plazas tranquilas donde no hay turistas. Lo inesperado se convierte en el mejor itinerario. Y cuando de verdad necesitas orientarte, aparece un café con WiFi donde descansar, revisar el mapa y seguir.

Sin el teléfono como guía no queda otra opción que hablar más con la gente, preguntar direcciones y recomendaciones, o simplemente charlar con el que tienes al lado. Te das cuenta que esas conversaciones son mucho mejores que lo que te cuenta el móvil, descubres personas reales que te hablan desde su diversidad, encuentras conexión real y no la imaginada de las aplicaciones móviles.

Te dejas llevar más por tu instinto que por las estrellas que le han puesto al sitio en una aplicación, más atento a lo que ves y lo que sientes. Acertar o equivocarte es parte de la aventura.

Caminar sin datos es un pequeño acto de rebeldía. No contra la tecnología, sino contra la prisa, la saturación, querer verlo todo y la necesidad constante de control. Es elegir el ritmo lento, el azar, la intuición. Y al hacerlo, la ciudad se revela de otra manera. Más viva. Más tuya.

Me traigo la experiencia, la suerte de caminar sin datos, desconectar para conectar conmigo. Creo que ahora, de vez en cuando, apagaré los datos aquí en Europa para dejar que el instinto me guíe, que el cuerpo marque el ritmo, el camino y el descanso. Total, puedo volver a conectar con la red cuando quiera. También me puedo liberar de esa red que nos atrapa cuando me convenga.

Prueba, apaga los datos, guarda el teléfono y camina. El mapa más interesante está en tu mirada ¿Te animarías a perderte un poco más para encontrarte mejor?

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domingo, 25 de mayo de 2025

De vuelta a la zona de confort (o igual no)

Mañana vuelvo a casa. Tomo el vuelo de regreso, que no es lo mismo que cogerlo (por si algún argentino me lee). Han sido dos semanas intensas fuera de mi zona más confortable, caminando por tierras de tango y mate, con la mochila ahora rebosante de experiencias, anécdotas, conversaciones y aprendizajes que apenas empiezo a digerir.

Dos semanas dan para mucho. Parte de lo vivido lo contaba ya en el post anterior "Al mal tiempo, buena cara", pero había más.

Volver a Tucumán fue como abrir una vieja caja de recuerdos. Me encontré con personas que no veía desde hacía más de veinte años. También me reencontré conmigo mismo: con el que fui la última vez que estuve allí. El tiempo no borra, transforma. Y este reencuentro me hizo reflexionar sobre cómo he cambiado... y sobre lo que permanece.

Después llegó Buenos Aires, con su caos magnético y ese orden desordenado que solo las grandes ciudades saben sostener. Allí tuve la oportunidad de acercarme al funcionamiento de la Universidad de Buenos Aires. Al compararla con la Universidad de Burgos, donde trabajo, me llevé dos certezas: una, de que hay cosas que hacemos muy bien; y otra, de que siempre podemos aprender de formas distintas de hacer lo mismo.

La ciudad también me dio lecciones más sutiles: cómo funciona una megaurbe que parece caótica y sigue su propio ritmo; cómo la economía informal convive con lo institucional; cómo un sistema económico lleno de tipos de cambio, tarjetas y monedas puede ser a la vez incomprensible y funcional. Admiro la capacidad de adaptación de los argentinos, su temple ante una inestabilidad que en Europa nos descolocaría en dos días.

Una de las sorpresas más agradables fue compartir conversación con Águila Luminosa, un indígena del norte argentino. Me habló de sus tradiciones, de su mirada sobre lo que ocurre en su tierra (Pachamama), de sus ritos ancestrales, algunos de los cuales conservan. No lo esperaba, y me conmovió profundamente. Sus reflexiones me hicieron temblar, es un regalo que me llevo conmigo.

Y entonces, pienso: hubiese sido más fácil quedarme en casa. Muchas veces la pereza, el miedo, o simplemente la comodidad nos retienen. Pero salir, aunque cueste, nos ofrece nuevas perspectivas. Nos ayuda a mirar nuestro entorno habitual con otros ojos, y lo más importante: a vernos a nosotros mismos con más claridad.

Hay un dicho que me gusta mucho: “Viajar es como un espejo: te devuelve una imagen más amplia de ti mismo”. Y eso ha sido este viaje para mí. He podido observar cómo reacciono ante la incertidumbre, cómo me manejo cuando las respuestas no están dadas y los caminos no están señalizados. Por contraste, también entendí mejor mi propio lugar de origen, con todo lo que tiene de bueno, y con lo que podría mejorar.

Mark Twain decía que “viajar mata los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente”. Qué importante es reducir el juicio, ser más tolerantes y desarrollar la capacidad de comprender a quienes viven, piensan o sienten de forma distinta.

Ahora toca volver. Y aunque regresar a casa implica, en parte, volver a algunas rutinas, algo ha cambiado. Ya no soy exactamente el mismo, un viaje transforma. La zona de confort sigue estando ahí, pero ya no es igual. El viaje me ha movido por dentro, y parte de ese movimiento se queda conmigo.

Si llevas tiempo sintiendo que todo es demasiado conocido, que los días pasan sin dejar huella, plantéate hacer algo fuera de tu zona de confort. No hace falta cruzar el océano. A veces, basta con cambiar de barrio, de compañía, de ruta habitual. Hazlo con intención, con curiosidad. Porque fuera de lo conocido, es donde a veces empezamos a conocernos mejor.

Puedes salir a explorar y cuando te canses o quieras, volver a la zona conocida, de la que te daba pereza salir.

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sábado, 17 de mayo de 2025

Al mal tiempo, buena cara

El martes 13 de mayo llegué a Buenos Aires desde España a primera hora. Tenía que coger un vuelo interno a Tucumán, y ya había pasado todos los controles cuando llegó la noticia: el vuelo se cancelaba. “En martes y 13 ni te cases ni te embarques”, dice el refrán… y se cumplió al pie de la letra.

En un primer momento me invadió la frustración. Estaba tan cerca de embarcar que podía visualizar el despegue. Pero respiré hondo. Podía quedarme enganchado en la queja o decidir ocuparme de lo que sí estaba en mis manos. Elegí lo segundo.

Mientras otros se enfadaban con razón, aunque sin solución, yo intenté mantener la calma. La persona que me atendió estaba desbordada, como tantas veces ocurre en estos casos. Aun así, fue amable. Me explicó que la opción más temprana para volar a Tucumán era el día 15 a las seis de la mañana. ¿De qué me servía enfadarme con alguien que no tenía la culpa?

Pedí lo justo: alojamiento, comida y los traslados en Buenos Aires durante ese día y medio. No fue fácil encontrar alojamiento disponible, y la responsable tuvo que intentarlo varias veces. Agradezco su esfuerzo y su trato, incluso bajo presión.

Y en medio del caos, algunas lecciones comenzaron a tomar forma:

  • Que a veces no merece la pena enfadarse. Es mejor poner la energía en lo que puedes resolver y soltar lo que no está bajo tu control.
  • Que reconocer la amabilidad del otro y ser amable tú también, incluso en medio de la tensión, abre puertas. Motiva.
  • Que pedir lo justo, ni más ni menos, suele ser el camino más eficaz. No se trata de resignarse, sino de negociar con sensatez y sin venganza.

Con ese día inesperado en Buenos Aires, aproveché para visitar la Universidad en la que trabajaré esta semana que empieza. Me ubiqué, practiqué los trayectos, y me sentí más preparado. Al final, ese imprevisto me sirvió de orientación.

Pero la aventura no terminó ahí. El día 15 fui al aeropuerto previsto… y el vuelo había cambiado de terminal. Nadie me avisó. Corrí, tomé un taxi, y por suerte tenía dinero para cubrirlo. Lo reclamaré, aunque no tengo muchas esperanzas. Aun así, agradezco poder haberlo pagado. A veces, el dinero sí soluciona cosas, y rápido.

Y ahí viene otra enseñanza: tomárselo con humor. No engancharse en el enfado, que solo desgasta y a menudo termina salpicando a los que intentan ayudarte. Si tú estás tranquilo, es más probable que el otro lo esté también. Como decía un viejo compañero de trabajo: la amabilidad llama a la amabilidad.

“El enfado a veces solo desgasta y salpica al que quiere ayudarte”

Pero cuidado: esto no es resignación. Es aceptación activa. Buscar soluciones sin perder el foco, pedir lo justo sin perder la calma. Desde ahí se decide y actúa mejor.

Y sí, muchas cosas podrían haber salido peor: el avión no se estrelló, dormí bien, comí sin problemas. Lo que hoy vemos como “normal” era impensable hace décadas. Que se lo digan a mi tío abuelo Basilio y a su mujer Lola, que tardaron semanas en cruzar el océano hace más de 80 años. Hoy, en pocos días, uno puede ir de Burgos a Tucumán.

¿Por qué, entonces, tanta atención a lo que falla? ¿Por qué no poner más el foco en lo que funciona?

Ya he pasado unos días en Tucumán, han sido estupendos (eso es otra historia). Mañana vuelvo a Buenos Aires en autobús, buscando una opción con menos probabilidad de cancelación que el avión. Aunque claro, ahora hay inundaciones y algunas rutas están cortadas, no sé si podré viajar. La aventura continúa. Haré lo que pueda. No controlo la lluvia como no controlo la mayoría de cosas.

“Aceptar lo que no controlas y fluir con lo que hay”

“Lo que hay, hay”

Lo que sí puedo es elegir cómo vivir las circunstancias. No engancharme con lo que va mal, y sí reconocer todo lo que va bien. Porque siempre hay algo que va bien. Y muchas veces, con buena cara… el mal tiempo se vuelve más llevadero.

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martes, 13 de mayo de 2025

El tiempo pasa, no vuelve; pero los lazos permanecen, siguen ahí

Han pasado 22 años desde la última vez que estuve en Argentina. Es mucho tiempo. En el año 2000 visité el país por primera vez, viajé a San Miguel de Tucumán, donde tengo familia, era el impulso para acercarme allí. El viaje tenía un doble propósito: personal y profesional. Aproveché la visita para conectar con las universidades de la zona. Ya trabajaba entonces en la Universidad de Burgos, y sentía el impulso de construir puentes entre España y Argentina, entre Europa y América Latina, entre mi historia familiar y mi trabajo académico.

Aquel viaje fue el comienzo de algo ilusionante: junto con Carmina en Argentina y más colaboración, organizamos un doctorado de la Universidad de Burgos en Tucumán. Regresé en 2002 y 2003, con las ganas y esperanza de la juventud.

En aquel momento la realidad pudo más que la ilusión, quizá el contexto no era aún el adecuado. Faltaba madurez institucional, tecnología, tiempo. La docencia online era algo aún marginal, y las videoconferencias eran casi ciencia ficción. El proyecto no pudo continuar. Como ocurre tantas veces en la vida, lo sembrado no dio fruto inmediato.

Y entonces… pasaron los años. Ahora regreso, aprovechando una estancia académica en la Universidad de Buenos Aires. Antes de parar en la capital, decidí regalarme algo más valioso que cualquier congreso o reunión: una semana en Tucumán. Una semana para reencontrarme con mi familia, con los recuerdos de una etapa de mi vida en la que los sueños aún estaban por escribirse y quizá volver a hacer crecer la relación universitaria que no se desarrolló en aquel momento.

Es una experiencia extraña, emocionante y profundamente humana. Quiero ver cómo ha cambiado el lugar, pero también cómo han crecido las personas. Quiero conocer a los hijos de mis primos, ver en sus rostros algo de la historia que compartimos. Sentir cómo el tiempo transforma, pero también cómo nos espera, de alguna manera.

A veces hablamos de "gestionar el tiempo" como si fuera un recurso más: como si se pudiera ordenar, distribuir o dominar con disciplina. Pero el tiempo no se gestiona del todo. El tiempo se vive. Se decide. Se honra.

Durante años, el tiempo se me fue en otros proyectos, otras urgencias, otros compromisos. Y está bien. Así es la vida. Ahora que vuelvo, me doy cuenta de que a veces "vivir tu tiempo" significa simplemente volver. Volver a lo que dejaste en pausa. Volver a los vínculos que te hicieron ser quien eres. Volver a los lugares que marcaron tu camino.

“Vivir tu tiempo a veces significa volver”

Si tienes suerte, tendrás tiempo para regresar y volver a experimentar parte de lo que vivas. Pero nunca se sabe, hay que aprovechar esta visita como si fuese la última.

Hoy, 22 años después, siento que vuelvo no solo a un país, sino a una parte de mí que había quedado en suspenso. Vuelvo a unas raíces que pueden seguir profundizando.

Porque el tiempo no vuelve, pero los lazos, si los cuidas, permanecen.

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domingo, 4 de mayo de 2025

El tiempo bien vivido es tiempo compartido: encuentra tu tribu

En nuestra constante búsqueda de productividad, eficiencia y metas, podemos pasar por alto algo esencial: las relaciones que nos sostienen y nos inspiran. ¿De qué sirve tener una agenda perfecta si no tenemos con quién compartirla?

Lola C. Belmonte, en su libro “El poder del círculo. Encuentra tu tribu”, nos recuerda una verdad poderosa: la calidad de tu vida está directamente relacionada con la calidad de tus relaciones. Gestionar bien el tiempo no solo se trata de tachar tareas; quizá es más importante elegir bien a las personas con quienes lo compartes.

Según la pirámide de necesidades de Maslow, la pertenencia es una necesidad justo después de la seguridad. Sin sentirnos parte de un grupo, nuestras metas pierden sentido. Los círculos de apoyo, ya sean: familia, amistades, colegas o comunidades afines; son el terreno fértil donde florecen nuestros talentos y proyectos.

En un mundo acelerado, rodearte de personas que te inspiran, que te escuchan de verdad y que creen en ti es una forma de autocuidado. Es invertir en una vida más plena.

“Tribu y tiempo son una alianza poderosa”

Cuando formas parte de un círculo que vibra contigo, tus decisiones cambian. Eliges mejor tus hábitos, tus palabras y hasta tus prioridades. Comienzas a cuidar no solo lo que haces con tu tiempo, sino también con quién lo haces.

  • ¿A quién quieres cerca en tu vida?
  • ¿Qué círculos te inspiran y cuáles te drenan?
  • ¿Qué rituales puedes crear para fortalecer esos vínculos?

Gestionar tu tiempo implica reconocer qué relaciones alimentan tu energía y cuáles la agotan. No se trata de excluir con juicio, sino de cerrar ciclos con gratitud, reconocer el camino recorrido juntos aunque ahora sea conveniente caminar por sendas distintas, como aconseja Belmonte. Elegir a qué tribu quieres pertenecer también significa aprender a decir adiós con amor.

Una buena vida no se construye solo con horarios organizados. Se construye con presencia, conexión y tribus conscientes. Al final del día, como bien dice Tony Robbins, “la calidad de tu vida es la calidad de tus relaciones”.

¿Y tú, estás invirtiendo tu tiempo en las personas adecuadas?

Te invito a reflexionar sobre qué círculos te elevan, y si no los tienes todavía… quizá ha llegado el momento de crearlos.

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domingo, 27 de abril de 2025

Demasiados pendientes llevan a la parálisis. Cómo recuperar la calma

Hoy me pasó algo que quizás a ti también te resulte familiar: tenía muchísimas cosas que hacer, algunas que quería y otras que debía hacer. Me encontré atrapado en ese punto incómodo en el que no sabes por dónde empezar y, como resultado, no avanzas en nada. Paralizado por la abundancia, como el que tiene demasiadas elecciones y no elige.

Algunas veces, en lugar de ponerte con eso, te entretienes con cualquier cosa, para no abordar la montaña que te espera. Entretenido, en lugar de avanzar en lo que quieres/tienes entre manos.

Vencer la parálisis del exceso

Cuando te ves en esta situación, hay dos posibilidades:

  • Aunque tienes muchas tareas hay tiempo para todas. Solo hay que organizarse.
  • O puede que, simplemente, no tengas tiempo para hacer todo lo que te gustaría.

En ambos casos, el primer paso es parar y organizarse. No se trata de perder media mañana planificando, sino de dedicar unos minutos, el tiempo justo para poner un poco de orden en medio del caos mental.

Si descubres que tienes tiempo para todo, la clave estará en ponerte en marcha y no despistarte demasiado. Una cosa a la vez, avanzando paso a paso.

Si, por el contrario, ves que no hay manera humana de llegar a todo, es el momento de seleccionar conscientemente qué cosas sí vas a hacer... y, muy importante, qué cosas no vas a hacer. Renunciar no siempre es fácil, pero es necesario para liberar espacio mental y emocional.

Ese momento de pausa te lleva a la claridad: tener claro lo que vas a hacer (y lo que no) aporta una tranquilidad que permite avanzar, en lugar de quedarse paralizado frente a un listado infinito de tareas.

Así que, si hoy te sientes como yo esta mañana, recuerda: respira, organiza, elige, y empieza.

“Parar, respirar y elegir”

Con calma y con claridad. Así, entre otras cosas, he escrito esta entrada en el blog. Aunque no disponía de tiempo para todo y he tenido que elegir.

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domingo, 20 de abril de 2025

Cuenta atrás

En algún sitio he leído que la vida es una enfermedad terminal. Nacer es el comienzo de un proceso que termina con la muerte… y entre este principio y final hay espacio para significado, conexión, arte, amor, lucha y también dolor.

Vivimos como si siempre hubiera un “después”, una promesa de mañana, de años por delante. Pero no sabemos cuánto tenemos. Algunos, como Gabi, lo tienen más claro. O, al menos, lo intuyen con una certeza más cercana, más punzante.

Cuando alguien convive con una enfermedad que le pone fecha al futuro, la vida cambia de color, de textura, de urgencia. Lo que para muchos es abstracto, para otros se convierte en una cuenta atrás real, con días que pesan más y momentos que se sienten con otra intensidad.

Gabi, con quien tengo la suerte de compartir amistad, es uno de esos seres lúcidos. Me ha regalado este poema. Me dijo que podía publicarlo. Y lo hago aquí, con su permiso, con orgullo y con el nudo en la garganta de quien sabe que las palabras también pueden ser un refugio, una resistencia, un testimonio.

El poema es crudo, valiente y profundamente humano. O al menos a mi me lo parece, de esos del realismo sucio que entre el y otro poeta amigo, Javi, me presentaron.

Este es su poema. Este es su momento. Su título “Cuenta atrás”

Cortarle las alas.

Cerrarle el cielo.

Que caiga a plomo.

Enjaularlo con agua y pan duro.

Esposarlo a la cama

sin sexo de por medio.

Encerrarlo con llave

en la habitación del pánico.

Enterrarlo bajo tierra

junto a los demás tesoros.

Agarrarlo por la solapa

cuando levante la voz.

Parece maltrato

y en los tiempos que corren,

este poema,

supone asumir riesgos,

pero en realidad se trata,

simple y llanamente,

de miedo a su paso,

a que termine demasiado pronto

esta cuenta atrás.

Gracias Gabi por compartir tu poesía, gracias simplemente por ser.

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domingo, 13 de abril de 2025

Cargado puedo disfrutar, sobrecargado sufro

A veces entro en ciclos. Me ilusiono con ideas, proyectos, propuestas. Me apunto a cosas porque me motivan, porque me hacen sentir vivo, útil, conectado. Sin darme cuenta, me voy cargando. Un compromiso aquí, otro allá. Un "sí" que parecía pequeño, otro que parecía inofensivo. Y cuando me quiero dar cuenta, ya estoy tirando de demasiadas cuerdas a la vez.

Lo curioso es que no paro. Sigo. Me esfuerzo por cumplir con todo lo que me he echado encima. Me desgasto. Empiezo a notar el cansancio, el mal humor, esa sensación de ir todo el día corriendo, pero sin disfrutar del camino. Ahí es cuando me doy cuenta: no estoy simplemente cargado, estoy sobrecargado.

Demasiado cargado no avanzo en nada, como el burro de la foto
Cargado está bien. Cargado es tener cosas que hacer, responsabilidades, retos. Pero todavía con margen, con energía, con claridad mental.

“Cuando estás cargado, puedes disfrutar; Cuando estás sobrecargado, sobrevives”.

Cuando llego a ese punto, sé que toca empezar a soltar. Decir que no. Renunciar, aunque me cueste. Porque si no empiezo a quitarme carga, reviento. Así de claro.

La buena noticia es que, con el tiempo, cada vez me doy cuenta antes. He aprendido a identificar en cuántos fregados me estoy metiendo. Y aunque me sigan apeteciendo muchas cosas, empiezo a ser capaz de decir "no". Me cuesta, sobre todo si la propuesta me ilusiona, pero lo digo; cuando no me apetece es más fácil decir no. Pero incluso cuando sí me gustaría… empiezo a saber elegir.

Y si aun así me paso de rosca, también noto antes que me estoy sobrecargando. Y entonces empiezo a descargar antes de explotar. Me centro en lo importante, en lo que realmente cuenta. Lo demás puede esperar, porque no puedo con todo, porque no soy Superman. Y, sobre todo, porque:

“quiero vivir mi tiempo, no simplemente llenarlo”.

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miércoles, 9 de abril de 2025

Deja de controlarlo todo: más calma, más tiempo, más tú

Inspirado en el libro "Cómo tener tiempo para todo", de Patricia Ramírez (Patri Psicóloga). Gracias @Patri Psicologa, me ha encantado el libro.

¿Cuántas veces al día te sorprendes intentando controlarlo todo (incluso lo incontrolable)? La respuesta, si somos sinceros, probablemente es: demasiadas. Queremos controlar lo que hacen los demás, lo que sienten, sus decisiones, sus despistes, su ritmo. Queremos anticipar todos los resultados, prever todos los errores, evitar todos los imprevistos. Buscamos sentir que el control nos da seguridad y paz, pero ese afán nos llena de ansiedad, frustración y agotamiento.

Una de las claves para vivir con más calma es aceptar que hay cosas sobre las que no tenemos ningún poder, aunque sean importantes. Y que por mucho que pensemos, analicemos o nos preocupemos, no vamos a cambiar el curso de esos asuntos. Entonces, ¿por qué dedicarles tanta energía? Dice Patricia Ramírez:

“Lo importante no es la relevancia del problema para ti, sino tu capacidad para solucionarlo.”

Hay una pregunta mágica que deberíamos hacernos cada vez que algo nos genera tensión: ¿Tengo capacidad real para solucionarlo? Si la respuesta es no, toca soltar. No porque no nos importe, sino porque ocuparnos de lo que no podemos cambiar solo nos desgasta.

Una práctica sencilla es hacer una lista con todas esas cosas que solemos rumiar o intentar controlar. Personas, decisiones ajenas, imprevistos, resultados... Escríbelas. Léelas. Y después, haz un compromiso contigo mismo: “A esto no le voy a dedicar atención”. No se trata de indiferencia, sino de cuidar tu energía y tu salud mental.

Es fundamental entender que no eres responsable de los olvidos y despistes ajenos. No puedes hacerte cargo de todo. Cada uno tiene sus propias responsabilidades. Dejarles que asuman sus responsabilidades y no estar tú para solucionarlo todo permite que crezcan y aprendan. Si no saben, puedes enseñar, para no tener que seguir encargándote de todo. Pero si ya saben, observa si es tu necesidad de control lo que te hace seguir encima (especialmente con los hijos, son más capaces de lo que a menudo pensamos).

No tienes control sobre el resultado, solo sobre lo que haces y dices. Tú puedes cuidar lo que haces, dar lo mejor, comprometerte… pero el resultado puede variar. Porque hay factores externos, cambios, personas, circunstancias. Ahí está la clave: pon tu energía en lo que depende de ti. Lo demás, suéltalo.

Y esto aplica incluso a tu agenda. ¿Tienes que mover una cita? ¿Cambió el plan? ¿Alguien te pidió reprogramar algo? En lugar de enfadarte o verlo como un fracaso de organización, adapta tu mente. Dice Patri Psicóloga:

“Una agenda flexible necesita una mente flexible”.

También puedes recuperar parte del control de tu vida poniendo límites, diciendo “NO” cuando te conviene y “SÍ” cuando quieres. Puedes dedicar tu tiempo a las necesidades de los demás, está bien, pero no olvidando tus prioridades y necesidades. Sino los demás controlan tu vida, te llenarán el día de compromisos que no has elegido. Tú tienes control sobre tus límites, sobre a qué te comprometes, y a qué decides renunciar. Y eso no te hace egoísta. Te hace responsable.

Hoy te propongo que escribas tu propia lista de "cosas que ya no voy a controlar". Pon ahí todo lo que no depende de ti, todo lo que solo te agota, todo lo que el tiempo, o los demás, deben resolver.

¿Te animas a escribir tu lista de lo que vas a soltar hoy?

¿Crees que se puede vivir controlando menos? ¿Quieres más ideas para organizarte con calma y vivir con sentido? Te leo en los comentarios o te invito a seguir explorando el blog.

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domingo, 30 de marzo de 2025

Un día de 23 horas ¿Es una pesadilla?

Hoy me he despertado tarde, el reloj del móvil marcaba una hora más de lo habitual, aunque la luz que entraba en casa era casi la misma de otros días al levantarme. Me fui a la cama más o menos a la misma hora, he dormido prácticamente lo mismo y es una hora más tarde. Hoy es el domingo en el que hacemos el cambio de hora de primavera, a las dos de la mañana han pasado a ser las tres, una hora ha desaparecido, este domingo tendremos solo 23 horas, una hora menos.

Un día de 23 horas puede ser una auténtica pesadilla si necesitas cada minuto, si con 24 horas ya no tenías tiempo suficiente. Será que somos demasiado ambiciosos con lo que podemos hacer con nuestro tiempo. Afortunadamente el cambio se hace en domingo, cuando la agenda suele ir menos apretada.

“En un mundo donde siempre falta tiempo, que te quiten una hora de golpe puede sentirse como un robo”

Cada primavera, un día como este, perdemos una hora, algunos de sueño, otros de actividad y entramos en un pequeño caos temporal. Si quedas hoy con un grupo siempre habrá algún despistado que llegue una hora tarde ¡No se había dado cuenta del cambio de hora! A la hora de comer no tienes todavía hambre, el cuerpo se siente extraño, hay un vago desconcierto flotando en el aire.

Lo curioso del cambio de hora es que, aunque los relojes digitales se ajustan automáticamente, nuestro reloj interno no lo hace con la misma rapidez. Vivimos con dos relojes simultáneamente: el que marca el tiempo oficial y el biológico, que irá ajustándose poco a poco. Para la mayoría, el cuerpo tardará entre cinco y seis días en sincronizarse, hay quienes lo hacen en un solo día y otros que necesitarán casi un mes. Es un pequeño jet-lag de una hora, una especie de reajuste forzado que nos saca de nuestra rutina habitual.

Con una hora menos podemos damos cuenta de cuánto se puede hacer en ese lapso: leer unas páginas de un libro, dar un paseo, hacer ejercicio o simplemente descansar. Nos obliga a valorar cada instante y a preguntarnos cuánto tiempo dejamos escapar sin darnos cuenta. Quizá esta sensación de pérdida, de escasez, nos ayude a aprovechar mejor cada momento, independientemente de la hora que marque el reloj.

Los domingos solemos movernos con más libertad, siguiendo el ritmo de nuestro reloj biológico, sin tanta presión por la hora. Pero mañana será lunes, el primero con el nuevo horario, y nos tocará encajar en la rutina impuesta. Veremos si nuestro cuerpo empieza a aceptar el cambio o si seguimos arrastrando la sensación de haber perdido algo. Al final, el tiempo no se detiene, con o sin cambio de hora, aunque nosotros vayamos un poco a destiempo.

La hora que perdemos este domingo nos la devolverán en otoño, con un domingo de 25 horas, como si el tiempo pudiera prestarse y devolverse sin más. Pero, mientras tanto, ¿cómo nos afecta? Para algunos, solo es una anécdota; para otros, una alteración real del sueño y del estado de ánimo. Hay quienes se sienten más cansados, quienes tienen hambre a horas raras y quienes simplemente no notan nada. ¿Y tú? ¿Cómo llevas vivir con una hora menos?

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domingo, 23 de marzo de 2025

Poner fácil hacer lo que te conviene

Hay días que ponerme a escribir es más fácil, casi fluye sin esfuerzo. Curiosamente, esos días casi siempre coinciden con una misma situación: mi ordenador ya está enchufado, el tiempo reservado y tengo tres líneas escritas con la idea sobre la que escribir. No tengo que decidir si escribir o no, todo está dispuesto para que lo haga sin pensar demasiado.

También hay días en los que voy al gimnasio de forma automática. Acabo de almorzar, la ropa de deporte está a mano y la mochila está preparada con lo necesario. Simplemente me dejo llevar y aparezco montado en la elíptica.

Estos pequeños detalle me llevan a reflexionar sobre cómo podemos alterar nuestro entorno para hacer que nuestras mejores decisiones, las que nos sientan bien, sean las más fáciles de tomar. La fuerza de voluntad es limitada y, si dependemos de ella para todo, tarde o temprano fallamos. En cambio, si diseñamos nuestro entorno con inteligencia, podemos reducir la necesidad de disciplina y hacer que nuestros hábitos positivos sucedan casi por inercia.

Netflix lo sabe bien, por eso cuando terminamos un capítulo de una serie, por defecto, el siguiente empieza automáticamente, a menos que hagamos algo para detenerlo. Tenemos que hacer un esfuerzo para resistir esa tentación.

O buscar estrategias como Ulises, que no podría resistirse al canto de las sirenas, así que pidió que lo ataran al mástil de su barco. En nuestro caso, si pasamos demasiado tiempo en redes sociales, podríamos eliminar las aplicaciones del móvil, esconder el mando a distancia de la tele, tapar el chocolate en la despensa para no verlo o quitar las notificaciones del móvil.

Poner más difícil hacer lo que no nos conviene, modificar nuestro entorno para que las tentaciones, que nos llevan por el camino que no queremos, pierdan fuerza, sean menos atractivas o menos visibles.

A la vez, poner fácil hacer lo que nos conviene: Si queremos hacer ejercicio por la mañana, dejar la ropa de deporte preparada la noche anterior; Si queremos comer saludable, dejar fruta a la vista en lugar de galletas; Si queremos practicar un idioma, cambiar el idioma de nuestro móvil y nuestras aplicaciones; Si queremos beber más agua, tener siempre una botella cerca.

Para generar cambios sostenibles, debemos eliminar la fricción entre nosotros y los hábitos que queremos adoptar. Si algo nos conviene, debemos ponérnoslo fácil.

Pequeños ajustes en nuestro entorno pueden marcar una gran diferencia. No se trata de tener más fuerza de voluntad, sino de diseñar nuestro espacio y rutinas de manera que nuestras mejores decisiones sean las más sencillas de tomar. ¿Qué cambios podrías hacer hoy para facilitarte la vida?

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